El padre José Qusay Ajim es un sacerdote joven de 36 años, pero al ser iraquí en su vida se ha visto obligado a ver mucha muerte y sufrimiento. Durante la invasión de Estado Islámico ese religioso tuvo que huir para no perder la vida, pero en todo ese tiempo tuvo una misión muy concreta: proteger a los niños cristianos para que no fueran raptados ni asesinados.
Ahora, el padre Ajim se encuentra en Roma formándose más para servir a su pueblo gracias a una beca de CARF (Centro Académico Romano Fundación), cuyo objetivo es ayudar a sacerdotes y seminaristas de países pobres y persecución. En un escrito en primera persona relata su experiencia y la todavía complicada y poco esperanzadora situación de los cristianos en Irak:
Lo perdimos todo para guardar nuestra fe
Soy el Padre José Qusay Ajim, un sacerdote religioso miembro de la Orden Antoniana de San Ormis de los Caldeos, fundada en el siglo XIX. Nací en Iraq en 1983, en Ninive, Qaraqosh.
La Iglesia caldea, de la que formo parte, es una de las más antiguas y ricas en la historia del mundo, fundada por el apóstol Tomás, entonces Iglesia asiria del este.
Durante las últimas décadas, las iglesias iraquíes han estado involucradas en la desestabilización continua e incontrolable de Medio Oriente, que fue desestabilizado definitivamente sobre todo después de la invasión estadounidense de 2003 de Irak.
Justo antes de la caída del régimen de Saddam Hussein, los cristianos de Irak eran 1.500.000 de ciudadanos, o sea el 6% de la población iraquí; en el estado actual de las cosas, se estima que su número, reducido a menos de un tercio, asciende a 250.000 personas.
Se produjo una fuerte caída en el transcurso de dieciséis largos años marcados por la progresiva guerra etnorreligiosa del país, que vio a las comunidades cristianas, antes garantes de la heterogeneidad cultural gracias a su papel de mediación, respecto en a los sunitas y chiitas, víctimas de fenómenos odiosos de intolerancia y perseguidos como muchas minorías, por ejemplo los yazidíes, en una espiral de violencia y caos que ha alcanzado su apogeo con el surgimiento del llamado Estado Islámico.
Salí de la ciudad de Mosul, donde vivía, cuando ISIS la invadió y tomó el control matando a miles de personas. Dios me dio una misión, cuidar de niños huérfanos que huyen de la destrucción de la guerra.
Yo administraba el orfanato de St. Joseph, donde vivían niños cristianos de diferentes ciudades controladas por ISIS que se quedaron solos debido a la pérdida de sus padres por eventos dramáticos como asesinatos, explosiones y secuestros.
Ya en su corta edad, que iba desde los dos años y medio de los más pequeños hasta los 15 de los más grandes, han sido testigos de devastación, explosiones y guerra que se escuchaban aún a 20 kilómetros de distancia.
Cuando escuchábamos todo eso, la única manera de calmarlos era repetir la frase: 'Dios no nos deja solos, Jesús es amor'.
Una noche, con los niños, oímos a la gente yazidí que huía y los coches de ISIS a la carrera tratando de asaltar la ciudad matando maridos, abusando de sus esposas e hijos.
Los cristianos en la aldea de Qaraqosh, la comunidad cristiana más grande (incluida mi familia), dejaron la llanura de Nínive que permaneció desierta. Los niños pudieron entender la situación y se prepararon para escapar de Qaraqush, de Alqush y de otros lugares a la ciudad cristiana de Zakho, cerca de la frontera con Turquía.
En esta aldea trabajé incesantemente para encontrar a cada niño una casa con varias familias cristianas dispuestas a recibirlos.
Después de tres años, las familias exiliadas regresaron a sus áreas y las encontraron destruidas. Incluso la casa de mi familia había sido quemada.
Hay mucha incertidumbre y preocupación en Irak por el destino de los cristianos de la llanura de Nínive. El temor es ahora el de una purga étnica a favor de los musulmanes, lo que impide que los cristianos regresen a su tierra.
Las minorías de Irak, como los cristianos, los yazidíes y los shabak, son víctimas de un “genocidio lento”, silencioso, pero que está destruyendo esas comunidades muy antiguas hasta el punto de su desaparición.
Los refugiados iraquíes en Turquía, Líbano y Jordania, que cuentan con aproximadamente 260.000 personas, no están pensando en regresar. Esto significa que no hay lugar para los cristianos en Irak.
En la última fiesta de Navidad, los cristianos iraquíes reaccionaron con desdén ante la declaración del gran muftí y prominente líder islámico Abdul-Mehdi al-Sumaydayeh, quien afirmó que para los fieles de Mahoma es “inadmisible” celebrar la Navidad y el año nuevo, ya que son fiestas cristianas. Añadió que aquellos que se unen a las festividades, o intercambian saludos, terminan “creyendo en la doctrina religiosa cristiana”. El líder islámico ha instado a la comunidad musulmana a “no unirse a los cristianos” en celebrar sus fiestas, porque significaría “creer en su doctrina”.
Entre los primeros en denunciar los peligros de los reclamos del líder islámico se encuentra el patriarca caldeo, el cardenal Louis Raphael Sako, quien recordó que un hombre de fe, cualquiera que sea su religión, debe favorecer “la hermandad, la tolerancia y el amor, no las divisiones o revueltas”.
El año pasado llegué a Roma, gracias a las contribuciones de varios bienhechores, para continuar mis estudios en la Universidad de la Santa Cruz y luego poder regresar a mi país destruido. Allí quiero comprometerme, con mi vida y mi fe, a reconstruirlo. Me gustaría tener éxito en establecer la cultura de la alegría y la paz en mi país y en el mundo.
Por eso pido a todos los cristianos que nos leen que recen por nosotros, sus hermanos de Oriente.