En una reciente entrevista al National Catholic Register, George Weigel reflexiona sobre la renuncia de Benedicto XVI y el significado de su gesto para la Iglesia del siglo XXI: “Benedicto XVI no ha renunciado a la silla de Pedro porque no pudiera soportarlo más. Ha renunciado porque juzgó, en conciencia, que no podía dar a la Iglesia el liderazgo que esta necesitaba y merecía, debido a la mengua de sus fuerzas. Eso es un acto de abajamiento y humildad, no una concesión el agotamiento”, asegura.


“Si de un papa se espera, durante la mayor parte de su pontificado, que esté presente para la Iglesia de todo el mundo, entonces quizá lo mejor es comenzar un pontificado con un hombre que sea físicamente vigoroso para poder enfrentarse a esta enorme carga. Pero creo que la cuestión más profunda aquí no es, digamos, la “programación” (que siempre se puede ajustar), sino la carga espiritual del papado. Los Papas saben demasiado de los dolores del mundo, tanto en el macrocosmos como en el microcosmos. Se necesita un hombre de gran fuerza espiritual para soportar esas heridas sin ser destruido por ellas", afirma. 

"Al llevar la carga física y espiritual, también se necesita un hombre que sepa cómo juzgar a las personas, cómo obtener la ayuda adecuada, delegar la responsabilidad y renovar sus propios recursos intelectuales y espirituales. Esto último funcionará de forma diferente según los papas, por supuesto", afirma el escritor, cuyo último libro aporta una lista de cualidades esenciales que debería poseer el próximo Papa. Según Weigel, la disposición adecuada para un candidato digno sería una doctrina radical y la profunda amistad con Jesucristo, que se muestran en la apertura a la voluntad de Dios (manifestado a través de los votos de los cardenales electores) y se complementa con un conocimiento muy agudo de sus fortalezas y debilidades. Otra forma de decirlo sería "confiada y recia ortodoxia y humildad” (y, si es posible, el humor)", añade.

Sugiere Weigel que el candidato adecuado debe poseer el "don de la cooperación con Dios", una capacidad que explica así: "un hombre de apertura instintiva de la presencia divina, una sintonía instintiva a lo que Dios quiere de mí ahora, y el coraje de seguirle adonde quiera que Dios le envíe, como el Señor le dijo a Pedro tras hacer la triple profesión de fe", explica el profesor.

Weigel añade un esquema de los principales desafíos a los que deberá hacer frente el futuro pontífice: "El crecimiento de la Iglesia en el Tercer Mundo, un desarrollo estratégico para la reconversión de un Occidente “espiritualmente aburrido” y el reto del islam yihadista". Para cumplir con todos ellos, Weigel cree que el próximo Papa "debe tener una fuerte experiencia personal de la Iglesia mundial, una amplia gama de amistades entre la gente de la Iglesia en todo el mundo y una extensa capacidad de lectura. En el trato con el Occidente post-cristiano, por ejemplo, sería importante para un futuro Papa que haya demostrado su capacidad para responder a los desafíos del secularismo agresivo a fin de crear espacios para la propuesta católica. Un Papa que no sea un feliz guerrero en las batallas de la cultura va a ser un grave obstáculo en su misión evangélica en el mundo del Atlántico Norte", asegura.

Sostiene Weigel que la nacionalidad del próximo Papa es irrelevante y se muestra optimista a la hora de pensar en un posible Papa no europeo, incluso norteamericano. "El mundo ha cambiado, América ha cambiado y también lo han hecho las posibilidades de un Papa que llegue desde la más vital y vibrante parte de la Iglesia en el mundo desarrollado", asegura. Y pone un ejemplo, recordando la figura del Papa que vino de Polonia: "Juan Pablo II fue un factor crucial en la revolución de 1989 en Europa Central y del Este. Sin embargo, su apertura a otras nacionalidades y culturas fue un factor más decisivo en su capacidad de ser un padre para el mundo entero que el hecho de que fuera polaco -si bien es cierto que aprendió a ser un sacerdote "padre" con sus jóvenes amigos en Polonia", explica.

A la pregunta de si la reforma de la Curia se estancó en el pontificado de Benedicto XVI, impidiendo el impacto necesario, y de si sería necesaria una nueva reforma, Weigel responde: "Toda la estructura tiene que ser reevaluada. Pero lo primero que hace falta es un cambio de actitud y comprensión. La Curia romana no existe para sí misma, sino que existe por y para la Iglesia, y en concreto para poner en práctica el ministerio del Obispo de Roma como pastor universal de la Iglesia. Así, si la Curia no está impregnada de una nueva actitud, hasta los cambios estructurales mejor diseñados serán inútiles. Tomemos, por ejemplo, el lamentable sistema de comunicación del Vaticano: hay formas evidentes y bastante simples de resolver esos problemas, pero lo primero que hay que cambiar es la actitud. El Vaticano tiene que querer una Iglesia que mire hacia afuera y tiene dejar de pensar en cada encuentro los medios de comunicación como un partido en el que la Iglesia sale a perder. Y luego está la cuestión de quién es quién en la Curia. Los hombres y las mujeres que trabajan en ella deben tener experiencia en la Nueva Evangelización, y deben ver su trabajo como una extensión del papado evangélico, no como un boleto para aspirar un puesto superior eclesiástico. La Curia no puede estar dominada por arribistas. En algunos casos es inevitable, pero cuando el arribismo alcanza una masa crítica, se convierte en un problema grave", asevera. 

Termina Weigel trazando el perfil del hombre por el cual todos los católicos debemos rezar: "Un hombre cuyo discipulado sea tan transparente que sea capaz, simplemente por ser él mismo, de hacer más profunda la fe de sus hermanos y de invitar a otros a ser amigos de Jesucristo; que sea la respuesta a esa pregunta que supone cada vida humana".