La isla de Tanna, en Vanuatu, es un lugar remotísimo, a 1.700 kilómetros, pero no el más desconocido por los españoles: en 2010, un millón de espectadores siguió las peripecias allí de la familia valenciana Moreno-Noguera que en el concurso televisivo "Perdidos en la Tribu" consiguió hacerse aceptar por la tribu Nakulamené.
Es una isla 40 por 20 kilómetros, donde viven unas 20.000 personas, muy aferradas a las antiguas tradiciones melanesias y en condiciones muy austeras. Con ellos está el misionero Antonio López, hermano del Sagrado Corazón natural de Don Benito (Badajoz, España).
"En toda Melanesia se cree mucho en los espíritus", explica Antonio López. "En nuestra zona, la gente cree que hubo un gran espíritu Creador, Wuhgin, que creó el mundo, pero que se mantiene alejado de los hombres, remoto. Así que la gente se trata con los espíritus de las piedras. Dicen que antes de que los hombres caminaran sobre la tierra, eran las piedras las que caminaban. Decidieron quedarse quietas, pero las piedras aún están vivas y piden cuidarlas y respetarlas".
Antonio López no cree muy exacto relacionar esto con la brujería. "Allí no hay chamán del clan. Más bien, hay una persona encargada de tal piedra, otro pariente se encarga de tal otra, muchos responsables, que honran y reverencian las piedras, Cada piedra tiene distintos poderes y funciones. Y esto lo cree todo el mundo, también los bautizados", explica.
"Nuestros alumnos de la escuela católica continuamente ven a los espíritus. De día lo viven con naturalidad. De noche, con miedo, porque salen los espíritus y tienen miedo a salir de noche. Cuando me ven a mí viajando de noche me dicen: ¿no tienes miedo a los espíritus, a los yarimús? Y yo les digo que más bien los yarimús tienen miedo de mí, porque Cristo va conmigo".
Más grave es la creencia en maldiciones y hechizos. "Cuando pasa algo extraño, una desgracia, una muerte inesperada, buscan un culpable, alguien al que acusan de haber usado una maldición, y eso ya no te lo puedes quitar de encima y sale más a cuenta marcharte del lugar, quizá a otra isla, aunque con los años puedes intentar volver", señala el misionero.
Para cambiar esta mentalidad, hay que empezar por Wuhgin, el Creador. "Nosotros predicamos que Wuhgin, el Creador, el Dios grande y poderoso, no es lejano, sino cercano, que es Dios Padre, que nos ama, que no hay que temer a los espíritus, y que de hecho los espíritus no son tales", explica este hermano del Sagrado Corazón.
En Tanna se da un proceso similar al de todas las islas de Vanuatu, donde los misioneros católicos llegaron sólo en 1933. Junto a la misión, se crea una escuela de formación y alfabetización básica.
Con los años, los chicos crecen y los misioneros ponen en marcha talleres. Y más adelante, cuando las familias están concienciadas de la importancia del estudio, con esfuerzo se pone en marcha un liceo o escuela secundaria, para jóvenes y adolescentes. Mandarlos al liceo o la secundaria de otra isla es impracticable: peligroso, y sobre todo caro, inalcanzable para las familias. En toda Melanesia, donde la natalidad es alta y abundan los niños (20,6 nacimientos cada mil habitantes) se da un proceso similar.
"En Tanna abrimos en 1992 talleres de agricultura, carpintería, cocina y costura, y tanto chicas como chicos cursan las cuatro cosas. Y desde 2009 hemos abierto un liceo de enseñanza secundaria. Para estos proyectos educativos con niños y adolescentes necesitamos la ayuda de la Infancia Misionera, por ejemplo", explica Antonio, que no teme a los yarimús pero sí le entristecen las dificultades económicas.
También le entristece "el daño del turismo que trae consigo un consumismo ´a saco´". Muchos turistas llegan buscando ver el volcán Yasur, activo y muy accesible.
Desde que en 1977, con 18 años, se presentó voluntario para ir a Nueva Caledonia, su primera experiencia misionera y en Oceanía, Antonio ha estado siempre contento de ser misionero en las antípodas.
"Yo iba a misa diaria de niño, con mi madre, una mujer de gran fe y oración. Mi familia era cristiana, y estudié en el colegio de los Hermanos del Sagrado Corazón, y con 16 años ya entré en su noviciado. Siempre quise ser misionero. El provincial de Oceanía pidió voluntarios y yo me presenté por un impulso, sin pensarlo mucho. ¡Y ahí sigo!"