El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no tardó ni una hora en firmar la conversión en mezquita y la autorización para el culto musulmán en la basílica de Santa Sofía, que había sido convertida en museo en 1934 por el gobierno del laicista Kemal Ataturk. El Consejo de Estado, máximo órgano judicial del país, había anulado esa decisión del considerado padre de la Turquía moderna, a la que Erdogan está dando ahora la vuelta con su creciente islamización.
El templo cristiano, cuyos orígenes se remontan al siglo VI, fue convertido en mezquita tras la caída de Constantinopla en 1453, y desde entonces y hasta la decisión de Ataturk se celebró allí el culto mahometano. Ya el 23 de marzo pasado se llamó a la oración desde sus minaretes, en un anticipo de que el ejecutivo ponía toda la presión política y social sobre los jueces para conseguir sus objetivos.
El patriarca ortodoxo griego Bartolomé I había mostrado su desagrado con la hipótesis de la reislamización porque "empujará a millones de cristianos de todo el mundo contra el Islam" y "será una causa de ruptura entre estos dos mundos". Y coincidió con la preocupación de la Unesco de que esta resolución perjudique a la universalidad del monumento, declarado Patrimonio de la Humanidad y "lugar simbólico de encuentro, diálogo, solidaridad y comprensión mutua entre el cristianismo y el Islam".
El 15 de julio podría tener lugar la primera oración en la basílica, un golpe a los cristianos del país y a todos los fieles de la comunidad ortodoxa griega, y en general a los cristianos de todo el mundo, que ven caer lo que fue durante casi mil años un símbolo de la Cristiandad mediterránea.