La persecución sufrida durante el siglo pasado demuestra que el pequeño resto de fieles que resiste en las crisis puede transmitir la fe y, sobre todo, ver su renacimiento. Perseguitati per la verità [Perseguidos por la verdad] es el título del libro-álbum que presenta el resumen del enorme esfuerzo realizado por el Instituto de Historia de la Iglesia, de la Universidad Católica ucraniana, para arrojar luz sobre la historia de los greco-católicos ucranianos del siglo XX. Luisella Scrosati ha conversado sobre ello con monseñor Borys Gudziak, arzobispo metropolita de Filadelfia para los católicos greco-ucranianos, en el último número de Il Timone:
-Excelencia, usted ha afirmado que "la historia de la Iglesia greco-católica ucraniana es un caso de estudio", y se ha referido, en particular, al bien que puede ser para toda la Iglesia comprender la "posición práctica, psicológica y espiritual" de estos hermanos nuestros que vivieron bajo el régimen comunista.
-En esta cuarentena podemos vivir una experiencia que se acerca a la de la Iglesia de las catacumbas, aunque sea de manera reducida. En el siglo XX, dos mil millones de personas vivieron dentro de un laboratorio de experimentos totalitarios. Su psique se quedó totalmente traumatizada. La estructura del pensamiento, los reflejos, los comportamientos estuvieron sometidos a un estrés continuo.
»Creo que esta atención al trauma causado por el totalitarismo puede explicar los diversos fenómenos de nuestra experiencia contemporánea. Desde el punto de vista espiritual, la experiencia de la Iglesia greco-católica ucraniana, que fue perseguida durante medio siglo y considerada ilegal durante casi cuarenta años, puede abrir una ventana sobre el futuro. A pesar de haber sido despojada de todas sus infraestructuras, de quedarse sin edificios, sin instituciones, de ser reducida a una pequeña comunidad, la Iglesia mantuvo unos vínculos prácticos, psicológicos y espirituales muy sólidos, y estaba dispuesta a grandes sacrificios con tal de continuar la vida de la Iglesia en circunstancias que, a veces, parecían imposibles.
-¿Puede darnos alguna indicación de la debacle numérica que sufrió la Iglesia greco-católica ucraniana?
-En 1939, había unos cuatro millones de bautizados y 3000 sacerdotes. Tras cincuenta años de guerra y de persecución quedaron 300 sacerdotes; cada uno de ellos guiaba a unas 100 personas. La Iglesia clandestina ucraniana comprendía por lo tanto, 30.000 personas, que tenían contactos regulares con los sacerdotes y vivían la Divina Liturgia en las catacumbas.
Otros greco-católicos de Ucrania occidental iban a sus iglesias locales, forzadas a convertirse en ortodoxas, pero la mayoría de la población ya no iba a la iglesia.
-¿La causa de la debacle numérica fueron los muertos o la defección de la fe?
-La situación es compleja. En 1932-1933, en el centro y este de Ucrania hubo una gran carestía; después llegaron las purgas de Stalin, que afectó a las élites políticas, militares y culturales. A continuación llegaron las violencias militares de los ejércitos nazi y soviético, esta vez en Ucrania occidental. A finales de los años 40, el 10% de la población de Ucrania occidental, principalmente los greco-católicos, fue deportada a Siberia. En la primavera de 1945, Stalin hizo arrestar a los obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana. Al año siguiente, las autoridades soviéticas liquidaron todas las estructuras visibles de la Iglesia, organizando un pseudo-sínodo, en el que 260 sacerdotes votaron a favor de la abrogación de la unión con Roma y en favor de la unificación con la Iglesia ortodoxa rusa. Hay que tener en cuenta que, en esa época, ya había obispos e importantes miembros del clero que habían sido encarcelados. Los miembros del clero que se negaban a aceptar la liquidación de su Iglesia eran arrestados y deportados a Siberia.
-¿Qué significaba en concreto la clandestinidad de la Iglesia ucraniana?
-Entre 1945-1946 y 1953, año de la muerte de Stalin, la vida de la iglesia clandestina había sido reducida a la nada: todos los obispos y gran parte del clero estaban en Siberia. Los pocos que quedaron fueron obligados a prestar servicio en las estructuras de la Iglesia ortodoxa rusa. También la Iglesia católica romana fue diezmada: pasaron de tener miles de parroquias a sólo 10-15.
El cardenal Jozyf Slipyj (1892-1984), arzobispo de Lviv [Leópolis], pasó 18 años en la cárcel, buena parte de ellos en trabajos forzados en Siberia. Su figura inspiró a Morris West para el personaje protagonista de su novela Las sandalias del pescador, llevada al cine en 1968 por Michael Anderson y protagonizada por Anthony Quinn.
»Fue sólo tras la muerte de Stalin cuando algunos obispos y sacerdotes fueron puestos en libertad. Fueron ellos los que construyeron la red de vida cristiana. Al no tener ni iglesias ni estructuras, pequeños grupos de 5-20 personas, guiados por sacerdotes, se encontraban para la oración y la Divina Liturgia en casas y pisos. En cierta medida, la vida cristiana se preservó en las familias. Los padres y los abuelos eran los que se encargaban de enseñar a los niños a rezar.
»Sin embargo, el número de familias que mantenía una vida regular de oración iba disminuyendo gradualmente, porque todo el sistema educativo de la Unión Soviética trabajaba para eliminar la fe: cuando la policía secreta o agentes infiltrados descubrían la práctica religiosa doméstica, esto podía comportar la pérdida del trabajo. Los padres no querían enseñar a sus hijos cosas que podían revelar, sin darse cuenta, en el colegio. Sin embargo, los que perseveraban en la vida eclesial en las catacumbas eran verdaderos confesores de la fe. Los que elegían a Cristo tenían que renunciar a muchas cosas del mundo en el que vivían, tenían que enfrentarse al peligro y, también, a renunciar a la posibilidad de una carrera en la sociedad. La perspectiva, humanamente hablando, era la de una próxima extinción.
-Pero luego hubo una recuperación milagrosa. Es la lógica de la semilla que muere para dar fruto.
-Nadie, en la Iglesia clandestina, se esperaba la caída del comunismo. Los cristianos de las catacumbas estaban dispuestos a vivir su fe en circunstancias extremas durante toda la vida. Pero, de repente, un superpoder con recursos ilimitados para ejercer el control sobre la población, armado hasta los dientes, defendido por el segundo arsenal nuclear más grande del mundo, cayó. Y esto sucedió cuando la Iglesia de las catacumbas estaba ya reducida a su más mínima expresión. En 1980 yo estaba estudiando en Roma; después fui a Estados Unidos y Polonia. Cuando contaba mi intención de trabajar para la Iglesia ucraniana, recuerdo que algunos expertos, levantando los hombros, me decían: "La historia de tu Iglesia es trágica, pero no tiene futuro y hay que pasar página".
-Pero Dios tenía otros proyectos.
-Con brazo poderoso, el Señor sacó de la tierra de la esclavitud a la Iglesia greco-católica y a todo el pueblo ucraniano. Fue un don. Una gracia. Un milagro. El fruto del generoso sacrificio de los mártires y, sobre todo, un acontecimiento pascual, que nadie hubiera imaginado y que nadie es capaz de explicar plenamente. Ninguna estrategia o plan pastoral habría podido ponerlo en marcha. Hoy, nuestra Iglesia tiene unos 3.000 sacerdotes, con una edad media de 40 años, 34 eparquías y más de 50 obispos.
»La resurrección de la Iglesia clandestina es un gran aliciente ante los desafíos actuales, ya sean estos el secularismo o la crisis del Covid-19.
-A la luz de los relatos que ha reunido, ¿nos puede indicar algún "secreto" para ser totalmente libres bajo un régimen que pretende controlarlo todo, ayer como hoy?
-El clero y los fieles de la Iglesia clandestina eran hombres normales y pecadores, con las habituales debilidades humanas. Había conflictos y divisiones. Pero todos mantuvieron sus ojos fijos en el Señor y creían en la Divina Providencia. Creían que, aunque privados de las iglesias, de las infraestructuras, de todo poder y autoridad social, seguían siendo hijos de Dios, y que Dios no les habría abandonado nunca, ni a ellos ni a la Iglesia.
-¿Cuál es, en su opinión, el mal que nos afecta a nosotros, los cristianos de Occidente?
-Hemos confiado en la cultura y las estructuras políticas, y hemos pasado a ser excesivamente dependientes del Estado y de la cultura en general para poder ser aceptados, apreciados y sostenidos económicamente. El actual proceso de deconstrucción de esta dependencia liberará a los cristianos. La Iglesia será más pequeña, como escribió el Papa Benedicto hace tiempo; pero cuando vuelva a la sencillez y la prioridad de las relaciones, de corazón a corazón, renacerá. Una cosa está clara: en términos de números y estadísticas las cosas empeorarán antes de que eso ocurra. Nuestro desapego aún no se ha llevado a cabo. La experiencia de las catacumbas y la que vivimos en esta crisis pueden convertirse en origen de intuiciones vivificantes para el futuro.
Traducido por Elena Faccia Serrano.