»La noche era dulce como el vino el 8 de abril en al-Qusayr, Siria, para contar otro capítulo de la guerra siria, donde la Primavera de la revolución parecía poder durar para siempre y darle la vuelta al mundo.
»Y en cambio han sido 152 días de cautiverio, pequeñas habitaciones oscuras donde combatir contra el tiempo, el miedo y las humillaciones, el hambre, la falta de piedad, dos falsas ejecuciones, dos evasiones fracasadas, el silencio; de Dios, de la familia, de los otros, de la vida. Rehén en Siria, traicionado por la revolución que ya no es y se ha convertido en fanatismo y trabajo de bandidos.
»El rehén llora y aquí todos ríen de su dolor, considerado como prueba de debilidad. Siria es el país del Mal, donde el Mal triunfa, trabaja, crece como los granos de uva bajo el sol de Oriente.
»Y despliega todos sus estados: la avidez, el odio, el fanatismo, la ausencia de misericordia, donde incluso los niños y los ancianos gozan siendo malos. Mis secuestradores rezan a su Dios estando a mi lado, yo, su prisionero doliente, y ellos satisfechos, sin remordimientos y atentos al rito: ¿qué decían a su Dios?
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»Nos han hecho subir a sus vehículos, después nos han llevado a una casa y nos han pegado mientras nos decían que era hombres de la policía del régimen.
»Los días siguientes, en cambio, hemos descubierto que no era verdad, porque eran fervientes islamistas que rezaban cinco veces al día a su Dios de manera aflautada y docta. El viernes han escuchado a un predicador que defendía la yihad contra Assad. Pero la prueba definitiva la hemos tenido cuando nos ha bombardeado la aviación: estaba claro que los que nos mantenían cautivos eran rebeldes.
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»Occidente se fía de ellos, pero he aprendido a mi costa que se trata de un grupo que representa un fenómeno nuevo y alarmante de la revolución: el surgir de grupos de bandidos de tipo somalí, que se aprovechan de la apariencia islamista y del contexto de la revolución para controlar parte del territorio, extorsionando a la población, secuestrando y llenándose los bolsillos de dinero.
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»Los al-qaedistas en guerra llevan una vida muy ascética y son guerreros radicales, islamistas fanáticos que se proponen construir un estado islámico en Siria y en todo Oriente Medio, pero en lo que concierne a sus enemigos – porque nosotros, cristianos, occidentales, somos sus enemigos – tienen un sentido del honor y del respeto. Al Nusra está en la lista de las organizaciones terroristas de los estadounidenses, pero son los únicos que nos han respetado. Después hemos vuelto a las manos de Abu Omar (el jefe de la brigada que secuestró a Quirico, ndr).
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»Tras el primer día de marcha, este Abu Omar estaba sentado como un pachá bajo un árbol, rodeado de su pequeña corte de guerreros. Me ha llamado porque quería que me sentara a su lado, fingiendo ser nuestro amigo para engañar también a la gente que estaba allí alrededor, y que se preguntaba quiénes eran estos dos occidentales mal vestidos y destrozados tras dos meses de cautiverio.
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»Le he pedido el teléfono para llamar a casa, diciéndole que mi familia probablemente pensaba que estaba muerto y que estaba destrozando mi vida, mi familia. Se reía. Me ha enseñado su móvil mintiendo y diciendo que no había cobertura, que no se podía telefonear. No era verdad. En ese momento, un soldado del ejército sirio libre, herido en las piernas, ha sacado un móvil de su bolsillo y me lo ha dado delante de él. Ha sido el único gesto de piedad humana que he recibido en 152 días.
»Nadie ha demostrado hacia mí eso que nosotros llamamos piedad, misericordia, compasión. Incluso los ancianos y los niños han intentado causarnos el mal. Lo digo tal vez en términos un poco demasiado éticos, pero verdaderamente en Siria he encontrado el país del Mal. He conseguido llamar a casa sólo durante 20 segundos; después del grito de desesperación que he oído al otro lado de la línea, la comunicación se ha cortado.
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»Nos mantenían como animales, obligados a estar en pequeñas habitaciones con las ventanas cerradas a pesar del terrible calor, tumbados sobre camastros. Nos daban de comer el resto de sus comidas.
»En mi vida, en el mundo occidental, no he sentido jamás qué es la humillación diaria en las cosas simples como el no poder ir al baño, el tener que pedirlo todo y oír que te responden siempre que no. Creo que ellos sentían una evidente satisfacción viendo a un occidental rico reducido como un mendigo, como un pobre.
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»Nos encerraron en una especie de trastero con las manos atadas detrás de la espalda, casi como a animales, y nos mantuvieron así tres días. Nuestro valor era el de una mercancía. No se puede destruir la mercancía porque si no se corre el riesgo de no obtener su precio. Te sientes verdaderamente como un saco de grano, un objeto que tiene valor porque se puede vender. Te pueden patear, pero no te pueden matar, porque si te estropean demasiado no te pueden vender. Es la horrible ley del rehén.
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»He estado cinco meses sin zapatos, caminando descalzo. Durante cinco meses mi ritmo de vida ha sido el amanecer y el ponerse del sol. Y también la imposibilidad de hacer todas las cosas que constituyen la vida: caminar, moverse, ver a otras personas, escribir, leer, mirar el paisaje, soñar en hacer cosas que luego, tal vez, no haces, que son tu modo de vivir.
»Durante cinco meses he vegetado, en el sentido estricto de la palabra; cinco meses en los que la vida me ha sido succionada y ha sido sustituida por algo artificial, que es ser un objeto y luchar contra el tiempo. He aprendido el carácter extraordinario de algunas cosas simples, como un vaso de agua fresca. Y ver el sol, porque las ventanas eran pequeñas y, a menudo, había oscuridad total. Caminar, hablar con alguien que no fuera siempre este compañero mío de desventuras. Y menos mal que estaba él, porque si no habría enloquecido.
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»Dos veces han simulado ponerme ante el muro. Estábamos cerca de al-Qusayr. Uno de ellos se ha acercado con la pistola y me ha hecho ver que estaba cargada; después me ha dicho que apoyara la cabeza contra el muro y me ha acercado la pistola a la sien. Largos momentos en los que te avergüenzas… me acuerdo de la falsa ejecución de Dostoievski… te da rabia por el miedo que tienes, sientes que el hombre que está cerca de ti respira, rebosa del placer de tener en sus manos a otro hombre y sentir que tú tienes miedo, y sientes rabia porque tienes miedo. Es un poco como cuando los niños, que a menudo son crueles, arrancan la cola a una lagartija o las patas a las hormigas. La misma terrible ferocidad.
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»En toda esta experiencia hay mucho Dios. Pierre Piccinin es un creyente. Yo soy creyente. Mi fe es una fe simple: la fe de las oraciones de cuando era niño; de los sacerdotes con los que me cruzaba cuando iba a ver a mi abuela al campo, mientras ellos se dirigían en bicicleta a las pequeñas parroquias, calzados con botas de obrero y la bolsa sujeta en el tubo de la bici, y llevaban la extremaunción, bendecían las casas con la fe de los sacerdotes de Bernanos, simple pero profunda.
»Mi fe es darse, no creo que Dios sea un supermercado, no vas al mercado de ocasión a pedir la gracia, el perdón, el favor. Esta fe me ha ayudado a resistir. Es la historia de dos cristianos en el mundo de Mahoma y de la comparación entre dos fes distintas: mi fe simple, que es darse, es amor, y su fe, que es rito.
»Tenía un bloc de notas y cada día escribía lo que sucedía. Casi se me había terminado, me quedaban dos hojas. El último día me lo han cogido. Me ha servido, sobre todo, para contar los meses, los días, porque si uno pierde el sentido del tiempo se hunde en un pozo del que ya no sale.
(Traducción de Helena Faccia Serrano)