Paul Hinder, 69 años, fraile capuchino, es un obispo suizo que recorre de punta a punta la península Arábiga para seguir a los (poquísimos) fieles católicos que se encuentran en las tierras que se consideran las más sagradas del islam. Nombrado obispo auxiliar en Arabia en 2003, dos años después fue designado por Benedicto XVI Vicario Apostólico de Arabia y Yemen y, el pasado mayo, con la decisión de la Santa Sede de subdividir en otra forma los territorios de competenciaen la región, pasó a ser Vicario Apostólico en Arabia del Sur y Yemen. Vatican Insider se reunió con él en Venecia, con ocasión del encuentro del comité científico de la revista internacional “Oasis”, fundada para favorecer el diálogo con el islam.
Hinder nos ofrece, antes que nada, un panorama de la situación general en los países árabes a pocos meses de las protestas que incendiaron África del Norte: «Los Emiratos Árabes y Qatar están tranquilos, Arabia Saudita es un caso aparte -explica- porque allí no permiten que suceda nada, y han demostrado que son capaces de controlar y extinguir inmediatamente los primeros chispazos de insurrección. Luego está el caso de Omán, donde ha habido protestas, si bien, gracias a ciertas concesiones otorgadas por el Sultán, la situación parece estar bajo control. Un problema más grave lo representa, en cambio, Yemen: nadie puede prever cómo terminará, existe el riesgo de que estalle una guerra civil».
En occidente se ha hablado mucho de la reciente protesta de las mujeres al volante, que desafiaron el tradicional veto de conducir. «Lo nuevo —explica el obispo Hinder— está representado por el hecho de que esta protesta pudo desarrollarse sin que las mujeres fueran arrestadas. La policía religiosa no reaccionó, evidentemente había una orden precisa del Rey...» El Vicario Apostólico de Arabia del Sur está acostumbrado a realizar visitas un tanto clandestinas a los países que le son encomendados, incluso allí donde los símbolos cristianos están prohibidos y las religiones que no sean el islam no tienen derecho de expresión pública alguna. «Todos los años —revela— pude cumplir con la visita pastoral. Saben quién soy, quiénes somos, y nos toleran porque no creamos problemas. Los católicos de la península Arábiga son aproximadamente tres millones, subdivididos en siete países distintos. Ninguno de ellos es autóctono...».
Es difícil hablar con el Obispo de eventuales conversiones. «No sé si hay alguien que se haya convertido. De todos modos, no puede practicar su fe públicamente. En Yemen hay cristianos que lo eran antes de la proclamación de la independencia del país».
Al observar la experiencia de los cristianos en estas regiones, en occidente se suele plantear el problema de la reciprocidad: ¿por qué construir mezquitas aquí si en algunas regiones de mayoría islámica no es posible construir iglesias, o ni siquiera se garantiza la libertad de cambiar de religión? Preguntamos al obispo Hinder si se puede plantear este tema y de qué manera. «Depende quién lo hace —responde el Vicario Apostólico. Puede tener sentido que hablen al respecto los jefes de estado cuando vienen de visita. De todos modos, más que hablar de reciprocidad, es importante insistir sobre el respeto de la libertad de culto y de religión».
«Analizando la situación de los países del Golfo, todos islámicos —observa Hinder—, vemos que la libertad de religión existe pero limitada. Cada uno puede mantener la pertenencia a una determinada religión, pero ningún musulmán puede convertirse a otra religión. Un no musulmán puede, en cambio, convertirse a la religión que elija. La Iglesia católica del Golfo se atiene a estas restricciones, por la seguridad de las personas involucradas y para mantener la limitada libertad de acción de sus miembros. De todos modos, resulta evidente que esta situación no respeta la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas».
«No obstante, es igualmente importante —concluye el Vicario Apostólico de Arabia del Sur— el modo con el que se dicen las cosas, con el que se plantean los problemas. Es necesario actuar para afrontar ciertas cuestiones sin humillar a los países árabes, nuestros interlocutores. Y esto vale para todos los ambientes: nos encontramos frente a personas que están orgullosas, que no desean ser acusadas, que no admiten ser humilladas».