El país que ha recorrido la Reina Doña Sofía este fin de semana no se ha recuperado del terrible terremoto que lo devastó en enero de 2010. En los mercados de Puerto Príncipe venden libros de texto en carretillas, porque el curso acaba de empezar. Hay tenderetes de fruta, talleres de piezas de automóvil, mil peluquerías. «Parece África», comenta Miriam García, presidenta de Manos Unidas, la ONG española premiada con el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia. Recorre el país por primera vez y conoce los proyectos que realizan, «siempre trabajando con un socio local sobre el terreno». Los tres años antes del terremoto invirtieron tres millones de euros en el país, y tras el desastre, otros cuatro millones.

Pero las religiosas colombianas que acogen a Manos Unidas puntualizan. «Los haitianos son más urbanos y menos emprendedores que los africanos», dice la hermana Gloria Asenet Martínez, veterana de muchos años en Burkina Faso. Es la herencia de la esclavitud, dicen. Hay que cambiar la mentalidad del país, cuyas tiendas y furgonetas están llenas de alabanzas a Dios, pero parecen dejarle a Él todo el trabajo. «Éxodo 18,18», anuncian furgonetas y peluquerías. Lo buscamos en la Biblia: «Acabarás agotándote; necesitas a Dios». «Hay que rezar pero también actuar», dice Genoveva Rivera, que en medio del dolor del terremoto encontró algunos de sus días más hermosos como enfermera y religiosa. «¿Dónde estaba Dios? Allí, en la gente sirviendo, ayudando», explica. Pero, ¿y el futuro? Pertenece a los niños y los jóvenes. «Este país cambiará sólo educando a los niños», coinciden todas. Destruido el colegio «de ricos» de las hermanas en Puerto Príncipe, ahora trabajan en una escuela financiada por los misioneros escalabrinianos.

Parte del cambio implica cambiar la espiritualidad. El padre Constanzio, religioso de los camilos y uno de los responsables en el  complejo médico que mantienen en la capital, explica que las personas alfabetizadas tienen una fe firme, pero los analfabetos viven en la superstición. Por ejemplo, rechazan a los niños que nacen discapacitados. Los camilos acogen a 35 de estos niños. También están ampliando su ala de maternidad con 50.000 euros españoles, de Manos Unidas. Pero el país ha empeorado mucho. «Tenemos aquí unos 50 enfermos de cólera; los precios de productos básicos han subido.  Hay más enfermedades que antes debido a la contaminación del agua».

En Tamarin, un pueblo con unos 5.000 habitantes en zona rural, Manos Unidas ha construido dos pozos y varias letrinas para evitar estas enfermedades. Su proyecto, en colaboración con la asociación haitiano-dominicana «Alas de Libertad», incluye  visitas médicas y el entrenamiento de veiticinco mujeres promotoras de salud que animen a llevar a las embarazadas a revisiones médicas regulares. Visitando un pozo de Tamarin, el equipo de Manos Unidas ve a una mujer ponerse de parto en plena calle. Se llama Lourdes y será su segundo hijo. Su marido la sube a la furgoneta de «Alas de Libertad» y rápidamente, a pesar de la lluvia y los baches, llegan al hospital materno de Puerto Príncipe. Aquí un atasco en sus paupérrimas carreteras hace a menudo que 20 km puedan requerir dos horas. Éste es el tipo de cosas en el que Manos Unidas gasta los 50.000 euros que recibió por el Premio Príncipe de Asturias, destinado íntegro a este país, el más pobre de América.
La Reina visitó la obra educativa que los salesianos han puesto en marcha en Gressier, a unos kilómetros del epicentro que destruyó Haití.  Doña Sofía recibió el cariño de los niños a través del canto «Ou nan lakay ou» (estás en tu casa). «Frente a edificios en ruina, en un país sin ninguna estructura consistente, os habréis dado cuenta de que, con tantos niños y jóvenes por todas partes, Haití es un pueblo que nunca se va a cansar de gritar, y nosotros con él: ¡No a la muerte! ¡Sí a la vida!», le dijo el padre Sylvain Ducange superior de esta provincia salesiana.