El dedo del Fondo Monetario Internacional (FMI) se posa sobre el mapa de África, señala Burkina Faso y concluye que este es uno de los diez países más pobres del mundo.
Nada que no sepa Eugenio Jover (Valladolid, 1945), misionero de los Padres Blancos que llegó al país en 1970... y que allí continúa porque todavía queda mucho por hacer.
«El país ha mejorado un poquitín. Ahora hay familias que tienen moto y no solo bici. Hay teléfonos móviles. Hay escuelas y electricidad». Aunque la luz no es eterna. «En nuestro pueblo solo tenemos suministro ocho horas al día».
La comunicación por carretera es mala. La que circula por Internet, aún peor. «Todavía hay mucha pobreza», apunta Jover, quien acaba de recibir una de las más altas distinciones del Gobierno del país (Chevalier de l’ordre national), que reconoce así su trabajo para levantar hospitales, construir escuelas, abrir centros contra la malnutrición infantil, contribuir a la preparación de presas y embalses para cultivos.
Y, además, su labor como misionero.
«En 1970 pedí un país que no tuviera mayoría cristiana, donde hubiera trabajo que hacer», recuerda.
Y le propusieron Burkina Faso, donde hay una iglesia por cada cinco mezquitas, donde la mitad de la población es musulmana, donde el 30% profesa la religión animista, donde el cristianismo se abre paso.
Sus primeros años coincidieron con una gran sequía que asoló el país. La falta de agua vuelve a complicarle ahora su labor. Acaba de mudarse a una nueva parroquia en el Sahel. Se llama Arbinda. Y sí, aquí llueve poco.
En los meses de más calor (marzo y abril) el agua no solo escasea, sino que desaparece. Hay tanto por hacer... «Afortunadamente recibimos ayuda de Manos Unidas, de Cáritas...».
El Ayuntamiento de Valladolid también destina parte de sus fondos de cooperación al desarrollo a programas en este país. «Gracias a ese dinero que viene de mi ciudad hemos podido levantar una escuela», explica Jover, quien se muestra ilusionado por el proyecto que tiene entre manos y que podrá salir adelante con la ayuda de Cáritas.
«La idea es entregar cerdos y ovejas a familias con pocos recursos. Las crías que obtengan las repartirán entre otros hogares en su situación. Se creará así una red de colaboración entre familias que esperamos sirva para multiplicar sus recursos».
«El problema de las ayudas institucionales es la excesiva burocracia que las rodea y que ralentiza todo el proceso», apunta Jover, quien agradece cualquier mínima ayuda que se pueda hacer desde España.
«Pueden ser 20 euros, 30, 50. Todo es bien recibido». Confía, por ejemplo, en que si la entrega es a través de las parroquias españolas ese dinero pueda servir para levantar ermitas en el país.
«Lo primero son las escuelas y los hospitales, pero aquí se da misa debajo de un árbol», indica desde el corazón de la pobreza, en un país con una esperanza de vida de 55,8 años (treinta menos que en España), con una renta per cápita de dos euros al día.
¿Hay solución? «Claro. Por eso seguimos aquí. África sigue siendo una gran desconocida. Pero es también un continente con muchas posibilidades, con grandes desafíos. Aquí hay mercado, hay posibilidades, hay necesidades de construcción. ¿Por qué no vamos a animar a los españoles a invertir en África?», se pregunta Eugenio Jover, el misionero vallisoletano que acaba de recibir los máximos honores de un país que le recibió hace 44 años y que todavía tiene mucho camino por andar.