Un cristiano copto egipcio, Makram Diab, fue condenado a seis años de prisión por un tribunal en la provincia de Assiut acusado de "haber insultado al Profeta". Pero el proceso se desarrolló con una multitud de dos o tres mil personas que pedían la pena de muerte fuera del tribunal. Testigos oculares cuentan que muchos manifestantes estaban armados con cuchillos y que a duras penas la policía consiguió impedir que hicieran irrupción en el aula y lincharan al acusado.
El abogado de Diab, un musulmán, Ahmad Sayed Gabali, ha declarado que nunca había visto nada parecido en 18 años de profesión. "Más de 80 abogados islámicos, que representaban la parte civil, llenaban el aula, cerraron la puerta con llave desde dentro, no permitiendo que el juez saliera ni que yo entrara en el aula para defender a mi cliente".
Todo inició por una discusión, el pasado 9 de febrero, entre Makram Diab, que trabaja como secretario en una escuela y un docente salafí. Una discusión acalorada, pero que terminó sin aparentes consecuencias. Pero trece días más tarde, el 23 de febrero, otro docente, Abd el-Hamid, que no estaba presente en el incidente, puso una denuncia ante la policía, y la misma fue firmada por otros once profesores. La acusación: Makram Diab insultó al profeta del Islam.
El abogado Gabali ha declarado: "Fue una discusión normal, que habría podido suceder en cualquier lugar. Fue provocada por el profesor, que había sido trasladado de varios centros tras haber sido amonestado por actitudes sediciosas, y está siendo usado por los salafíes. Que han usado a Diab como chivo expiatorio".
El abogado cuenta que mientras se acercaba al tribunal vio que delante del mismo había una gran multitud de musulmanes además de los profesores y los estudiantes. Había banderas islámicas que ondeaban y coros fundamentalistas. "Nosotros éramos catorce o quince, y había en torno a doce policías que para garantizar la seguridad del tribunal, ante una multitud de 2500 islámicos". El abogado esperó en su automóvil la convocatoria de un agente de policía que tenía que hacer que entrara en el tribunal. Pero la llamada nunca llegó: Según Gabali, el plan de los fundamentalistas era hacer que la policía estuviera ocupada con el abogado para poder agredir al acusado en el tribunal. Los medios de comunicación han dedicado una cobertura mínima al acontecimiento; y cual es de manera precisa la acusación nunca se ha sabido.
Y naturalmente las versiones sobre lo sucedido realmente divergen. Según la versión oficial, Makram Diab dijo que Mahoma molestaba sexualmente a sus discípulos. "No puede ser verdad de ningún modo", ha declarado Gabali, que conoce a Diab desde hace muchos años. Hermana de Diab, Hadia, ha declarado que Makram simplemente preguntó al profesor salafí si era verdad que Mahoma tuvo 40 mujeres y el salafí le respondió que ya se lo diría. Michael, hijo de Makram, ha dicho en cambio que se trató de una disputa. "El musulmán insultó la religión cristiana y mi padre le devolvió la pelota. ¿Que tenía que hacer, dejarse insultar, quedarse callado?". El insulto a la religión está castigado por la ley egipcia con una pena que va desde un periodo mínimo de un mes a tres años de cárcel. El tribunal que juzgó a Makram Diab, en Abanoub, no puede emanar sentencias superiores a tres años.
Pero a muchos observadores les parece evidente que la victoria de los Hermanos musulmanes en las elecciones parlamentarias ha creado un clima nuevo, y diverso, especialmente en el Alto Egipto, donde los seguidores de los fundamentalistas son particularmente numerosos y agresivos. Muchos temen que con el pasar del tiempo se llegue a una situación análoga a la de Pakistán, donde la ley sobre la blasfemia, introducida por el dictador Zia ul-Haq con la esperanza de atraer a los movimientos islámicos se está convirtiendo en una soga para todos, pero sobre todo para los miembros de las minorías religiosas.
Y en general, en Egipto, el clima está cambiando en todo el país, donde los cristianos, la gran mayoría coptos, la población originaria, con una presencia histórica consolidada y una población de varios millones, se sienten cada vez más bajo asedio. Martin Himel, un investigador canadiense que ha producido de reciente un programa televisivo sobre este argumento, es pesimista: "Bajo Mubarak, los cristianos vivían en una especie de estatus de segunda clase benévolo. Podían prosperar en los negocios, en el comercio, pero tenían cerrada la puerta del poder político. Si no se agitaban políticamente, la vida era bella. Si hacían demasiadas preguntas incómodas, la prisión y la tortura eran siempre una posibilidad. Pero hoy los cristianos de Egipto tienen ante sí un futuro incierto, en el que podría convertirse en un estado teocrático. Los Hermanos Musulmanes están tratando de promover la tolerancia hacia los cristianos, pero los salafíes son mucho menos tolerantes. Los cristianos temen cada vez más atentados, violaciones, ataques contra las Iglesias".
Y como en Irak, la emigración se está convirtiendo en la opción preferida. Los Coptos se sienten cada vez más marginados en posiciones de relieve en la administración pública y en el ejército y considerados ciudadanos de segunda categoría. "Sentimos la persecución que está llegando, no sentimos que tenemos los mismos derechos que los otros", ha sido un comentario gravado por Martin Himel. El crecimiento de los partidos islámicos, puestos en jaque por el régimen de Mubarak, se percibe como una amenaza para la existencia de su comunidad.
Y por consiguiente, de esto nace la solicitud de una ley de derechos, que garantice la igualdad. Pero cuya elaboración y aprobación son muy inciertas.