A 15 km de la ciudad de Hue, en Vietnam, se extiende un cementerio muy especial: miles de pequeñas tumbas en el suelo, cada una algo más grande que una caja de zapatos. Son las tumbas de 43.000 fetos abortados, y cada día un grupo de voluntarios católicos trae de los hospitales de la región entre 10 y 20 fetos abortados más, para darles una sepultura digna, de persona, de ser humano. Muchas tumbas marcan el descanso de 30 o 40 pequeños cuerpos. Otras señalan la presencia de hasta cien fetos.
Los católicos de la región iniciaron el cementerio en 1992. Una vez al año, cientos de jóvenes vienen a cuidarlo. El pasado 6 de noviembre unos 250 estudiantes católicos de institutos y universidades cercanas llegaron en bicicleta, quitaron los hierbajos, ofrecieron incienso (el equivalente a encender velas en occidente), plantaron flores en las tumbas. Gestos de cuidado, recuerdo, belleza. Después celebraron una misa y rezaron por los niños abortados.
Este espacio de 5.000 metros cuadrados, el Cementerio Ngoc Ho del Distrito Huong Tra, tiene una función educativa, además de espiritual.
"La visita es una oportunidad para que los estudiantes contemplen la muerte y para que aumente en ellos la conciencia de respeto a la vida", afirma Tran Sy Chung, religioso del Sagrado Corazón, uno de los organizadores. Además, dice el religioso, rezar por las almas de los pequeños difuntos nos recuerda a todos que se trata de seres humanos, como nosotros.
Phuong, una chica de 20 años de la provincia de Ha Tinh, comenta que "estas tumbas me recuerdan que he de respetar la vida, evitar el aborto, que es un crimen contra seres humanos". Explica además que muchos abortos son consecuencia del sexo fuera del matrimonio y de las presiones contra las jóvenes embarazadas para abortar.
Vietnam es un país comunista, con autoridades regionales y locales que a veces acosan a los cristianos y sus actividades. Como en otros países comunistas, el aborto está extendidísimo, como un sistema anticonceptivo banal: se habla de entre dos y tres millones de abortos al año, sobre una población de 87 millones de vietnamitas. Es otro fruto de 30 años de educación materialista. Durante mucho tiempo, el Gobierno prohibió tener más de tres hijos.
Hay otros cementerios de fetos, pero el de Ngoc Ho es el más grande. A veces en ellos se ve a mujeres que rezan y lloran entre las pequeñas tumbas. Algunas encienden velas o esconden cartas en las grietas, a menudo con mensajes que piden perdón.
En otras ciudades no se han podido alzar esos cementerios. En esas zonas, los voluntarios incineran los pequeños cuerpos. Con sus cenizas, los católicos fabrican ladrillos. Cada ladrillo, cien niños. En 2008, explicaron a Ayuda a la Iglesia Necesitada que ya habían fabricado cuatro mil ladrillos. Los católicos vietnamitas dicen que con los ladrillos levantarán una iglesia dedicada a la vida, que la vida resurgirá de las cenizas.