En Arkaivkheer hay una pequeña comunidad católica formada por 24 bautizados a la que se suman algunos mongoles atraídos por el cristianismo. Al frente está el misionero italiano de la Consolata, Giorgio Marengo, que en una carta enviada a Asianews relata cómo han vivido la Navidad en la yurta (tienda típica mongola) que hace de capilla:
Cristo ha nacido en el tiempo, ha asumido nuestra condición humana y de esta manera, ha abierto el paso del cielo a nuestras vidas. Ese cielo que en Mongolia se contempla como inmenso, por encima del amplio perfil del horizonte y que se destaca incluso desde adentro de la yurta, la tradicional tienda mongola, que no tiene más abertura que la que se encuentra a lo alto, redonda y dividida en secciones triangulares. Pero hoy ha quedado claro que lo que sostiene el universo no es el eterno retorno o el círculo siempre inmóvil de los astros - a lo cual alude simbólicamente la forma de la rueda-, sino el signo de este Niño en el cual el Altísimo ha decidido encarnarse.
Y son muchos los que vinieron a nuestra yurta-capilla en la noche del 24 y en la mañana del 25, para contemplar este misterio del Todopoderoso hecho niño. Nos habíamos preparado con la novena y con un momento de retiro en la mañana del 24, una pausa para saborear la Noche Santa.
La pequeña comunidad católica de Arvaikheer (24 bautizados y algunos simpatizantes) respondió con entusiasmo a esta propuesta de oración como preparación para la Navidad, que como misioneros y misioneras de la Consolata propusimos ya desde los primeros años. Una meditación para introducir a la oración personal, luego a la adoración eucarística, y tiempo para las confesiones.
El día 25 muchos niños acudieron a la capilla para celebrar la Navidad
Luego hubo una misa por la noche, que fue presidida por el joven misionero congolés, el padre Dieudonè Mukadi Mukadi. Sus palabras fueron una invitación a la simplicidad y a la humildad del niño nacido en Belén. María nos ofrece a su Hijo, sabiendo que ya no es más solamente suyo, sino que es para todos. Y si queremos recibirlo en nuestra vida, debemos aprender justamente de Ella y tomarla como nuestra Madre de la fe. Palabras que resuenan profundamente en una cultura que honra mucho a la madre y en la cual la mujer ocupa un rol destacado en la sociedad.
En la mañana del 25 éramos realmente muchos, con una buena presencia de niños, en el barrio donde se encuentra la misión, en la periferia de la ciudad cabecera de la región mongola de Uvurkhangai. Dios está con nosotros y tiene un rostro humano, podemos conocerlo y así volvernos más hombres, siendo hijos de Dios. Este es el principal motivo de nuestra alegría del día de hoy, que también debe irradiarse en los otros 364 días del año. Ante la elevación del cuerpo eucarístico, en la misa, la luz intensa que hace brillar la estepa irradia el altar de la yurta-capilla, pasando a través de la abertura circular del techo.
La pequeña comunidad católica celebró con devoción la Eucaristía de Navidad
Al salir de la yurta, deberán reconocernos no como aquellos que han participado en una de las tantas fiestas de fin de año –muy populares en Mongolia- sino como gente que tiene una esperanza nueva en el corazón y que se vuelve germen de una sociedad más humana y justa: ¡si Dios se ha hecho hombre, cada persona tiene una dignidad inmensa!
Un pequeño concierto de Navidad cierra la fiesta, antes del almuerzo para todos. Con un micrófono en mano, hasta los más pequeños juntan coraje y recitan las rimas aprendidas en la escuela y cantos tradicionales. Los más grandes han preparado una representación de la Natividad, donde la estrella-cometa es sostenida por una figuranta, que a la vez hace de techo de la cabaña de Belén.
Luego, cada uno parte rumbo a su yurta o a su casa, con cientos de niños que van tomados de la mano desafiando el frío intenso que precede a una nevada. Mañana [26 de diciembre] se retoman las actividades habituales, pero en el corazón hay una esperanza nueva: Dios ha elegido esta tierra para habitar entre nosotros, incuso en la estepa mongola.
¡Confiemos en Él!