Es difícil ser cristianos si se vive en Laos, país del sudeste asiático con seis millones de habitantes.

Aún más difícil es sobrevivir bajo uno de los últimos regímenes comunistas que quedan en el mundo si se renuncia a los tradicionales ritos budistas y animistas para abrazar el cristianismo.

Tampoco morir como cristianos es un derecho en este lengua de tierra aplastada entre Vietnam, Tailandia y Camboya.


La historia de la señora Chan, fallecida la mañana del 22 de junio tras dos años de enfermedad y los inútiles intentos de médicos y sanadores locales, resume ella sola todas las dificultades a las que se tiene que enfrentar la minoría cristiana para tener un lugar en esta tierra martirizada.

Madre de ocho hijos, cuatro ya casados, en abril la mujer se había convertido del budismo al cristianismo junto a toda la familia.

La noticia, que se difundió rápidamente en Saisomboon (provincia de Savannakhet), donde vivía, irritó al jefe de la aldea: de hecho, era la quinta familia que se convertía en poco tiempo en el territorio bajo su jurisdicción.



Puesto que un cristiano no puede ser enterrado en los cementerios estatales en Laos, a no ser que renuncie a la cruz en la lápida y en el funeral, los familiares de la señora Chan pidieron y obtuvieron el permiso de celebrar una ceremonia cristiana y enterrarla dentro de su propiedad.

Para esta ocasión, los cinco líderes de las comunidades cristianas de las aldeas vecinas participaron en la función y guiaron la oración.




Pero la tarde del 23 de junio, durante las exequias, el jefe de la aldea, junto al secretario local del Partido comunista, irrumpieron en la casa de la mujer.

Las autoridades, acompañadas también por la policía, primero impusieron a los familiares la vuelta al budismo y cuando estos se negaron, confirmando su fe en Jesús y la voluntad de dar a la madre un funeral cristiano tal como ella había expresamente solicitado, revocaron el permiso para la sepultura y prohibieron la función.

La policía fue más alla: arrestó a los líderes cristianos acusándoles del homicidio de la señora Chan.

Como refiere Human Rights Watch for Laos Religious Freedom (Hrwlrf) ahora están en la cárcel:

- la señora Kaithong, líder de la comunidad de Saisomboon,
- el señor Puphet, líder de la iglesia de la aldea de Donpalai,
- el señor Muk, líder cristiano de la aldea de Huey, Hasadee, que guía a los fieles en la aldea de Bunthalay
- y el señor Tiang.

Mientras tanto, en ofensa a la fe de la señora Chan, el jefe de la aldea ha obligado a los familiares de la mujer a celebrar funerales budistas y a enterrar a su madre en el cementerio estatal, sin símbolos cristianos.




La persecución de los cristianos en la provincia de Savannakhet no es una novedad. En la misma aldea de Saisomboon, el pasado 20 de mayo, el jefe de la aldea impidió a tres chicas de 14 y 15 años presentarse al examen escolar de final de año.

El motivo, simple: «Son cristianas, no merecen el derecho al estudio». El 25 de mayo, en la aldea vecina de Donpalai, la policía irrumpió en un centro de oración en el que el reverendo Phupet estaba guiando la función dominical.


Los agentes secuestraron 53 Biblias a los fieles gritando: «Estos son libros malvados». El jefe de la aldea intervino posteriormente excusándose por la irrupción, sobre la cual no había sido informado para nada. Pero las Biblias no han sido devueltas. Es también emblemático el caso de 18 familias que, entre 2010 y 2011, fueron expulsadas de su aldea de Katin, en el sur del país, por ser cristianas.

Desde hace años los cristianos viven en un centro de acogida provisional en la jungla, sin posibilidad de procurarse alimentos.

Los jefes de la aldea impiden que los cristianos vuelvan a sus casas y prohiben a los habitantes que les ayuden o les lleven comida. El fin declarado es el de “hacerles pasar hambre hasta que abandonen el cristianismo».

Hasta ahora han sobrevivido «gracias a las limosnas» y a algunos campesinos de la zona que, a escondidas, les han ofrecido un pequeño terreno donde cultivar arroz.

Más allá de los pretextos utilizados cada vez por las autoridades comunistas para interrumpir las funciones religiosas, perseguir a los cristianos y arrestar a sus líderes, el objetivo es «detener la difusión de la fe cristiana en la zona», como afirman los activistas de Hrwlrf.


Desde la subida al poder del Partido Comunista en 1975, con la consiguiente expulsión de los misioneros extranjeros, la minoría cristiana en Laos está sometida a continuos controles y limitaciones de culto, a pesar de que la Constitución asegura el pleno derecho a la libertad religiosa.

Aunque los cristianos son sólo el 2 por ciento de la población, del cual el 0,7 por ciento son católicos, son muy temidos por las autoridades.

Si el budismo theravada, el más difundido en Laos, goza del pleno apoyo a nivel gubernamental en forma de fondos y subsidios, el cristianismo, sobre todo si abrazado por miembros de la minoría étnica Hmong, es considerado de «importación estadounidense» y, por lo tanto, «una amenaza» capaz de socavar la estabilidad y el modelo político y social impuesto por el Partido Comunista.


Cuando la Asean, la asociación que reúne a 10 naciones del sudeste asiático, decidió redactar una Declaración de derechos humanos, el gobierno laosiano se opuso.

De hecho, según el Partido Comunista, la tutela de los derechos humanos puede dar lugar a «conflictos y divisiones», en grado de llevar a la nación el «caos y la anarquía».

Por esto el gobierno ha querido especificar que tanto «los derechos del Estado» como la «seguridad nacional, el orden y la moral pública» superan la «libertad y los derechos de los individuos».


La continua persecución gubernativa, hecha de arrestos indiscriminados, destrucción de los campos pertenecientes a los fieles, limitación de los desplazamientos y continuas amenazas para que se abjure del cristianismo, no han impedido que la Iglesia católica celebrara el 29 de enero de 2011 un acontecimiento verdaderamente histórico: la primera ordenación sacerdotal en 40 años en el área septentrional del país, donde la represión de las autoridades es aún más dura.



El nuevo sacerdote se llama Pierre Buntha Silaphet, tiene 38 años y encarna la esperanza del pueblo cristiano gracias a una circunstancia que los fieles definen «providencial»: su nombre laosiano, Buntha, es el mismo que el del último sacerdote ordenado en el lejano 1970, antes de la llegada del comunismo.

El gobierno había pedido a las autoridades religiosas «no dar demasiada importancia» al acontecimiento, disfrazándolo como una simple «fiesta de la aldea». Inútilmente.

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)