A medida que los rebeldes sirios iban abandonando la parte vieja de la ciudad de Homs, y siguiendo cautelosamente a las compañías de zapadores del Ejército, encargadas de limpiar el campo de batalla de minas y de artefactos explosivos sin estallar, algunos centenares de vecinos han vuelto a sus calles con la angustia en el alma.
La mayoría son cristianos que habitaban en el barrio de Hamidiye y que pusieron pies en polvorosa en cuanto los enfrentamientos derivaron en guerra de religión. Para muchos de ellos, la diáspora no fue demasiado lejana: se mudaron a los barrios del este, bajo control del régimen, donde la vida, mal que bien, ha seguido con normalidad.
Salvo unas docenas de coches-bomba y disparos de cascos de mortero que, poco a poco, se hicieron esporádicos, en esa parte de Homs las tiendas y cafés seguían abiertos, había clases en los colegios y en las horas del día podían verse pasear a muchas mujeres vestidas a la moda occidental. También, por supuesto, había atascos en las avenidas principales, donde se multiplicaban barreras y controles de seguridad.
Pero en el centro de la tercera ciudad más importante de Siria, nudo de comunicaciones, sede del Patriarcado cristiano de Antioquía, industriosa y adornada por viejas iglesias y mezquitas, la vida fue apagándose poco a poco.
A los feroces combates del primer año, cuando ambos bandos aún confiaban en una victoria rápida, se sucedieron los bombardeos de artillería que buscaban la rendición por el fuego y el miedo.
Al final, el bastión rebelde, abandonado por la mayor parte de sus habitantes, ha sido rendido por el hambre, por un cerco cada vez más férreo, que se convirtió en cepo mortal cuando el Ejército de Asad, con el apoyo de las milicias libanesas de Hizbulá, reconquistó la zona fronteriza con Líbano y cortó las vías de aprovisionamiento.
El viernes, los primeros cristianos en regresar han encontrado sus casas convertidas en escombros.
Todavía es pronto para calibrar el alcance del acuerdo que ha permitido la retirada segura de los rebeldes a su último reducto, el barrio de Waer, en el oeste de Homs, donde ya se habían refugiado unas 100.000 personas.
Pero es la primera vez que el régimen de Asad y el Ejército Libre de Siria, que encuadra a los islamistas suníes más moderados en cuestiones religiosas, eligen no matarse.
El acuerdo incluye un intercambio limitado de prisioneros y que los rebeldes permitan el abastecimiento a las dos ciudades que mantienen cercadas en la región de Alepo.
Esta última ciudad, también dividida en sectores enfrentados, es el próximo objetivo estratégico de Damasco.
Con su caída, la insurgencia quedará reducida a las áreas periféricas menos pobladas, aunque cercanas a las fronteras con Turquía e Irak.
Son zonas donde se está librando una guerra civil dentro de la guerra civil, que enfrenta con saña a los rebeldes moderados con los extremistas islámicos del Estado de Irak y el Levante, los de las crucifixiones y decapitaciones, tan bestias, que hasta la propia Al Qaeda les ha retirado el apoyo.
En definitiva, Asad se refuerza al tiempo que el mundo chií se recupera de sus momentos más bajos. De cuando la televisión Al Yazira, propiedad del Gobierno de Qatar, dictaba la política exterior de los países occidentales.