Quisiera comenzar con dos afirmaciones preliminares de principio.
-La Iglesia no es, ni podría transformarse nunca en un sujeto político. Como afirma el santo padre Benedicto XVI “perdería su independencia y autoridad morales identificándose con una única vía política y con posturas parciales y opinables”.
-La Iglesia no está llamada a la formación de partidos: se transformaría en una religión civil. La Comunidad cristiana, sin embargo, está llamada a formar en Cristo hombres nuevos, capaces de hacer nueva incluso la política; hombres y mujeres de corazón nuevo, capaces de hacer nuevo el corazón de las instituciones políticas.
Si el “Verbo se hizo carne”, esta “ley del amor” sirve también para la política e influye también en la conciencia de los laicos cristianos; nos empuja a afirmar de nuevo nuestra fe en los contextos sociales en los que Cristo no está, se ha descuidado o se ofende.
Por lo demás, el papa Benedicto XVI es muy explícito: “No hay ningún ordenamiento estatal justo que pueda hacer superfluo el servicio del amor. Quien quiere desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto a hombre”.
Por tanto, la construcción de la civilización del amor nos interpela. Nos incumbe a nosotros poner en el contexto y los sufrimientos del mundo de los hombres y de las instituciones la semilla de la vida nueva, de un nuevo amor de Dios que “se revela en la responsabilidad por el otro”.
Nos corresponde a nosotros discernir lo que hemos de hacer y como debemos hacerlo para que el mensaje social de la Iglesia, su Doctrina Social, no se devalúe o sea ignorado, en primer lugar en la formación de muchos cristianos. Tenemos, en la Doctrina Social de la Iglesia, un punto de referencia unitario de juicio sobre la realidad social, un pensamiento que conjuga fe y razón en virtud de la verdad que contiene.
Es imprescindible la nueva evangelización de la política, para liberar nuestro tiempo del espíritu del error que, con el poder del engaño, está cambiando la medida divina del hombre y su destino eterno, multiplicando sin descanso las estructuras de pecado.
Veo dos grandes retos de fondo en el compromiso de los católicos en la política.
-El primer reto de la nueva evangelización de la política es impedir que sea marginada nuestra fe cristiana en la vida pública de las naciones. Como recordó Benedicto XVI, “la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer” y no pretende “entrometerse en las políticas de los Estados”. “Comunidad Eclesial” y “Comunidad Política” son realidades distintas, con representaciones diversas, pero que deben volver a dialogar. Nosotros podemos conseguir que este diálogo, si ha sido interrumpido, se restablezca y sea fecundo, creíble, que vuelva a poner al hombre en el centro, en una sociedad a medida del mismo, para conseguir un desarrollo humano integral. No podemos permitir que nuestra laicidad cristiana se calle, que sea relegada a la esfera privada. San Agustín nos advirtió: “No reduzcáis el Evangelio a una verdad privada para no ser privados del mismo”. Es inaceptable que, en muchas naciones “los creyentes deban suprimir una parte de sí mismos --su fe- para ser ciudadanos activos”. No debería ser necesario renegar de Dios para poder disfrutar nuestros propios derechos; todavía más grave es “¡Dar a César lo que es de Dios!”.
-El segundo reto de la nueva evangelización de la política se da en el aspecto económico y mercantil de la globalización. Estimulando el consumismo irracional se pone en el centro el aspecto material del hombre, prejuzgando así la apertura del hombre mismo a la trascendencia, a Dios. Se querría un “cristianismo utilitario” que sirva para resolver los problemas materiales del hombre, reduciendo el aspecto salvífico de nuestra fe a un puro humanismo, a una filantropía atea. Dios, confinado al más allá, y el hombre reducido a la insignificancia. El actual escenario de la historia, como bien sabemos, es de profunda crisis, una crisis planetaria que, antes que nada, es una “crisis espiritual”. La crisis económica y política de nuestros días es la consecuencia de la crisis espiritual que está atravesando la vida de los hombres, incluso de muchos creyentes. He aquí porque tenemos el deber de pensar en una nueva evangelización de los estilos de vida y de las instituciones que rigen el destino de los hombres y de los pueblos. El siervo de Dios Pablo VI negaba el concepto de esta manera: “Es indispensable alcanzar y casi trastornar, mediante la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que contrastan con la palabra de Dios y con el diseño de salvación”.
Desde hace casi tres años, regularmente, el papa Benedicto XVI pide nuevas generaciones de católicos comprometidos con la política: “Afirmo la necesidad y la urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia profesional y pasión de servicio por el bien común”. Son “cinco”, según el pontífice, las virtudes, las actitudes indispensables necesarias y que hay que fomentar en los que quieren dedicarse a la realización del “bien común” mediante el compromiso político:
-“Coherentes con la fe profesada”, no con las ideas propias o con las de la opinión pública.
-“Rigor moral”, porque no se puede minimizar la gravedad de la “cuestión moral”, incluso entre los católicos.
-“Capacidad de juicio cultural”, es decir de discernimiento, fruto de estudio, de meditación, de capacidad de distinguir un bien individual del bien común.
-“Competencia profesional”, porque la política es un arte, una vocación y no se improvisa.
-“Pasión de servicio”, no por el honor personal o por el agradecimiento de unos pocos.
Cabe mencionar que el Pontífice habla de “formación evangélica”, no de formación política. Por tanto, es necesario volver al Evangelio. El beato Juan Pablo II, con un firme discernimiento, sentenciaba: “No hay solución para la cuestión social fuera del Evangelio”. Es el Evangelio la mejor escuela de laicidad posible para la humanidad, porque nadie más que Jesús ha enseñado a los hombres el arte de vivir, para decir con hechos cómo se ama, cómo se está de parte de la gente hasta dar la vida por los propios amigos.
En conclusión, considero que nunca habrá un tiempo más favorable que este para la nueva evangelización, después del vacío producido por la caída de las grandes ideologías. “El nuestro es un mundo que debe ser creado nuevamente con confianza en el pensamiento cristiano”, afirmaba en el exilio, el gran sacerdote y estadista, Luigi Sturzo.
Somos la primera generación del primer siglo del tercer milenio. En nosotros recae una responsabilidad tremenda, única: ¡introducir a Cristo en este nuevo milenio de historia cristiana! Nos recuerda san Juan Crisóstomo: “Si eres cristiano es imposible que no dejes tu huella en el mundo; si eres cristiano es imposible que no produzcas efecto. Es contradictorio decir que un cristiano no puede hacer nada por el mundo, así como lo sería si dijésemos que el sol no puede dar luz”.
Es necesaria más humildad y más confianza en la acción del Espíritu Santo. En la época de recesión ¡no está en recesión el Espíritu de Dios! El Espíritu no nos pide responder en la intimidad de la fe ni con un entusiasmo desencarnado. Es nuestra responsabilidad de fe que este mundo caótico sea ordenado por el Espíritu de Dios y disponible a las auténticas necesidades del hombre.
Que nuestra oración y nuestra sumisión a la voluntad de Dios nos den una nueva evangelización de la sociedad y de la política, un nuevo Pentecostés de amor, el milagro de una política nueva, de políticos nuevos.
* Salvatore Martinez es presidente de la Renovación en el Espíritu en Italia