David P. Goldman es un economista norteamericano y conocido periodista económico, criado en una familia de origen judío no religioso en EEUU, que ha escrito en The Wall Street Journal y Forbes y popular por su libro de 2011 Cómo mueren las civilizaciones (How Civilizations Die) y, más recientemente, de 2020, Seréis asimilidados: el plan de China para sinoformar el mundo (You Will Be Assimilated: China's Plan to Sino-Form the World).
Ha publicado el 10 de enero un editorial en American Mind sobre la desastrosa natalidad en EEUU: 1,67 nacimientos por mujer en edad fértil, la más baja de su historia.
Pero España está por debajo de esa cifra ¡desde 1985, es decir, desde hace una generación entera!
Goldman comenta: "Hace diez años, cuando publiqué Cómo mueren las civilizaciones, los Estados Unidos todavía tenían bebés según la tasa de reemplazo, aunque (como señalé) esto dependía de la alta fertilidad entre dos grupos de estadounidenses: los cristianos evangélicos y los hispanos. Ahora, el invierno demográfico ha caído en Estados Unidos y no hay un camino claro hacia la recuperación. La única solución a medio plazo radica en la inmigración de adultos calificados y las únicas dos fuentes potenciales de inmigración a gran escala de adultos calificados son China e India”.
"Ahora tenemos otros diez años de datos, lo que corrobora mi tesis de 2011: la disminución de la fertilidad estadounidense se deriva (y de hecho se espera) de la disminución del compromiso religioso entre los estadounidenses. Esto tiene profundas implicaciones para las políticas públicas. Si la fe religiosa es el determinante más importante de la fecundidad, las políticas públicas solo pueden tener un impacto pequeño en las tasas de natalidad”, avisa.
No es algo que suceda sólo en EEUU, ha pasado en España, en Europa y en todos los países con economía moderna.
Tener más hijos: una decisión espiritual
Para Goldman, tener hijos es una decisión espiritual precisamente porque ya no se ven como una ayuda económica para la familia. Y por eso, en países modernos, al bajar la espiritualidad, bajará la natalidad.
«En la era moderna el compromiso religioso ha sido el factor más determinante en el deseo de traer al mundo a las generaciones futuras […]. En las sociedades agrícolas y en la industria moderna temprana, los niños eran mano de obra barata y se consideraban un recurso con un valor monetario definible. Cuando los sistemas de pensiones nacionales reemplazaron el cuidado familiar de los ancianos y los niños ya no tendrían que trabajar hasta la edad adulta temprana, los niños comenzaron a constituir un valor espiritual en lugar de monetario", explica.
No basta con creer: hay que ser practicante y comprometido
La gente no tiene hijos simplemente por tener la opinión de que Dios existe. Los creyentes poco comprometidos, los que apenas se pasan por la iglesia o templo, no tienen hijos. Los que tienen hijos son los practicantes y muy implicados.
Goldman pone un ejemplo de manual con los judíos (datos de mayo de 2021 del Pew Institute): los judíos ortodoxos en EEUU tienen una media de 3,3 hijos, mientras que el resto de judíos tienen 1,4. Además, los judíos ortodoxos empieza a tener hijos hacia los 23 años, mientras que los otros judíos lo hacen hacia los 28.
(Compárese con España: de media, las españolas tienen su primer hijo a los 31,1 años -datos de 2019-, y desde 2011 los tienen pasados los 30 años).
La conclusión de Goldman es que el mayor incentivo para tener hijos es la religiosidad. Las políticas públicas basadas en ayudas familiares o económicas pueden conseguir muy poco para aumentar la natalidad, mucho menos que un retorno a la religión.
Goldman coincide en eso con lo que decía el demógrafo español Alejandro Macarrón: para que mejore la natalidad de un país, no basta con ofrecer algún dinero a las madres, se requiere toda una cultura intensamente profamilia.
La relación entre más religiosidad y más hijos aún merece más estudios. Una investigación de Thomas Baudin en 2015 (aquí en PDF) constataba que la alta religiosidad (medida por su asistencia a la Iglesia) es la única cosa -ni los ingresos, ni el entorno rural o urbano, ni los estudios- que aumenta el número de hijos por mujer entre los católicos franceses.
También detallaba que esa alta religiosidad no afectaba a los que no tenían hijos: afectaba más bien a que los que tenían, se animaban a tener más.