«Nunca somos nosotros los que rompemos con Roma eterna, maestra de sabiduría y verdad», pero sería «poco realista negar la influencia modernista y liberal presente en la Iglesia después del Convilio Vaticano II». Lo dice el obispo Bernard Fellay, en la entrevista publicada en el boletín de la Fraternidad San Pío X (DICI.org) al terminar el capítulo general del grupo lefebvriano que se llevó a cabo en Econe y que concluyó el domingo.
Fellay no habla del contenido de la respuesta que está por enviar a Roma sobre la última versión del preámbulo doctrinal, incluso si en las últimas semanas había dado a entender que no podía firmar el texto que recibió del cardenal William Levada el 13 de junio. Fellay explica, sobre todo, que la Fraternidad ha recobrado la unidad tras las recientes polémicas internas y dice que presentó al Capítulo el conjunto de textos que el superior ha intercambiado con la Santa Sede en los últimos meses. «Esta exposición permitió una discusión franca que aclaró las dudas y disipó las incomprensiones», y favoreció «la unidad de los corazones».
«Nosotros haremos llegar a Roma la postura del Capítulo que nos dio la posibilidad para precisar nuestra ruta», insistiendo en la «conservación de nuestra identidad, el único medio eficaz para ayudar a la Iglesia a restaurar la Cristiandad».
Fellay añadió: «Nosotros no podemos conservar el silencio frente a la pérdida generalizada de la fe, ni ante la caída vertiginosa de las vocaciones y de la práctica religiosa. No podemos callar ante la “apostasía silenciosa” y sus causas».
El superior lefebvriano explica que la Fraternidad pretende inspirarse en monseñor Lefebvre no solo por lo que tiene que ver con la «firmeza doctrinal», sino también por su «caridad pastoral». «La Iglesia siempre ha considerado que el mayor testimonio fue la unión de los primeros cristianos en la oración y en la caridad».
Fellay toma «con fuerza» las distancias de «todos los que han querido aprovecharse de la situación para sembrar la cizaña, al oponer, unos contra otros, a los miembros de la Fraternidad». «Nosotros somos católicos –asegura el superior lefebvriano–, reconocemos al Papa y a los obispos, pero debemos conservar, sobre todo, inalterada la fe... Esto implica la consecuencia de evitar todo lo que la podría poner en peligro». Pero sin sustituir a la «Iglesia católica, apostólica y romana». «Lejos de nosotros está la idea de construir una Iglesia paralela, ejerciendo un magisterio paralelo».
«Nosotros defendemos la fe en el primado del Pontífice romano –sigue Fellay– y en la Iglesia, fundada por Pedro, pero rechazamos todo lo que contribuiría a la “autodestrucción de la Iglesia”, reconocida por el mismo Pablo VI en 1968».
En la entrevista, Fellay dedica palabras duras al nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el obispo Gerhard Müller. «Después de que Benedicto XVI ha llevado a cabo el valiente acto en nuestro favor en 2009» (se refiere a la cancelación de la excomunión de los cuatro obispos consagrados en 1988 por Lefebvre), Müller «no parece querer colaborar en el mismo sentido, ¡y nos ha tratado como parias! Fue él el que declaró que nuestros seminarios deberían cerrar... y que cuatro obispos de la Fraternidad deberían renunciar (“Zeitonline”, 8 de mayo de 2009)».
El superior lefebvriano define «más importante e inquietante» el papel que Müller debe asumir en defensa de la fe, combatiendo «los errores doctrinales y las herejías». Fellay cita pasajes conocidos de las obras del nuevo Prefecto sobre la transubstanciación, sobre la virginidad de María y sobre el ecumenismo, definiéndolos «más que discutibles» y afirmando que en otros tiempos el mismo Müller, «sin ninguna duda, habría sido objeto de una intervención del Santo Oficio».
La entrevista hay que leerla con atención: Fellay logró volver a unir la Fraternidad y ha aislado a Williamson. No dice nada al respecto, pero se sabe que considera no suscribible la última versión del preámbulo doctrinal, que le dejó perplejo puesto que no fueron acogidas sus propuestas ni sus peticiones para modificar algunas partes. Pero la respuesta que está por enviar a Roma no se debe entender como la clausura definitiva del diálogo, porque más de un pasaje de la entrevista subraya el reconocimiento de la autoridad del Papa y la voluntad de no pretender crear una Iglesia paralela.