Los enfrentamientos intercomunitarios del pasado fin de semana, que han costado la vida a seis cristianos y a un musulmán, ni pueden ni deben ser considerados algo esporádico, o ubicable en el marco general de deterioro de la seguridad en que vive Egipto desde hace algo más de dos años. Se trata de una peligrosa muestra, una más, de que el ambiente se va tornando cada vez más hostil para los cristianos, como antes pasara en otros escenarios –Irak, Jordania, Palestina– donde la creciente influencia de los islamistas, a veces en el poder pero siempre actuando en el seno de las sociedades, se deja sentir, con la consiguiente violencia.

El patriarca copto Tauadros II, líder de la minoría cristiana más numerosa del mundo árabe –entre el 6 y el 10% de los 84 millones de egipcios–, acusaba el pasado día 9 al presidente islamista Mohamed Morsi del luctuoso balance de esa violencia anticristiana. No es esta la primera vez que se producen víctimas mortales, por un lado, y es la enésima en la que musulmanes radicalizados muestran su animadversión a compatriotas que, no lo olvidemos, no son reliquias de las Cruzadas o de la colonización, como algún despistado podría creer, sino testimonio de una fe en Cristo que es mucho más antigua que la implantación por conquista del islam en Egipto y en el resto del mundo árabe e islámico.

El último brote de letal violencia sectaria estallaba el día 5 en Al Jusus, una depauperada barriada de Qaliobiya, y en él morían cuatro cristianos y un musulmán. Dos días después, el domingo 7 y en la catedral cairota de San Marcos, sede del Patriarcado ortodoxo egipcio, se celebraba el funeral por los primeros; los fieles asistentes fueron atacados por islamistas, y fue entonces que se produjeron las otras dos muertes y las airadas declaraciones de Tauadros II.

Ésta ha sido la más luctuosa de las escenas de violencia interconfesional registradas desde la llegada del líder islamista a la Presidencia, en junio de 2012, y es una prueba más de que la situación no sólo no mejora –a pesar de las palabras conciliadoras y de las promesas de Mursi y de otros líderes de la Hermandad – sino que se agrava. Desde que Mubarak fuera apartado del poder, el 11 de febrero de 2011, son ya más de cincuenta los cristianos asesinados.

Como en los otros países del mundo árabe y musulmán, o en Estados en los que hay nutridas comunidades musulmanas, en cuyo seno se ocultan y actúan los islamistas, en Egipto la tendencia entre los cristianos es al repliegue, la ocultación, la huida o el martirio. Malos tiempos para dicha minoría religiosa, pero también para el resto de la sociedad, pues esto es clara muestra de que las libertades se sacrifican y se impone el caos.