Los seguidores de Cristo sufren en muchos países una feroz persecución que pasa desapercibida al resto del mundo. Caroline Cox, una ciudadana inglesa empeñada en la liberación de esclavos cristianos subyugados por los fundamentalistas musulmanes, especialmente en Sudán, lanzaba hace unos años la siguiente cuestión: «Cuando una parte del Cuerpo de Cristo sufre, todo el cuerpo sufre. Por eso, me gustaría preguntar a todos los hermanos que están viviendo en la paz y la tranquilidad, ¿cuánto hacen por los hermanos perseguidos?».
El drama de los cristianos parece no existir. Los pueblos se dieron golpes de pecho al conocer la persecución nazi, y respiraron con cierta tranquilidad ante la caída del comunismo soviético a quien Occidente veía como una amenaza.
Sin embargo, en el siglo pasado, perecieron 45 millones de cristianos, es decir, el 65 por ciento del total de confesores de la historia de la Iglesia, (unos 70 millones), ¿quién habló de ello. Peter Hammond, experto en cuestiones sudanesas, opina: «Creo que se trata de la clásica mentalidad del Abc Anything But Cristianity (todo menos cristianismo); cuando las víctimas son los cristianos los medios de comunicación laicos no cuentan la historia».
En Sudán, desde finales del XIX la población se ha visto sometida a un proceso de islamización; hace años comenzó a exaltarse de manera extremista una guerra santa para transformar el país en una república árabe-islámica.
Han muerto ya casi dos millones de cristianos. El cerebro de la operación, el jeque Hassan el Tourabi - llamado el «Maquiavelo de Jartum» - enunció en 1989 el credo que anima esa persecución: «La era del cristianismo se acabó. El 2000 será la era del Islam». Según la agencia Fides, en Sudán los islamizantes «son responsables del tráfico de adolescentes y jóvenes para ser vendidos en los mercados del Norte y Oriente Medio como esclavos y prostitutas».
En la periferia de Hajj Yssef, a pocos kilómetros de la capital, la Iglesia local había creado un centro polivalente para los refugiados en el cual los jóvenes eran alimentados, se les enseñaba catecismo, y se celebraba la Eucaristía. La mayoría de los refugiados eran cristianos. La población fue forzada a evacuar la zona y apañárselas en el desierto.
La intolerancia hacia los cristianos se clasifica en tres grados, como señala AIN: discriminación, discriminación con indicios de persecución, y persecución acuciante como en Sudán, China, Egipto, India, Indonesia o Timor Este, país con un 95% de cristianos, de los cuales 200 fueron masacrados por las milicias indonesias. Más tarde el acoso llegó a las Islas Molucas.
La discriminación consiste en prohibir símbolos religiosos en edificios y sobre el cuerpo, el acceso a un puesto de trabajo y el culto.