De una adolescencia y juventud marcada por el pecado y la degradación… A predicar la palabra de Cristo por todas partes y servir a los más despreciados y olvidados de la sociedad. Todo ello gracias al gran poder de la Cruz.
El madrileño Suso del Pino relató su historia personal en el marco de las Jornadas de testimonios de conversión organizadas por Apóstoles de la vida. La conferencia tuvo lugar el viernes 7 de febrero en la parroquia de Santa Teresa y San José, en la plaza de España de Madrid.
Suso del Pino ya publicó una versión de su testimonio en la página web Ciencia Mística (una web homenaje a la Santa Cruz), bajo el título La humilde firma de Dios y con prólogo del vicario de Alcalá de Henares, Javier Ortega, que es su director espiritual.
La Cruz, firma de Dios
Suso empieza la charla explicando la relación entre la Cruz y las matemáticas místicas: “La humanidad no se ha dado cuenta en 35 siglos de que la Santa Cruz, de forma matemática, está en todo lugar. En el teclado de un teléfono móvil, en el genoma humano, en las órbitas celestes… Dios ha firmado matemáticamente su creación. Hay cruces por todos lados”.
Como devoto de la Santa Cruz, antes de iniciar el relato de su vida lee una breve oración escrita por él mismo: “Quisiera que el testimonio de mi vida fuese siempre para Dios una poesía, sin necesidad de lápiz y papel, donde mi sufrimientos fuesen rimas dulces para Él. Porque tampoco se puede escribir con palabras su ofrecimiento por mí en la Cruz”.
Infancia en Alcalá
Jesús del Pino nació el 3 de diciembre de 1978. Por las complicaciones previas al parto, sus padres prometieron al Señor que si nacía bien se llamaría Jesús. Bautizado en 1979, a los ochos meses de vida su familia se trasladó del madrileño barrio de La Elipa a Alcalá de Henares, a pocos kilómetros de la capital.
En su infancia se le fue despertando “la conciencia de un niño tímido”. Sus padres en principio participaban de los sacramentos, pero cada vez con menos frecuencia: los fueron abandonando.
Uno de los pensamientos que marcó su infancia fue la necesidad de encontrar “el sentido de la muerte”. Debido a esta angustia no resuelta comenzó a tener pesadillas en las que presenciaba a sus “familiares de cuerpo presente”.
Su miedo importante a las sombras que veía en su habitación lo cubría con las sábanas. Su madre le animó a rezar y así aprendió sus primeras oraciones. De todas formas, sintió la necesidad de tapar sus miedos “con cualquier novedad o deleite”.
El mal de la pornografía
Por aquella época estaba en auge la pornografía en la televisión. Los dos rombos se incrustaron en las pantallas de muchísimos hogares. Suso Del Pino cayó en la tentación de aficionarse a lo que, según reconoce ahora, es “un mal que rompe todas las estructuras familiares”.
El madrileño explica las nefastas consecuencias que tuvo la pornografía desde su infancia y en adelante: "A pesar de mi corta edad, la curiosidad natural comenzó a echarme a perder. La pornografía empezó a ser un estímulo para mi vida; fue mi primer parche para tapar todos mis miedos. Comenzó a hacer estragos en mi pobre y pequeña mente. Aquellas sombras que veía de pequeño no iban a ser nada al lado de las sombras de la pornografía. Me iban a acompañar toda la vida. Toda la vida."
Así, se convirtió en una “persona fría y puramente materialista, como tantos millones de españoles minados por este mal”. Además, adquirió “el hábito pernicioso de la masturbación”. Añade: “Comencé a crearme sin ser consciente un espejo donde cada vez me gustaba verme a mí mismo, rompiendo de esa manera la posibilidad de verme más bien en los demás, impidiendo así el desarrollo de mi madurez”.
A pesar de esto tomó la Primera Comunión en los jesuitas de Alcalá de Henares. Su madre tenía un interés especial en que fuera sacerdote, pero Suso recuerda que en la Iglesia sólo hacía “tropelías como quitarles las monedas a los pobres”.
Caída con drogas y sexo
Buscaba sensaciones cada vez más fuertes. Su “sexualidad mal concebida” comenzó a “alimentarla”, además, con las drogas. Reconoce que con 15 o 16 años “ya era fumador habitual y ya coqueteaba con el hachís”. Esta fue su “primera anestesia para evadirme cobardemente de la realidad, sin pensar en que existían otros cauces para tener una vida plena y dichosa”, se lamenta ahora.
Su primera relación de noviazgo duró siete u ocho meses: la “más duradera” de toda su vida. A partir de ahí no quiso "tener más novias con el fin de no engañar a nadie, pero no quería reconocer mi flaqueza y mi debilidad”. Confiesa que “no era infrecuente que estuviera con varias muchachas a la vez, eso alimentaba mi ego, sin importarme apenas sus sentimientos”.
Recuerda con arrepentimiento su primera relación sexual completa: “Con una muchacha del barrio con la que de mala manera perdí mi flor blanca, la misma flor que más adelante a Dios he rogado con dolor en muchas ocasiones que me devolviera”. Desde este momento en adelante todo en su vida estará “dimensionado por el puro placer y diversión, por el simple pasatiempo”.
Rehén de la noche
Empezó a trabajar en un bar de copas de Alcalá y su vida se acotó a un ambiente de alcohol y drogas. “Sin darme cuenta la noche me absorbía paulatinamente”, explica, “mientras observaba que mi fama parecía subir como la espuma, conociendo nuevos amigos guays que trabajaban en otros bares”. Tenía “un montón de cosas” que en aquel momento veía como “buenas: alcohol gratis, chavalas muy fáciles, amistades muy bien relacionadas y un largo etcétera”.
En aquel momento no era consciente de que “caía al precipicio al son de tambores, tal como describía Don Bosco en uno de sus sueños proféticos; según él esta sería la forma en que los jóvenes se precipitarían al infierno en los últimos tiempos”.
“No era consciente del mal que hacía a Dios”, asegura ahora. Con 24 o 25 años entró en su etapa “más nociva” con la noche. Inició el “consumo esporádico de cocaína” y, para comprarla, “robaba esporádicamente de la caja registradora” del bar donde trabajaba. “En ocasiones me invitaban incluso a presenciar orgías”, declara.
Define la cocaína como “la droga preferida del demonio, porque las mentiras salían como nunca las habías dicho”. Y la ilusión de que llevaba una vida sana se sustentaba “simplemente por el hecho de ir al gimnasio”.
Una herida cambia su vida
El fin a esta “doble vida”, después de que le hubieran hecho un contrato fijo, llega de forma “providencial”, con “una herida en la espalda”. Del Pino entra en un periodo de “completa tiniebla” y se ve obligado a dejar el trabajo en la noche por el dolor ciático. “Me hizo salir de estos caminos torcidos”.
Entonces, un día, tumbado sobre su cama, “empezaron a venirme unos recuerdos de la infancia”, incluidos sus temores a la muerte y sus pesadillas. Él explica así su reacción a ese momento impactante: “Pego un salto de casi un palmo, empecé a llorar, rompí a llorar. Aquello me atravesó completamente. A mis padres comencé a abrazarles y a darles muchos besos. Si pudiese expresarlo gráficamente: fue como si la infección de una herida saliera hacia fuera para que esta pudiese quedar sanada”.
Entonces comenzó a explicarles a sus padres que vivían “la muerte en vida, el pecado”, pero ellos “no lo podían comprender” y vivían aquella escena como “una circunstancia surrealista”. Sus padres estaban “muy nerviosos”. Él se fue a la cama para tranquilizar los ánimos, pero entonces “una señora desconocida” irrumpió en su cuarto con “una jeringuilla para pincharle”.
Una ambulancia le condujo a la planta de psiquiatría de un hospital. “Fue una experiencia muy dura para mí. Me llevé golpes, había personas que se subían a mi espalda. Mi enfermedad de espalda no me valió de justificación para salir de allí”.
Cura a una endemoniada
Una de las mujeres ingresadas permanecía todo el día atada. “Estaba desencajada y solo sabía decir obscenidades. No la dejaban que tuviera las ventanas abiertas”. Un día que ella no paraba de insultarle, Suso llegó a la conclusión de que estaba poseída por el demonio. “Yo muy templado fui hacia ella con carne de misericordia, levanté la mano le puse la mano en la frente, dije ‘déjala en el nombre de Jesús’. Cerró los párpados con fuerza y cayó redonda. A los dos días la dejaron salir”. Según explica, a esta mujer y a otra las habían ingresado porque habían hecho una sesión de espiritismo.
Para él el psiquiátrico es una especie de recreación a pequeñísima escala del infierno. Entonces comenzó a combatir su sequedad interior con la lectura de las escrituras y se empezó a plantear cómo ayudar a la Iglesia.
(Bajo estas líneas, una imagen de Cristo, reproducción de La Síndone de Turín y perteneciente a Suso, que apareció manchada de sangre durante su estancia en el hospital)
Durante unas vacaciones en casa de su hermano, tuvo otra experiencia mística. En medio de la noche empezó a oír un ruido muy fuerte al ritmo de su corazón y un torrente de luz impresionante invadió su habitación. Él asocia la escena a una de los apóstoles con el Señor. Sintió mucha paz, rezó un padrenuestro, y a los 5 o 10 minutos la luz desapareció.
La semilla misionera
Recuerda así la transformación que experimentó gracias al Señor. “El Señor me concedió una gracia enorme. Fue mi medicina. El Señor sembró en mi corazón una semilla misionera. Dentro de mi deseo de querer morirme, me hice un planteamiento muy cristiano: si de verdad quiero morir, ¡por qué no dar mi vida por una razón! Si me iba de misionero, a lo mejor los mosquitos podían acabar conmigo”.
No le dejaron viajar como misionero, así que se planteó ser misionero en la vida cotidiana. Así empezó su “saneamiento natural, sin pastillas”.
De todas formas, el camino no fue fácil ni recto. “Me eché de nuevo a perder. No fueron efectivos los sacramentos por hacer mal uso de ellos”. Volvió a los “malos caminos de mujeres, prostitutas, drogas y pornografía”, que le llevaban “al mismo bucle una y otra vez”.
Entonces él camina “a tientas buscando una evidencia que pudiera llevarme de nuevo al Señor”. Visita el monasterio de El Escorial descalzo y eso consigue elevarle el alma. Hizo un intento frustrado de viajar a Roma a ver al Papa. Se convirtió en oyente de Radio María. Con ello perdió popularidad entre sus amigos.
Entonces comenzó un voluntariado en hospitales psiquiátricos, acompañando “a los más despreciados y los más olvidados entre los más olvidados”. En esa época tuvo otra “experiencia tremenda, inefable”, en la que “empezó a ver la majestad del sol”.
Con Cristo a todas partes
Cometió el “error” de contarle esta experiencia a su padre, porque él pidió su reingreso en el psiquiátrico. Recuerda que allí no le dejaban tener la Biblia, ni la radio para escuchar Radio María. Tampoco un rosario, con el argumento de que no se suicidara con él. Afirma que le dieron una “sesión de corrientes en la cabeza para quitarme las ideas. No pudieron quitarme a Cristo de la cabeza porque Cristo estaba en mi corazón”, explica.
Él puso dos condiciones para su nuevo ingreso: que respetaran su ayuno eucarístico y que constara que ingresaba voluntariamente. En aquel tiempo cambió su nombre de Jesús a Suso, en recuerdo del sacerdote al que de niño ayudaba como monaguillo.
(Bajo estas líneas, Suso del Pino con su director espiritual Javier Ortega, vicario episcopal de la diócesis de Alcalá de Henares)
Intentó convertirse en sacerdote, pero la Iglesia no le dejó. Él declara que no guarda rencor a nadie. “He aceptado la Cruz que el Señor me ha dado. He descubierto que tengo más necesidad de darme a los demás que de preocuparme de ser amado. El Señor me ha dado una gracia muy grande por haber llegado a comprender lo torpe y lo inútil que soy. Reconocer lo que somos nos da más agilidad en la vida. Yo he encontrado gozo en el sufrimiento por saber comprenderlo y aceptarlo”.
En el año 2009 realizó el sacramento de la Confirmación y desde 2010 es voluntario en una residencia de ancianos de Alcalá de Henares. Para él el Cielo es “un inmenso psiquiátrico donde la medicina que se da es el amor”.