Según el padre Dan Doyle, coordinador de la Iglesia católica en la Antártida, "hay un decrecimiento gradual en la religiosidad, así como un menor número de personas que trabajan en la Estación de McMurdo y un recorte en el presupuesto". De las dos mil personas que trabajaban allí de octubre a febrero (verano austral) hace diez años se ha pasado a sólo 1200.
Para el padre Doyle, cuando se ordenó sacerdote su sueño era ir a la Antártida: "Ha sido una magnífica experiencia ejercer mi ministerio en los confines de la tierra. Solíamos volar hasta el Polo Sur para un día o dos, salíamos a recorrer las estaciones exteriores, y buscábamos glaciares y refugios históricos. Cuando trabajaban las excavadoras yo podía ser su referencia permaneciendo de pie sobre el hielo. Y en multitud de ocasiones he tenido que contar pinguinos". Como los que pueden verse adornando la entrada de la capilla.
Doyle no puede evitar una "sensación de tristeza". Llegó por primera vez a la Antártida en los años 70, y recuerda cómo la radio, un instrumento capital para mantener el contacto con el mundo exterior, ha sido sustituida por internet. Ahora la gente ya no se siente tan aislada y precisa menos el servicio de acompañamiento y consejo que prestaban los sacerdotes diocesanos además de su labor sacramental.
A pesar de la marcha del padre Doyle, en la Antártida seguirá habiendo capillas atendidas, como la de la base argentina Belgrano II, hecha totalmente de hielo, o la que se planea construir en la estación italiana Mario Zucchelli.