Una joven musulmana desfigurada con ácido por el padre; un niño indio sordomudo; una muchacha católica obligada a estar en silla de ruedas. Son algunos de los casos de los tantos jóvenes ayudados en el “Snehanir” (Casa de la ternura), un centro para la rehabilitación de niños discapacitados. Nació hace 25 años en Rajshahi (Bangladesh) por iniciativa de las Santi Rani Sisters (CIC), una congregación fundada por los sacerdotes misioneros del PIME. El centro atiende a niños cristianos, musulmanes e hindúes, a los cuales les da nuevas esperanzas de vida y de construirse un futuro mejor.

Tal y como informa AsiaNews, desde 1992, año de su fundación, el centro ha recibido a docenas de niños y adolescentes de toda religión. Algunos de ellos han llevado a término la formación y encontraron trabajo, logrando aprovechar en la mejor manera posible las capacidades adquiridas.

Una es Flora Murmu, joven católica que estuvo en él 12 años.  La joven no puede caminar y está obligada a usar una silla de ruedas. Cuenta que su padre se desesperaba por tener una hija inválida y siempre decía: “¿Por qué tengo una hija discapacitada?”. Él pensaba que yo era un peso para la familia. Mis parientes no eran felices porque yo era discapacitada. Pero el centro transformó mi vida”. La muchacha terminó sus estudios y luego encontró trabajo dentro de Caritas Bangladesh. “Antes era un peso. En cambio ahora-agrega con satisfacción-soy yo quien ayuda a mi familia y les doy 5 mil taka al mes (56 euros)”.


Una historia similar es la de Sajib, un niño indio que nació sordo. El padre Biplob Lakrara narra su angustia y la de su mujer, “porque no teníamos dinero para poderlo mantenerlo. Luego un día supe de la existencia de Snehanir y que tiene un funcionario de Caritas, entonces le escribí sobre mi hijo. Ahora él está aprendiendo la lengua de los signos. También nosotros seguimos las lecciones, así podremos comunicarnos con mi pobre hijo”.

Otra historia es la de Aysha Akter, adolescente musulmana, que es una de las muchas historias de violencia contra las mujeres. Cuando tenía apenas dos años, el padre para vengarse de la mujer que no le quería dar dinero, le tiró ácido en el rostro, dejándola para siempre desfigurada. En el centro la joven está siguiendo las lecciones, “pero también estoy aprendiendo enseñanzas morales, lo que debo hacer y lo que no”. Hoy Aysha cree que podrá “tener un futuro radiante” y quiere trabajar con las víctimas de ataques con ácidos.


La casa está dirigida por las hermanas con el apoyo del padre Franco Cagnasso, ex superior regional del PIME en Bangladesh. Él asegura los gastos para la educación y la alimentación de los niños, cuenta este misionero.

“Nuestro método es acoger a los niños con diversas discapacidades, o sin ellas. Ellos viven juntos, se ayudan unos a otros y no se sienten marginados por la sociedad. Nuestra finalidad es hacerlos auto-suficientes, de modo que en el futuro ellos puedan tener un rol relevante en la sociedad”. El p. Cagnasso reporta que “todos mantienen buenas relaciones con el centro y sirven de inspiración a los otros jóvenes y menores para tener confianza en sí mismos”. Sor Dipica Palma, encargada del centro, agradece “con todo el corazón a los padres del PIME, porque sin la ayuda de ellos, no estaríamos en grado de llevar adelante el centro y transformar en modo positivo el futuro de estos niños”.