Testigo en primera persona, protector de los indefensos e incluso escudo humano. Así es monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, diócesis de la maltratada y violenta República Centroafricana.
En una nueva carta enviada a España el obispo relata sin tapujos la triste y verdadera realidad del país: la miseria, la violencia islamista, el papel de los mercenarios, la inoperancia de organismos internacionales y ONG y la codicia de empresas multinacionales. Sólo la Iglesia permanece en medio de las dificultades al lado del pueblo indefenso, pese al riesgo de perder la vida.
"Más guerra e inseguridad, más hambre"
Este es el escrito íntegro de monseñor Aguirre:
Oigo en la radio que el número de pobres en el mundo ha aumentado a 820 millones, más de 250 sólo en el continente africano. En Bangassou están llegando niños con el pelo seco como la estopa, las mejillas caídas y un poco de encefalopatía. Eso es que está gravemente desnutrido. Enfermedad de Kwashiorkor. Huyen de la guerra. Centroáfrica está en el vagón de cola de la pobreza y niños como éste llegan cada día a la maternidad a por leche Hero que nos mandan desde Córdoba. Alguien de la FAO, con un cochazo impresionante y un salario no menos alucinante, vino a Bangassou en febrero a decirnos que las cosas irían a peor. ¡Para nosotros es como hacer un agujero en el agua! Más guerra e inseguridad, más hambre. Creo que la pobreza, el islam radical y el calentamiento global son los mayores problemas que tiene nuestro planeta hoy, son la espada de Damocles sobre nuestras cabezas en un próximo futuro. Hemos distribuido garbanzos y pasta de León, máquinas de coser, medicinas y materiales varios que nos llegaron hace un año en un contenedor. Todo se quedó bloqueado en Bangui a causa de la guerra. Lo hemos traído con camiones, poco a poco, pagando barreras y soportando robos y raterías. Para los desnutridos un potaje de garbanzos del Bierzo y arroz largo con champiñones sabe a gloria.
Mientras, Centroáfrica se llena de extranjeros atroces que llevan y trafican con armas, que matan antes de preguntar (mercenarios), o de extranjeros que extraen minerales y contaminan los ríos (empresas multinacionales chinas, rusas, etc.), y otros que trabajan en diferentes ONG humanitarias o en organismos de la ONU (son miles, con miles de Toyotas Prado recorriendo toda la geografía del país). Sin embargo la gente sencilla sigue nadando contracorriente, luchando contra la pobreza en estado puro, pagando los platos rotos que ellos no han destrozado. Todos nuestros problemas los empezaron un grupo de fanáticos musulmanes llamados los Seleka que nos destrozaron la vida hace cuatro años, cayendo desde arriba como desde un paracaídas, la mayoría extranjeros que pusieron el país patas arriba.
El seminario, ocupado
Los sacerdotes de la diócesis de Bangassou y la mitad de las monjas seguimos aquí, al pie del cañón. Algunos enfrente del seminario ocupado por 1.500 musulmanes moderados, que nos lo están destrozando. Sabíamos que iba a ser así y qué precio habríamos de pagar por acogerlos con amor en aquellos horribles días en donde la muerte rondaba sus cabezas. Otros sacerdotes, de dos en dos, en el este de la diócesis (Zemio, Mboki y Obo), viven en zona de alto riesgo rodeados de mercenarios sin escrúpulos, cortadores de cabezas, que solo buscan sacar dinero abusando de la población inerte. Su sed de riqueza es inagotable. En lo que va de año, 47 personas han sido asesinadas en Obo o en sus alrededores y en Bangui se hacen oídos sordos. La semana pasada en Zemio un comerciante se negó a dar a una patrulla de Nigerianos (del Níger) una suma alrededor de 350 euros, lo molieron a palos a sabiendas que los soldados de la Minusca (Naciones Unidas) estaban un poco más arriba. Su cuerpo lo encontraron al día siguiente con 6 balas en el cuerpo, como 6 fogonazos de impunidad en un país donde se gastan decenas de miles de euros en salarios de profesionales de la ONU que dicen estar luchando contra los abusos de los derechos humanos. La mayoría cobra sin hacer ni el huevo. Toda la población de Mboki vive en una cárcel a cielo abierto sin que a nadie le preocupe lo más mínimo. Mientras, los misioneros, los curas y las monjas luchamos para que la gente no se desespere en las comunidades, rezamos juntos, tenemos abiertas las escuelas, pintamos de azul lo que parece negro, esperamos en un futuro sin señores de la guerra, sin mercenarios asesinos, sin miedos a la hora de ir a las plantaciones, con escuelas abiertas y mercado libre. Doble ración de esperanza a la cruda realidad.
En Bangui, la capital, miles de profesionales de las ONG y militares ONU dicen que todo va mejor después de que el gobierno firmó acuerdos de paz el mes de febrero 2019 con 14 señores de la guerra en Jartum (Sudán). Los soldados de la ONU han tenido sus aciertos en seguridad pero han naufragado en materia social, aunque estén ya distribuidos por todo el país, porque viven como tortugas dentro de su propio caparazón. La gente les tiene mucha antipatía. De los “humanitarios”, casi ninguno sabe lo que pasa en el este del país (sus coches tienen prohibido pasar del km 12), son pocos los que se han pateado un campo de refugiados, lonas grises con olor de letrina y hambre atrasada, los que han tocado en mano el sufrimiento de 600.000 desplazados fuera de sus hogares, el llanto de los niños o de la brutalidad de los que deberían protegerlos. En Bangui hay un hotel de 5 estrellas, construido por Gadafi cuando esperaba vivir muchos años más y que Centroáfrica construyera una inmensa mezquita en el centro de la ciudad. El hotel surgió pero la mezquita naufragó. Ahora este hotel es el hogar casi permanente de cientos de humanitarios (de directores adjuntos para arriba), que llenan su piscina a partir del mediodía, que van de vacaciones cada dos meses (en sus contratos pone que para “desestresar”) y reciben salarios inimaginables en Centroáfrica, más primas de riesgo, de lejanía, de “per diem”, de aire acondicionado o de 20 gaitas más… El foso que existe entre ellos y la gente del pueblo es abrumador. El gobierno casi no existe y todo el poder está en manos de la ONU, de países como Rusia, la China, EEUU, la unión africana, el real consulado de Lituania… ¡o qué se yo!
El papel de cientos de ONG
Cientos de ONG ganan suculentos mercados provenientes de países donadores (Suecia, Noruega, Canadá o Australia entre otros), pero la ayuda llega a la gente de forma fragmentada y desigual, y fuertemente disminuida por la propia logística interna. Casi ninguna ONG que ha ganado el mercado distribuye nada. Subcontrata a otras más pequeñas para el trabajo tierra-tierra y lo hacen por dinero, con total falta de empatía por la gente. Miro a los niños del orfanato de Bangassou, al bebé de dos meses que nos acaban de traer y me pregunto cómo están ellos viviendo esta guerra, que en Bangui dicen que ya no lo es. Esas criaturas quieren comer cada día y lo seguiremos haciendo aunque en Bangui hayan aceptado la imposición de meter con sacacorchos a 4 de los señores de la guerra, criminales todos, no centroafricanos, para hacer parte del gobierno actual y cobrar por ello. Creo que es el único país en el mundo donde cuatro extranjeros forman parte del gobierno. Los niños de los cuatro campos de desplazados que hay en Bangassou, los ancianos de la casa de la Esperanza, que ahora están “entre algodones” con una cooperante cordobesa que los cuida desde hace dos meses, o las madres sin trabajo que vienen a la costura con sus niños colgando del pecho, ya no quieren saber si el ministro es chadiano o de la región vecina. Ellos quieren pan y paz. Y esto, ni los soldados de la ONU, ni las ONG ni los organismos internacionales llegan a dárselo, o les llega gota a gota. ¿Cómo saldremos de ésta? ¡Porque salir, saldremos! Los extranjeros solo miran y se enriquecen. Muchos saben que hay que prolongar este “status quo” porque sin hacer casi nada, les trae más pasta gansa a sus bolsillos. A algunos no les interesa que termine este conflicto. Un batallón de pakistaníes llegados hace un año para arreglar carreteras con todas las máquinas necesarias a su servicio, se acaba de volver a su casa sin haber hecho casi nada, por miedo a salir del campamento. Salarios y primas, pasta gansa y faroles a la mar… ¡es impresentable!
Hace una semana sacaron un niño Peulh de 3 años de un pozo. ¡Muerto! Los Peulh son itinerantes sectarios musulmanes, perseguidos por todos. Será difícil que, armados hasta los dientes como se mueven, sigan pasando fronteras en su continua rueda la rueda de la itinerancia. Unos pocos han encontrado refugio en el seminario de Bangassou, santuario de la colonia de musulmanes de Bangassou desde hace más de dos años. Considerados parias por los otros musulmanes, no rezan juntos, no comen juntos, están al margen. Aunque tienen una cultura propia y están enormemente acostumbrados a tribulaciones, matanzas y a defenderse para sobrevivir, su existencia es cada vez más precaria en Centroáfrica. En el este de la diócesis de Bangassou, a donde se están desplazando con la ayuda de señores de la guerra del Malí y el Níger, pueden ser ya de diez a 15.000 personas, sobre todo mujeres y niños, en una población regional de unas 30.000 personas. Los hay que hablan el sango, lengua nacional de Centroáfrica, los hay que vienen del extranjero, del Níger, del Sudan o del Chad. De la etnia Fullani que tanto revuelo causa al norte del Sahel.
El niño Peulh desaparecido unos días antes, ha aparecido en un pozo, no lejos del seminario, decapitado y emasculado. Alguien quería demostrar que el seminario no es un lugar seguro y se ensañaron con el niño, lo trituraron con saña y lo convirtieron en chivo expiatorio. Los padres no dijeron nada, ni respiraron por no molestar y la memoria de este crío de 3 años pasó sin pena ni gloria por este mundo apenas destetado por su madre, como hacen ellos. Las cosas van mal, pero no se puede decir para que la ONU no se moleste. Eso, pintar de azul, lo que es más negro que el carbón.