«Nos vamos. No podemos más, esto es inaguantable». Nidal Iset observa con lágrimas en los ojos lo que queda de su casa. «Esto era un auténtico museo», lamenta mientras pasea por las salas vacías de una vivienda de cuatrocientos metros cuadrados en el barrio de Al Dora de Bagdad, una zona especialmente peligrosa para los cristianos debido a la fuerte presencia de miembros de Al Qaida, lo que también ha obligado a emigrar a muchos vecinos musulmanes hartos de la violencia. El jardín está recién cortado y los últimos frutos del naranjo se han recogido en una bandeja de latón, uno de los pocos enseres que los vecinos no se han llevado, de momento. Desde que el pasado 31 de octubre un comando yihadista asaltó la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación y mató a 58 personas en el centro de la capital, los cristianos huyen de forma masiva.
«La Navidad es un tiempo de esperanza y paz, pero no para nosotros», sentencia Abdulá Hermiz Al Noulafi, director de la Oficina de Bienes Cristianos y de Otras Religiones. Hasta su oficina llegan los datos de los cristianos de la capital que piden sus certificados de bautismo para poder huir al norte o al extranjero y acreditar su condición de cristianos.
«En noviembre contabilizamos 658 familias, el doble que en octubre, y en diciembre esperamos datos aún peores. Muchos se han puesto la Navidad como límite para vender todo lo que tienen antes de irse. A este paso no tardaremos en desaparecer de Irak», lamenta Al Noulafi, que sueña con jubilarse y emigrar a Australia con su familia, pero lamenta la dura política de inmigración de los países occidentales, «que hablan mucho, pero a la hora de la verdad nos cierran sus puertas».
El padre Mujles Kiriakos Shesha es el único clérigo que queda en la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación, tras la muerte de los otros dos sacerdotes a manos de Al Qaida el 31 de octubre. En las paredes del templo las marcas de disparos, explosiones y sangre seca hablan del terror que se vivió aquella tarde de domingo, un terror que «no hará que me marche, de momento, porque si yo me voy muchos fieles seguirán mis pasos. El problema es que, como las cosas no cambien, creo que en un plazo de dos años no habrá iglesias en la capital», asegura antes de lamentar que «la participación en las ceremonias se ha reducido un 80 por ciento, la gente tiene mucho miedo».
Los cristianos iraquíes están divididos en catorce comunidades diferentes, con iglesias católicas, ortodoxas y protestantes, y varios responsables consultados aseguran que antes de 2003 eran aproximadamente 1.200.000 personas, una cifra que en la actualidad los más optimistas rebajan al medio millón.
La región autónoma del Kurdistán es la salida temporal que elige la mayoría, pero Europa y Estados Unidos son los destinos soñados. Bagdad, Mosul y Basora son las plazas históricas con presencia cristiana —originalmente, asirios y caldeos que siguen rezando en arameo, la lengua de Jesús— desde la época preislámica, pero la violencia está moviendo a la población hacia el Kurdistán iraquí. Al miedo hay que sumar «la campaña de islamización por parte de las autoridades locales», denuncian los editores del diario «Al Meeda», que tras conocer la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas en Bagdad —uno de los negocios básicos de las familias cristianas— lideran una campaña «por la libertad de los derechos individuales y el respeto a las minorías».
El atentado del 31 de octubre ha traído consigo el cerco de varios templos con muros de hormigón y el refuerzo en la vigilancia. Las iglesias de Bagdad cuentan con su propia guardia cristiana, pero la fuerte emigración dificulta el reclutamiento. «Hemos lanzado una solicitud para reforzarnos de forma urgente con cuatrocientos jóvenes, pero solo veinte han dado su nombre, ¿qué podemos hacer?», lamenta Al Noulafi desde su despacho, donde supervisa las cien posiciones cristianas que permanecen activas en la capital.
En el Ministerio del Interior afirman: «Dedicamos más recursos a la defensa de los cristianos que a cualquier otro grupo, pero no podemos poner un agente en cada casa, es imposible».
Al problema de la violencia entre religiones, la activista de los derechos humanos Hana Edward añade el de «las mafias que aprovechan el pánico de la comunidad para amenazar y robar en sus casas». Esas mafias asesinaron a cuchillazos, a comienzos de diciembre, a un matrimonio cristiano que acababa de vender su casa y estaba ultimando los detalles para instalarse en el Kurdistán. Una cinta plástica con el lema «No pasar» cierra hoy su casa. Los vecinos miran desde las ventanas, pero nadie quiere hablar del tema. Solo uno se acerca al extranjero, para asegurar que se trató de «simples ladrones, aquí hemos vivido cristianos y musulmanes juntos durante décadas».
El caso de Nidal es el de cientos de familias de Bagdad. Familias como la de los Antuan, vecinos en Al Dora, que desde hace cuatro semanas viven refugiados en casa de un pariente después de que una bomba destrozara su casa. El matrimonio y sus dos hijos están pensando en seguir los pasos del resto de la comunidad cristiana del barrio y poner rumbo al norte.