«Somos apasionados – declara a Ap - y no nos detendremos. Continuaremos mientras sea posible».
Saade distribuye vino en todo el mundo y sus bodegas han resistido a los combates y al ambiente prevalentemente islámico, donde la producción, la venta y el consumo de alcohol están prohibidos.
Para familias como los Saade, subraya la Ap, la producción de vino no es sólo un negocio, sino también una afirmación de las propias raíces.
Se trata de un verdadero y propio arte que se remonta a tiempos muy antiguos; por esto, este empresario no se limita a producir, sino que quiere también «mantener un vino de alta calidad».
La bodega de Saade se encuentra en una zona relativamente segura de Siria, que está aún bajo el control del ejército de Bashar Al Assad, que ha tolerado siempre la compraventa de bebidas alcohólicas.
Sin embargo, las dificultades son enormes. Los impactos de mortero a menudo destruyen los viñedos. En junio fueron destruidos una quincena, con los que Saade realizaba el Chardonnay.
Además, la uva y las botellas deben ser transportadas en taxi, casi siempre siguiendo recorridos complicados a causa de los puestos de control.
A esto hay que añadir que ser una familia de productores no es fácil: el riesgo de ser secuestrados es alto.
Viñedos en Siria, una cultura anterior a la prohibición islámica
Tampoco en Líbano, donde Saade gestiona sus negocios, la situación no es de las mejores, dado que la industria del vino está concentrada en la región oriental de la Bekaa, bastión durante mucho tiempo de Hezbollah y desestabilizada ulteriormente por la llegada de millones de sirios en fuga.
La situación no es de las más favorables, pero Saade no se descorazona y sabe ver el lado positivo de este drama.
De hecho, muchísimos europeos se sorprenden cuando descubren de dónde proviene su vino: «Sonríen siempre. Seguramente es una gran sorpresa para ellos».
La empresa de Sadee consigue producir casi cuarenta y cinco mil botellas al año, y entre ellas se encuentran algunas de alto nivel que se venden al precio de 35 dólares.
Las obras de los cristianos son una gran señal de esperanza en una Siria arrasada por la guerra. En uno de los viñedos de Saade, situado en la frontera entre el Líbano y Siria, la mayor parte de las trabajadoras ha huido de Raqqa, capital siria del Califato, donde beber alcohol está castigado con 100 latigazos.
Una de ellas, madre de dos hijos con 21 años, explica: «Así consigo mantener con vida a mis hijos».
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)