Una cosa es lamentarse de alguna desgracia, y otra distinta es vivir instalado en la queja, impidiendo cualquier consuelo o ánimo, o bien acomodarse en el rencor e impedir la posibilidad de perdón.

Sobre este tema predicó el Papa Francisco su homilía en la mañana del lunes 11 de diciembre en la residencia Santa Marta del Vaticano. 

El gran tema de las lecturas era que Dios promete a Israel ser consolado. “El Señor ha venido a consolarnos”, remarcó el Papa.


“Tantas veces el consuelo del Señor nos parece una maravilla”, reafirmó. “Pero no es fácil dejarse consolar; es más difícil consolar a los otros que dejarse consolar. Porque, muchas veces, nosotros estamos pegados a lo negativo, apegados a la herida del pecado dentro de nosotros, y, muchas veces tenemos la preferencia de permanecer ahí, solos, como en la camilla, como ese del Evangelio, aislado, allí, y no levantarnos. ‘¡Levántate!’ es la palabra de Jesús. Siempre: ‘¡Levántate!’”.

Pero el problema es que “somos maestros de lo negativo” por la herida del pecado, mientras que “en lo positivo somos mendigos”.

Cuando se prefiere “el rencor” y “cocinamos nuestros sentimientos” hay un “corazón amargo”. “Para estos corazones amargos es más hermoso lo amargo que lo dulce”, manifestó.


Muchos prefieren esta amargura y poseen una “raíz amarga”, “que nos lleva con la memoria al pecado original. Y esto es un modo de no dejarse consolar”.

Pero aún hay más: la amargura que “siempre nos lleva a expresiones de lamento”. Recordó entonces el Papa a Santa Teresa que decía: “Ay de la hermana que dice: ‘me han hecho una injusticia, me han hecho algo que no es razonable’”. También mencionó al profeta Jonás, “premio Nobel del quejarse”.

“También en el lamentarse hay algo contradictorio”, dijo al contar que una vez conoció a un sacerdote que se quejaba por todo. “Tenía el don de encontrar la mosca en la leche”.

“Era un buen sacerdote, en el confesionario decían que era muy misericordioso, era anciano y sus compañeros de presbiterado hablaban de cómo sería su muerte y que pasaría cuando fuese al Cielo. Decían: ‘Lo primero que dirá a San Pedro, en lugar de saludarlo, es: ‘¿Dónde está el infierno?’, siempre lo negativo. Y San Pedro le haría ver el infierno. Una vez visto preguntaría: ‘¿Cuántos condenados hay en él?’. ‘Solo uno’. ‘Ah, que desastre de redención’, diría él. Siempre pasa esto".

"Y ante la amargura, el rencor, los lamentos, la palabra de la Iglesia de hoy es ‘¡ánimo!, ‘¡ánimo!’”.


A este punto, Francisco recordó que “Dios viene a salvarte” e invitó a “dejarse consolar por el Señor”. “Y no es fácil porque para dejarse consolar por el Señor uno necesita desnudarse de sus propios egoísmos, de esas cosas que son nuestro tesoro: la amargura, el lamentarse, u otras muchas cosas”, aseguró.

“Nos hará bien a cada uno de nosotros –concluyó el Santo Padre­–, hacer un examen de conciencia. ¿Cómo es mi corazón? ¿Tengo alguna amargura? ¿Tengo alguna tristeza? ¿Cómo es mi lenguaje? ¿Es de alabar a Dios, de belleza o de lamentarme siempre? Y pedir al Señor la gracia del coraje, porque en el coraje viene Él a consolarnos, y a pedir al Señor: ‘Señor, ven a consolarnos’”.