Dicen que la Virgen Negra de Chestojova fue el primer gran amor espiritual de Juan Pablo II, ese que nunca se olvida. Woytila visitó el Santuario en repetidas ocasiones, siendo estudiante, sacerdote y Papa. Después, millones de polacos fervorosos lo han convertido en uno de los centros de peregrinación mas venerados de la cristiandad.

La espléndida biblioteca del Santuario de Jasna Gora, en Chestojova, huele a cuero, a papel y a madera añeja. Sus simétricas estanterías están cubiertas por ristras de lomos repujados en cuero. No son libros, sin embargo, sino dos mil quinientas cajas idénticas de madera que guardan en su interior trece mil valiosos volúmenes y manuscritos. Sobre una reluciente mesa, un libro de tapas rojas exhibe las firmas dejadas por los visitantes ilustres a lo largo de su dilatada historia. Allí pueden verse, entre otras muchas de papas y presidentes, las rúbricas de Himmler, Hitler... y la de un estudiante de la universidad de Cracovia llamado Woytila, que visitó el Santuario por primera vez en 1942 y terminaría siendo Papa, Beato... y, presumiblemente pronto, Santo.

Es una pena que la Biblioteca esté clausurada al público, porque se trata de una auténtica joya. Pero hay muchas otras cosas en este Santuario que despiertan la admiración de los peregrinos. No en balde viene siendo el corazón espiritual del país desde que el rey Casimiro coronara a la Virgen Negra como Reina de Polonia en 1655.

De acuerdo con un manuscrito medieval, la Translatio Tabulae, el icono de Jasna Gora fue pintado por Lucas el Evangelista sobre la tabla de la mesa de la Sagrada Familia de Nazaret, una mesa que, según la leyenda, habría construido con sus manos el propio Jesús. Descubierto en el siglo IV por Santa Helena, la madre del emperador Constantino y gran aficionada a coleccionar reliquias de Tierra Santa, el retablo habría pasado varios siglos en una iglesia de Constantinopla, hasta que, en el 803, el emperador de Bizancio entregara la pintura como regalo de bodas a una princesa griega que contrajo nupcias con un noble ruteno. El cuadro, pintado al temple sobre madera de tilo, permaneció así durante más de 500 años en el palacio real de Belz, en la antigua Galicia centroeuropea.

Los primeros datos históricos emergen de la bruma de la leyenda cuando, en 1382, el ejército polaco llega a Polonia huyendo de los tártaros con la imagen de la Virgen Negra herida por una flecha. Al parecer -aquí vuelve la leyenda-, los soldados habrían rescatado el cuadro durante el saqueo de Belz, al ser cubierto el palacio real por una misteriosa nube. Cuatro años más tarde se construyó un monasterio en Chestojova para acoger el icono, y, poco después, el rey Jagielo hizo levantar una catedral gótica alrededor de la capilla de Nuestra Señora de Chestojova.

Todavía había de sufrir nuevos ataques la venerada imagen, como el perpetrado por los husitas checos en 1430, que la arrojaron al suelo, tras golpearla con la espada. Sostiene la leyenda que al recogerla los monjes entre el lodo y la sangre, brotó una fuente que utilizaron para limpiarla. El retablo fue restaurado en Cracovia, pero aún son perfectamente visibles en el rostro de la virgen las cicatrices de la flecha tártara y de la espada husita.

El milagro por el que la Virgen Negra de Chestojova es más conocida tuvo lugar, sin embargo, en 1655, cuando las tropas suecas invadieron la ciudad. Los soldados polacos que la defendían pidieron fervorosamente a la Virgen que les librara de sus enemigos, quienes, contra todo pronóstico, iniciaron la retirada sin haber tomado el Santuario. A Dios rogando y con el mazo dando. En uno de los manuscritos de la biblioteca que tan amablemente me mostró Sor Francisca, pude leer la lista y el coste de las armas y explosivos que, escrito del puño y letra del mismísimo Abad, eran precisos para defender Jasna Gora, así como el diseño de sus formidables murallas, que lo hicieron inexpugnable para los suecos.

El bastión disponía de un laberinto subterráneo de pasillos y salas donde los monjes se refugiaban. Durante la dictadura soviética, aquellas catacumbas acogieron muchas veces las reuniones clandestinas de estudiantes y obreros disidentes. Sor Francisca me asegura que allí germinó el sindicato