María tenía 15 años cuando saltó la trampa que le habría cambiado la existencia.
El marido de su tía llamó a la puerta de su casa de Lahore (Pakistán) cuando estaba sola y le ordenó que lo acompañara a Gujranwala: tenía que ayudar durante unos días a su mujer, enferma y cercana al parto.
Mientras la puerta se cerraba a sus espaldas, María no sabía que estaba diciendo adiós a sus padres, hermanos, al colegio, a la fe cristiana en la que había crecido.
En una palabra: a su vida.
Durante más de dos años, la adolescente se vio obligada a ser otra: la esposa islámica de un hombre que le doblaba la edad. La madre de sus hijos. La esclava humillada de su clan. No digna ni siquiera de compartir las comidas con la familia adquirida. Forzadamente.
El consentimiento de María no estaba contemplado en el acuerdo llevado a cabo entre los familiares del esposo y los tíos.
Con 80.000 rupias (aproximadamente mil dólares), los primeros se habían adjudicado el derecho de disponer de la muchacha.
Poco importa que los certificados de nikah (matrimonio, en lengua urdu) y conversión hubieran sido impuestos a María a fuerza de golpes.
Nadie estaba dispuesto a creer a una cristiana. Mucho menos la policía: María había elegido – sin importar cómo – la religión musulmana, esa "justa" a los ojos de la mayoría.
Ahora sólo – cuenta – le quedaba rezar y llorar. Una frase que sirvió de inspiración a Daniel Gerber para su libro, recién publicado por Ediciones Paulinas, No me quedaba más que rezar y llorar.
Es un caleidoscopio de historias de valor femenino en un Pakistán perturbado por la intolerancia y dónde la diferencia de fe se convierte en sinónimo de atropello de las minorías étnicas y, sobre todo, religiosas. Rehenes, éstas últimas, de la “ley sobre la blasfemia”, o “ley negra” por las nefastas consecuencias que tiene.
El artículo 295 del código penal pakistaní castiga con la cárcel, e incluso con la muerte, a todos los que ofenden a Mahoma.
Basta una acusación – infundada la mayoría de las veces – para hacer que cristianos, ahmadíes [1] e hindúes terminen en una celda o en el patíbulo.
De los cerca de mil incriminados desde 1986 – cuando la ley fue instituida –, casi todos son inocentes.
Ni siquiera el ser absuelto es, sin embargo, garantía de seguridad: en 25 años, al menos 40 "blasfemos" han sido masacrados por multitudes furiosas después de ser liberados. Desgraciadamente, la ley se utiliza como un espectro para regular venganzas, envidias, disputas ligadas a la propiedad de la tierra.
En un contexto social todavía profundamente injusto – que ha heredado del sistema de castas de la India una escasa movilidad –, las minorías, en general, son relegadas a los márgenes de la vida civil y la "ley negra" se ha transformado en el principal instrumento para garantizar que permanezcan en esos márgenes.
«Las mujeres son discriminadas dos veces. Per se – según los antiguos cánones de la cultura tribal – valen menos que los hombres. Y, por tanto, valen menos incluso que los hombres de las minorías, considerados de todos modos inferiores», explica Gerber a “Avvenire”.
Sin embargo, la violencia – institucionalizada como sistema y perpetrada con la complicidad manifiesta o indirecta de las autoridades – no ha doblegado ni a María, ni a Teena, ni a las otras "invisibles" narradas por el autor suizo.
Experto en derechos humanos y persecución religiosa, Gerber se encontró casualmente con la voz sofocada de las cristianas de Pakistán gracias a Tamaras.
«Era una adolescente, y como gran parte de las muchachas de las familias más humildes estaba obligada a trabajar como criada para un rico musulmán – explica el autor –. Éste la violaba repetidamente. Y cuando ella decidió denunciarlo ningún tribunal quiso escucharla. Entonces, esto es algo de hace unos diez años, la ley (que ahora ha sido modificada en parte) era clara: para demostrar la violación por parte de un islámico, una mujer no musulmana debía aportar el testimonio de cuatro buenos creyentes en Alá. Increíble, ¿no? Cuando leí su historia, decidí profundizar este tema».
Así, Gerber partió hacia la "tierra de los puros" – este es el antiguo nombre de Pakistán –, para descubrir a sus ciudadanas olvidadas.
Allí, en las oficinas del Center for Legal Aid Assistance and Settlement (Claas) de Lahore, fundado por el activista en favor de los derechos humanos Joseph Francis, recogió decenas de testimonios.
Escuchó decenas de historias dramáticas y surreales. Conoció decenas de rostros sufrientes, pero nunca resignados. Rostros de mujeres que no quieren perder la esperanza y han decidido luchar contra sus verdugos con una única arma: la oración.
«En Occidente, esto es difícil de comprender para algunos. La fe de los cristianos y de las cristianas de Pakistán es conmovedora. Son capaces de sentir la presencia de Dios también en los momentos de peor sufrimiento. Y esto les da la fuerza para no rendirse».
Es el caso de Teena, "convertida" mediante el engaño de su amiga más querida y cedida por la familia de ésta al violento Qaiser. Gracias un momento de distracción de éste consiguió escapar y fue obligada a vivir en clandestinidad para no comprometer a sus padres.
Es también el de Asia Bibi, encerrada desde hace más de 1.600 días en un celda, condenada a muerte, amenazada, sin haber cometido otro "crimen" que haber ofrecido agua a unas vecinas islámicas.
O también el de María que, después de un largo infierno, huyó del "marido dueño" con un niño en brazos y otro en su seno, sin ni siquiera el dinero para coger un medio de transporte.
Llegó al Claas como víctima para convertirse, después, en punto de referencia para las otras muchachas, a las que es capaz de regalarles su afecto y una sonrisa a pesar de tener el corazón hecho añicos por los hijos que el marido ha conseguido arrebatarle.
«He aprendido que los fardos se pueden encomendar a Jesús. He experimentado su liberación», cuenta. Estas dos extraordinarias mujeres, que Gerber retrata apasionadamente, se convierten así en el emblema de un país que es capaz todavía de salir de la jaula ideológica del fundamentalismo.
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[Nota 1] El Movimiento Ahmadía del islam fue fundado por Mirza Ghulam Ahmad (1835 - 1908 de Qadian) el 23 de marzo de 1889 en la India. Los musulmanes ahmadíes forman, de acuerdo a su propia opinión, un movimiento reformado dentro del islam, reflexionando sobre la esencia de esta religión y separándose claramente de los grupos militantes y fundamentalistas destacando los elementos pacíficos y tolerantes del islam. No obstante, la gran mayoría de los musulmanes tradicionales consideran que el movimiento ahmadí es apóstata y hereje y que no forma parte del islam. La Liga Mundial Islámica declaró en su conferencia anual de 1974 que los ahmadí no eran musulmanes. Debido a esto los ahmadí sufren graves casos de persecución religiosa en muchos países, principalmente en Pakistán donde tiene prohibido predicar, declararse públicamente como musulmanes, orar en público o en mezquitas no ahmadíes, etc. Se han reportado ataques violentos contra ellos también en Bangla Desh e Indonesia (NdT).
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)