Un avión con dirección a Lilongüe, capital de Malawi, con escala en Etiopía. Diez horas de autobús, hasta el distrito de Karonga, al norte del país. Desde allí, en un vehículo cuatro por cuatro, durante cinco horas, hasta llegar a Wenya. El padre Federico Highton nació en Argentina hace 42 años y desde que tenía nueve soñaba con poder llevar el Evangelio a tierras lejanas. Hoy es sacerdote, fundador de la Orden San Elías y vive toda una aventura cada vez que quiere llegar al recóndito lugar de África donde administra los sacramentos, anuncia a Jesucristo y ayuda a sanar los corazones de los contados católicos que se encuentra por el camino.
"Nuestra misión consiste en llevar la Iglesia a donde nunca estuvo. Recorremos aldeas remotas en las montañas, predicando la fe católica a los que todavía no han sido evangelizados por nadie", relata por teléfono el padre Federico a Religión en Libertad, con alguna que otra dificultad técnica propia del lugar en el que se encuentra. El sacerdote llegó a Malawi en mayo de 2021, un país de mayoría cristiana (un 75%), donde los católicos suponen el 33% de la población total. Aunque el número de católicos no es particularmente reducido, respecto de otros países del continente, Highton puede pasar semanas recorriendo aldeas sin encontrar a ningún bautizado.
Fundador de la Orden San Elías, un pequeño instituto religioso que tiene como principales carismas anunciar, con especial valentía, la Buena Nueva a las periferias y la contrarrevolución cultural católica. El padre Federico comienza su jornada siempre muy temprano. "Madrugo para poder estudiar, después rezamos el Oficio Divino, el Rosario, la Santa Misa y desayunamos. A media mañana vamos a predicar a Jesucristo y a practicar la caridad, visitamos las casas de los más necesitados y almorzamos. Por la tarde, volvemos a hacer misión, rezamos vísperas, cenamos, rezamos completas y a las ocho y media estamos en la cama", comenta el sacerdote, que vive acompañado de un novicio nigeriano y de varios voluntarios laicos.
Aunque la Iglesia Católica llegó a Malawi en 1901, desde ese año hasta 1922 solo hubo siete parroquias en todo el país. En 2022, son casi 180, otras tantas casas de sacerdotes, 100 casas de religiosas, 8 centros pastorales, 3 centros de catequesis, 610 catequistas y casi 300 sacerdotes. "Desde que estoy aquí he visto muchas conversiones, antes teníamos una pequeña misión en la localidad de Chisenga, que después se ha convertido en la parroquia de San Elías, en homenaje a nuestra orden, y a donde acuden cientos de fieles cada día", relata el padre Federico, que vivió durante algunos años en el Himalaya.
Con una esperanza de vida de 55 años y una población urbana del 17%, la ex colonia británica de Malawi tiene datos propios del mundo subdesarrollado, sin embargo, también disfruta de aspectos positivos, que en el primer mundo han desaparecido. "Aquí no existe el relativismo. Eso de que cada uno tenga su verdad, a nadie se le ocurre plantearlo. Las personas son realistas, con sentido común, y eso que muchísimos no saben leer", apunta el padre. Otro aspecto positivo para Federico es la fe de la gente. "En Malawi todo el mundo cree en Dios. Aunque es un lugar de mayoría protestante, muchas personas de esta zona son de sectas arrianas, que no creen que Cristo sea Dios, todos defienden la fe", asegura.
La verdadera y la primera
Cuando sale a predicar por las aldeas de Malawi, el padre Federico procura hablar siempre de dos principales razones. "Les explicamos que la Iglesia Católica es la única verdadera, eso les atrae mucho, y que es la primera. La mayoría de personas saben que la Iglesia es cronológicamente la primera de todas y nadie lo pone en duda. El hecho de ver que alguien les predica es lo que les hace abrazar la fe", comenta. El sacerdote señala que, también, hay elementos de la sociedad malauí menos positivos, como pueden ser la práctica de la poligamia, la holgazanería de muchos de los hombres de las familias y la prostitución infantil.
Para el padre Highton, el Espíritu Santo es el que le levanta cada día de la cama. "Cuando era joven pensé en cómo iba a emplear mi vida, no quería perderla en cosas mediocres, aquí solo vivimos una vez. Después de mucho tiempo, vi que la mejor forma era ayudando al prójimo a conocer y a amar a Jesucristo, para que un día pudiera ir al paraíso. Y, entonces, elegí a los prójimos más necesitados de todos, aquellos que no conocen a Cristo", explica el sacerdote. El misionero cree, además, que sin Jesús la vida no tiene sentido. "Sin Jesucristo, el hombre solo puede estar en la ruina", concluye. Para llevar esta forma de hacer misión, el padre Federico y el sacerdote Javier Olivera Ravasi han fundado el seminario Xavierum, en honor a San Francisco Javier.
Al padre Federico le suelen acompañar en su misión numerosos voluntarios; como él les suele pedir, todos "dispuestos a morir por Cristo". Muchos son occidentales, pero también los hay llegados del continente africano. Marlene Berrio es colombiana, tiene 62 años y ha pasado seis semanas ayudando. "Yo enseñaba inglés a los niños y jugaba con ellos. Un día llegamos a una aldea muy remota, donde había una señora que se estaba muriendo. Nos enteramos de que había sido bautizada, pero allí no había Iglesia y no podía practicar. El padre le dio la primera Comunión, la Confirmación y los Santos Óleos. Su casa era de barro y ella estaba tirada en el suelo sobre una estera", comenta.
A la colombiana, lo que más le impactó de su estancia en Malawi fue la nobleza de la gente. "Me impactó mucho la pureza de esas almas. Ellos no conocen lo que es la ideología de género, no conocen tantas cosas terribles que nosotros estamos viendo cada día en Occidente. La gente es muy dulce, vive alegre con muy poco", señala.
Para la colombiana, la labor del padre Highton es algo que le ayuda mucho en su propia vida. "Siempre tuve la inquietud de servir al prójimo y cuando escuché el testimonio del padre Federico decidí que tenía que salir de mi país, y de mi propia comodidad", concluye. La voluntaria y el resto de colaboradores viven así durante un tiempo lo que el padre Federico soñó desde muy pequeño: "¡La épica misionera! Quería vivir una existencia heroica para Dios y para bien de los demás. Dios me sacudió y me convocó a santificarme en las lides apostólicas del esfuerzo misional".