En el corazón de la noche, negra como la pez, una madre y una hija rezaban desesperadamente a un Dios desconocido, en un momento en el que se podía decidir su vida o su muerte. "Te ruego, Dios, ayúdanos a atravesar la frontera haciendo que los guardias caigan en un sueño profundo".
Decidí escapar de Corea del Norte para darle a mi única hija un futuro mejor. Era el año 2009 cuando, con cuarenta años, atravesé la frontera con mi hija de trece años. En Corea del Norte trabajaba en una empresa que comercia con oro cerca de la frontera, mientras que mi hija, en lugar de ir al colegio, trabajaba en un pequeño comercio. Cuando mi marido murió prematuramente tuve que trasladarme cerca de la frontera para buscar un trabajo.
Un día las fuerzas de seguridad me convocaron y un guardia me amenazó diciéndome que no podíamos vivir y trabajar allí puesto que no teníamos autorización. De hecho, en Corea del Norte es muy difícil cambiar la propia residencia, aunque muchas personas se trasladan en secreto para buscar un trabajo. Estaba rodeada de personas sin autorización. Así, cuando el guardia vino a hacerme las preguntas y a ordenarme que obtuviera un permiso de residencia si quería seguir viviendo allí, entendí que sólo quería dinero. Sabía que un montón de gente antes de mí había obtenido ilegalmente un permiso de residencia corrompiendo a un guardia de seguridad. Pero en ese momento pensé en mi pequeña, crecida sin padre y obligada a trabajar desde los once años. No podía dar a ese guardia el dinero ganado tan duramente y que mi hija y yo habíamos ahorrado durante años, superando todo tipo de adversidades.
Luché durante mucho tiempo y por esto fui condenada a trabajos forzados. Cuando salí, decidí huir de Corea del Norte. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. Así, con una mezcla de miedo e inquietud, fui a un chamán para buscar una vaga esperanza. Le pregunté cuál sería el mejor momento para poner en práctica mi plan, del que dependía toda mi vida. El chamán me respondió que no me preocupara demasiado, que continuara mi camino y que me fuera en cualquier momento: "Dios te guiará", me dijo. Añadió también que le preguntara a Dios qué quería yo realmente antes de irme. Entonces no entendí a quién me decía que rezara. Para mi fue chocante y sorprendente oír a un chamán decir este tipo de cosas. No sabía exactamente de qué Dios hablaba, pero es curioso que haya sido él la primera persona en hablarme de Dios en toda mi vida.
De hecho, desde pequeña recibí una educación centrada en la ideología de Kim Il-sung, el único que puede ser venerado en Corea del Norte, y crecí repitiendo que todas las religiones son como la droga. Que el chamán me hablara de Dios era más increíble que mi decisión de huir. Esta es la razón por la que estaba verdaderamente confundida. Pero en el momento de atravesar el río Yalu, en la frontera con China, me encontré pidiendo desesperadamente a Dios que nos salvara, a mi hija y a mí. Dios escuchó mi oración y conseguimos atravesar la frontera sanas y salvas, escondiéndonos en China durante un tiempo.
Pero también en China la vida estaba hecha de inquietud e inseguridad. Mi hija y yo temblábamos cada vez que oíamos las sirenas de los coches de policía en la lejanía. Teníamos miedo de ser capturadas. De hecho, si los "desertores" son descubiertos en China, son repatriados a Corea del Norte. Se dice también que las mujeres norcoreanas que están ilegalmente en China son vendidas como esclavas o prostitutas. Durante nuestra estancia teníamos tanto miedo que rezábamos continuamente a Dios para que no nos abandonara en ese peligro. El miedo sólo desapareció cuando tocamos suelo tailandés.
Tras pasar varios meses en Tailandia llegamos a Corea del Sur. Nos dirigimos a las oficinas del centro educativo estatal para refugiados norcoreanos Hanawon. Aquí conocí a dos religiosas que me encaminaron hacia la fe. Con la gracia de Dios fui bautizada y confirmada en la Iglesia católica, y renací como miembro de un nuevo mundo.
El Señor ha sido mi apoyo y mi consuelo desde que me establecí aquí. Ha aplacado mi rabia y secado mis lágrimas cuando los prejuicios de muchos surcoreanos, que me despreciaban y me daban la espalda, me causaba dolor. Me dio valor y consuelo todas las veces que me encontré en dificultades. Cuando enfermé de cáncer y caí en un profundo estado de frustración, Dios estuvo a mi lado para darme valor, diciéndome que podía superarlo porque ya había superado dificultades mayores para escapar de Corea del Norte y de China. Durante mi larga batalla contra la enfermedad Dios estuvo siempre conmigo: a veces como un amigo con el que desahogarme, otras como una roca sobre la que lanzar mi rabia. Dialogar con Dios ha sido una medicina misteriosa y analéptica que me ha dado fuerzas y me ha hecho madurar.
Si alguien me preguntara por qué doy gracias a Dios y no puedo dejarlo, diría que Dios es el Único que conoce todo de mí y del cual espero la solución a cada uno de mis problemas. Dios vino a mi encuentro de una manera misteriosa y aunque sé que me llevará por caminos desconocidos, confío en Él porque sé que estará siempre conmigo.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).