El Papa Francisco ha comentado en la homilía de este martes 2 de mayo en la Casa Santa Marta la obstinación de los que lapidaron a San Esteban, una cerrazón que no se quiere dejar transformar por el Espíritu Santo, contra la que el Papa previene. 

A partir del martirio de San Esteban, narrado en la Primera Lectura, Francisco explicó que el cristiano necesita abrir su corazón para poder dar testimonio.


Los corazones cerrados, dijo, “hacen sufrir mucho a la Iglesia: los corazones cerrados, los corazones de piedra, los corazones que no quieren abrirse, que no quieren escuchar, los corazones que solo conocen el lenguaje de la condena. Están condenados. No saben decir: ‘Pero explícame, ¿por qué dices esto?’. No. Están cerrados. Lo saben todo. No necesitan ninguna explicación”.

Francisco señaló lo acertadas de las palabras que San Esteban dedica a los que le apedrearon: “obstinados, incircuncisos de corazón y de oídos”, y recordó que era como llamarles “paganos” porque tenían “el corazón cerrado y duro”, un corazón “en el que no podía entrar el Espíritu Santo”.

Para el Papa en un corazón cerrado “no hay sitio para el Espíritu Santo. En cambio, la Lectura de hoy nos dice que Esteban, lleno del Espíritu Santo, lo había comprendido todo: era testimonio de la obediencia al Verbo hecho carne, y esto lo hace el Espíritu Santo. Estaba lleno del Espíritu Santo. Un corazón cerrado, un corazón obstinado, un corazón pagano no deja entrar al Espíritu y se siente suficiente en sí mismo”.


También puso el ejemplo de los discípulos de Emaús. Jesús les llama “insensatos”, una expresión que no es tan dura como la empleada por Esteban, pero que tampoco es una alabanza, explicó el Pontífice. Los discípulos de Emaús “no habían entendido. Estaban asustados porque no querían problemas, pero eran buenos y estaban abiertos a la verdad”.

Por eso, indicó el Obispo de Roma, “cuando Jesús les reprocha dejan que sus palabras entren en ellos y sus corazones se calientan, a diferencia de los corazones de los que lapidaron a Esteban, que permanecían encolerizados, no querían escuchar”.


El Papa destacó la ternura con la que Jesús explica las Escrituras a los discípulos camino de Emaús. “Y hoy miramos esa ternura de Jesús, el testimonio de la obediencia, el Gran Testimonio, Jesús, que ha dado la vida y nos hace ver la ternura de Dios hacia nosotros, pecadores, hacia nuestra debilidad”.

Y concluyó con una petición: “Entremos en ese diálogo y pidamos la gracia de que el Señor ablande un poco nuestros duros corazones y de la gente que permanece siempre cerrada en la Ley y que condena todo aquello que está fuera de la Ley”.

“Porque no saben que el Verbo se ha hecho carne, que el Verbo es testimonio de obediencia. No saben que la ternura de Dios es capaz de quitar un corazón de piedra y colocar, en su lugar, uno de carne”, afirmó.