Durante 10 días pasó por Pereira, en Colombia, su tierra natal, visitando a su familia para luego regresar a sus labores en Togo.
Tiene 43 años y desde los 16, eligió formar parte de esta comunidad religiosa. Dice que aunque no conoce el idioma francés ni mucho menos los otros 20 dialectos que allí hablan las personas, allí ha vivido una de las aventuras más gratificantes de su vida.
Y es que junto a otras cinco religiosas y un sacerdote católico, tienen un hogar para 26 niñas africanas, a las que les enseñan a bordar, leer, escribir y algunos aspectos de la cultura occidental, porque la mayoría de las mujeres de la zona, solo saben realizar labores de agricultura y trabajo pesado.
“Cuando llegué allí, era un mundo totalmente diferente, la temperatura alcanza los 50 grados, las personas comen con las manos y no usan los cubiertos, porque no hace parte de sus costumbres".
"No les entendía nada, pero poco a poco hemos aprendido que nos entendemos por medio de un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el del afecto y el amor fraterno".
"A las niñas les da lo mismo sentarse sobre la silla que sobre la mesa, y la falta de higiene es constante”, indica.
La hermana Graciela cuenta que en Togo, la pobreza hace que las mujeres tengan planchas de carbón, cocinen con leña y las casas sean chozas de guadua [un tipo de bambú] y paja, si bien estos materiales se utilizan también como una forma de aminorar el ardiente calor porque son muy frescos.
“A una niña de 13 años, el papá ya está pensando en cambiarla por una cabra o un burro y su marido, la pondrá a trabajar para él. Es común que sean las mujeres quienes carguen las cosas pesadas y que trabajen para darle plata a su esposo, quien a su vez tiene otras 5 o 6 mujeres al tiempo”.
Por esta razón las niñas que logran estudiar tan solo por 3 años, se rapan las cabezas.
“Si están rapadas, los hombres saben que son estudiantes y no se meten con ellas, porque entonces deberán pagarle sus estudios por 3 años y a ellos eso no les interesa”.
Las altas temperaturas y el poco acceso al agua, son situaciones diarias, que la hermana Graciela debe afrontar.
Dice que la calidad del agua es un factor de cuidado.
“No podemos consumir agua de allá porque nos enfermamos. Una vez nos quedamos sin agua y nos tocó hervirla muchas veces porque aunque la sacaban de unos estanques aún así tenía lama. Eso hizo que una religiosa enfermara y también ha servido para que valoremos más lo que tenemos en Occidente".
"Al hogar nos llevan un pan francés en un carro que si lo comparas con los de Colombia, ese carro podría ser el de la basura o una chatarrería, pero allí son así, no hay más y toca aprender a vivir con eso”.
La carencia de médicos en la zona, es uno de los problemas que afrontan las comunidades africanas. Las hermanas adoratrices que allí se encuentran han padecido esta situación; en una ocasión una de ellas se enfermó y aunque había cerca un centro de salud, los médicos no sabían que medicinas ponerle.
“La medicina de Colombia es muy buena, comparada con los pocos elementos y recursos con los que se cuenta en África, por eso agradecemos mucho cuando un médico nos dice que va a donar su tiempo de vacaciones para atender a la comunidad en Togo”, afirma Graciela.