Por un periodo de treinta días, el pasado mes de julio un destacamento de soldados de las fuerzas especiales rusas llevó a cabo diversos entrenamientos militares en medio de un entorno de naturaleza salvaje en Siberia dirigido por miembros de una comunidad local de "antiguos creyentes".
 
Pero, ¿qué puede enseñar una comunidad religiosa siberiana, muy cerca de Mongolia, de hombres de frondosa barba y que se resisten a utilizar los avances tecnológicos, a unos soldados de élite de Rusia?
 

Los “viejos creyentes”, “vetero-creyentes” o “antiguos creyentes” es una comunidad cristiana ortodoxa que surge a partir de un cisma dentro de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en el siglo XVII.

Son partidarios de la vieja liturgia y cánones eclesiásticos que no aceptaron la reforma de Nikon en 1654, fecha a partir de la cual fueron cruelmente perseguidos y diezmados.
 
Conservadores de una moral estricta, partidarios de la prohibición tajante del alcohol y del tabaco, y de la prohibición de rasurarse la barba. Para evitar lo que fue a su parecer la profanación de la fe, muchos de los viejos creyentes escaparon a las regiones remotas de Rusia o se quemaron vivos con sus familias. Se estima que en la actualidad su población puede oscilar entre los 2.000.000 y 2.500.000 fieles.


Antiguos creyentes del siglo XIX


Según informa Russia Beyond The Headlines, los soldados llevaron a cabo una incursión de 100 km en lugares de naturaleza salvaje, abundantes en rutas de gran complejidad a lo largo del río Maly Yeniséi, en la república de Tuvá, una alejada región rusa limítrofe con Mongolia.
 

Tropas del Ejército ruso en Siberia

Los antiguos creyentes siberianos, que viven aislados y reniegan de muchos aspectos de la vida moderna, transmitieron a los soldados sus habilidades de orientación en las zonas despobladas de montaña más profundas e instruyeron a los soldados en la consecución de alimentos en la taiga.
 
No obstante, las tradiciones de los antiguos creyentes dificultaban la tarea de buscar alimento. “Tienen prohibido cazar presas con patas, como las liebres o los osos, y se permite la carne de animales con pezuñas. Sí que pueden comer aves forestales y peces, frutos secos y bayas”, aclara el servicio de prensa del Distrito Militar Central.
 
A cada miembro de la expedición militar se le entregaron cinco cartuchos por si acaso se encontraban un oso en su camino. No obstante, durante los cinco días de marcha por estas zonas salvajes no se produjo ningún encuentro con animales peligrosos.
 
Para organizar la incursión, los soldados del Distrito Militar Central se pusieron de acuerdo previamente con los miembros de una comunidad local de antiguos creyentes.
 
La colaboración experimental entre los militares y los religiosos ha sido muy útil a la hora de reforzar las habilidades de supervivencia en estos lugares. “Durante la preparación nos topamos con un problema: nuestros instructores no cuentan con habilidades suficientes de supervivencia en zonas de taiga de alta montaña. Para mejorar la preparación militar de los instructores, primero hemos trabajado con antiguos creyentes”, cita TASS al comandante de las tropas del Distrito Militar Central, el general coronel Vladímir Zarudnitski.
 
Aunque la comandancia se ha declarado satisfecha con el experimento, los representantes del Distrito Militar Central por ahora no han confirmado si esta formación entrará en el programa estándar de preparación de soldados.
 

Los antiguos creyentes siberianos viven de forma aislada, llevan más de tres siglos conservando las costumbres y tradiciones de sus antecesores. En las comunidades tratan bien a los visitantes, aunque no los invitan a sus casas. Los hombres llevan barba y las mujeres se cubren la cabeza con un pañuelo. Escogen a sus cónyuges entre las familias de antiguos creyentes. Observan el ayuno de forma rigurosa. Son muy selectivos en la comida y la bebida, tomar té o café se considera un pecado. No fuman ni beben alcohol.
 

Familia de antiguos creyentes rusos.

De entre los últimos avances de la civilización, han adoptado recientemente los teléfonos móviles y solo unos pocos tienen internet. Sin embargo, en el curso superior del río Mali Yeniséi, donde terminan los caminos, viven familias cerradas a los visitantes que siguen rechazando el uso de los objetos de la vida moderna.