El 7 de febrero será beatificado en Japón el samurai Ukon Takayama, que se convirtió al cristianismo a los 12 años, intentó limitar el derramamiento de sangre en una época de guerras, prefirió ser exiliado y pobre a recurrir a la violencia o apostatar y esperaba fomentar familias cristianas de japoneses que algún día volvieran a evangelizar Japón: no sabía que el país se cerraría durante dos siglos y medio. 

Murió en 1615 a los 63 años, enfermo y debilitado por sus sufrimientos, a los 40 días de llegar a las Filipinas españolas, donde fue honrado con un gran funeral y respeto público por parte de las autoridades hispanas que lo llamaban "don Justo". 

En 2016 Francisco firmó el decreto que declara que la Iglesia lo considera mártir, porque aunque murió en su lecho y en tierra cristiana lo hizo a causa de sufrimientos provocados por la persecución. 


La Iglesia japonesa cuenta con 42 santos y 393 beatos, pero todos son mártires que murieron en su propio país. En la película Silencio, de Martin Scorsese, pueden verse 5 grupos de mártires japoneses que perseveran en el martirio: en las aguas hirvientes, en las rocas y las mareas, quemados en el fuego, arrojados al mar o decapitados, en los años finales de la persecución.

Pero el caso de Ukon Takayama es distinto, y está ambientado varias décadas antes. A los obispos japoneses les interesa presentarlo más bien como ejemplo de hombre público y político


Para el postulador de la causa, el padre Kawamura, este daimio puede ser un modelo para los políticos actuales, porque vivió en un entorno hostil, de políticas siempre cambiantes, pero “nunca se dejó extraviar por los que le rodeaban y vivió una vida según su conciencia, de forma persistente, una vida adecuada para un santo, que sigue dando ejemplo a muchos hoy”. 

Su padre, el señor feudal Tomoteru, estudió con detenimiento la propuesta cristiana, le gustó, y se bautizó él y su casa, incluyendo a su hijo, que tomó el nombre cristiano de "Justo". 

En 1578, con 26 años, siendo señor del castillo Takasuki, el joven samurai cristiano dio ejemplo de su temple al entregarse como rehén a un poderoso gobernante para evitar una matanza. A éste le impresionó el joven y le premió con su confianza y con títulos. Cuando le entregaron el feudo de Akashi, logró que 2.000 personas se bautizaran en poco tiempo. 


Pero en 1587 acabó la tolerancia para el cristianismo en Japón y empezaron persecuciones en distintas regiones y la expulsión de los misioneros. Algunos nobles, como Ukon Takayama, podían maniobrar, más o menos, para demorar o esquivar las presiones y proteger a sus vasallos cristianos. Pero menos de 30 años después, en 1614, el nuevo shogun Ieyasu Tokugawa lanzó la prohibición total del cristianismo. 

Ukon, con más de 60 años, respondió al shogun: “No voy a luchar con armas o espadas, sólo tendré paciencia y fe de acuerdo con las enseñanzas de mi Señor y Salvador, Jesucristo”.

Ese año 3 barcos dejaron Japón con cristianos japoneses. Dos iban a la portuguesa Macao. Otro, en el que viajaban Ukon Takayama, su esposa, hija y nietos, y unos 100 laicos japoneses, fue a Manila




“Dios dice que quien toma la espada se arruina con ella. Formad familias en Filipinas y regresad a Japón como enviados para la paz”, dijo el daimio en el puerto de Nagasaki a su pueblo que se exiliaba con él. 

Su esperanza es que aquellos cristianos volverían a Japón, más numerosos, como un puente entre culturas. Ya no pensaba en ejércitos, sino en algo más poderoso, que vive de generación en generación: pensaba en familias.

Pero ese plan no funcionó porque Japón se cerró completamente a los cristianos y extranjeros (con la cruel persecución sistemática que muestra la película "Silencio"). Los japoneses cristianos de Manila se casaron con pobladores de Filipinas y nunca volverían. 

Roy Peachey recomienda en la revista First Things al novelista japonés Kaga Otohiko, quien "se convirtió al catolicismo por influencia de Shusaku Endo, y escribió sobre Ukon Takayama, el samurai que se convirtió al cristianismo". Por desgracia, dice, su novela no se ha traducido a lenguas occidentales. 

Japón había llegado a tener 300.000 cristianos antes de la persecución. Cuando después de dos siglos y medio de no tener ningún sacerdote (nadie para perdonar pecados, nadie para celebrar la misa) se abrió el país a la presencia extranjera, se contabilizaron unos 30.000 cristianos que habían perseverado en zonas muy remotas, escondidos, aferrados a oraciones y devociones aprendidas siglos antes.