A sus 37 años, Edgar González Alayón se mueve entre la docencia y el fútbol. Mientras que de lunes a viernes es profesor de Tecnología en el Colegio Ciudad Bolívar Argentina,  Bogotá, los fines de semana arbitra en la primera división de la liga de futbol profesional de Colombia. Su nombre se hace cada vez más conocido en el campeonato, por el respeto y la rigurosidad que impregna en cada jugada.
 
Valores que enseña además a sus pupilos en la escuela de formación. Sin embargo, para consolidar esta identidad Edgar tuvo que reconocerse hijo. Fue contemplando a Cristo Sacramentado, que escuchó el “pitido” inicial del ‘partido’ que le llevó a la victoria auténtica: Cristo.
 
Hijo de padres campesinos, Edgar heredó los valores de la fe. Junto a su familia asistía a misa todos los domingos. En ese tiempo, el joven creció cosechando éxitos en la parte académica y desde pequeño ocupó los mejores puestos en las notas en el colegio.  “Siempre me caractericé por leer. Me gustaban mucho los temas científicos, la filosofía y los temas de misterio”.
 
Su afición al discurrir intelectual, le traería luego los primeros dilemas en su fe. Así, con la llegada de una profesora comunista -recuerda- su visión de la Iglesia cambió radicalmente. “Presté oídos a sus críticas sobre las faltas de la institución en la historia y el gran imperio económico -decía- que controlaban. Luego –prosigue- de tanto leer a Marx, Freud y Nietzche, se hicieron fuertes en mí las frases:  “la religión es el opio del pueblo” y “fue el hombre el que creó a Dios, debido a sus necesidades”. “Así tomé la decisión de rechazar todo lo concerniente a los temas que hablaran sobre Dios”, expresa hoy arrepentido.
 
Esta rebeldía de Edgar comenzó a dificultar las relaciones en su casa y a generar una actitud frívola hacia la Iglesia. Hizo sus sacramentos, sencillamente, dice, “para que mis padres no se enfadaran conmigo”.
 
Edgar termina la secundaria e ingresa al Colegio de Árbitros de Fútbol de Bogotá, comenzando una exitosa carrera en clubes de tercera división y recibe sus primeros salarios. Deseando vivir lejos de las enseñanzas de la Iglesia y estando fragmentada la relación con sus padres -relata- “en este tiempo comulgué bastante con las ideas socialistas y comunistas”.
 
En 1994 comenzó a estudiar Ingeniería de Sistemas en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas y en ese ambiente comenzó a relajarse moralmente. Como un hombre de izquierdas la bohemia le ofrecía nuevos momentos para dar rienda suelta a su nueva libertad, o eso creía. “Con mis compañeros íbamos a rumbas y tomatas. Me sentía muy feliz. Había dejado de lado la familia, y lo sentimental no me inquietaba. Estaba tan sumergido en estas actividades, que a mi vida no le daba la prioridad que necesitaba. Me identificaba con mis amigos y compartía la mayor parte de mi tiempo con ellos”.
 
Los padres de Edgar no permanecían inmóviles ante el desastre. Así buscaron respuestas acudiendo a un retiro de sanación de la Renovación Carismática Católica en 1998. Fue tan significativo el hecho en sus vidas que tras regresar invitaron, insistentes, al hijo pródigo, anhelando que viviera su misma experiencia. “Querían acercarme a Dios -recuerda Edgar- en una forma que ellos creían correcta; me insistían constantemente para que fuera a misa y asistiera a eventos religiosos. Esta presión ocasionó que me alejara aún más de Dios, y llegamos muchas veces a discutir”.
 
Pasaron dos años y el hombre que afirmaba no querer nada de Dios, tomó una decisión inesperada. Su curiosidad, rasgo que le caracterizaba, al ver la transformación de sus padres, provocó que en el año 2000 decidiera asistir al Congreso de Jóvenes en Bogotá, “ya que en la iglesia solo veía a viejitos y algunos de ellos se quedaban dormidos en pleno sermón; creo que entonces fui porque me gustaba bastante tener nuevas experiencias”.
 
El sacerdote dominico Fray Nelson Medina, uno de los predicadores del retiro -que hacía parte de aquél Congreso en Bogotá-, era quien guiaba la Adoración Eucarística ante una asamblea llena de almas anhelantes de la intimidad con Cristo; y entre ellos estaba Edgar. No esperaba lo que sucedió… “Me dejé quebrantar el corazón en esa Adoración al Santísimo y me di cuenta que no podía continuar mi caminar por la vida en soledad,… mi ser no era sólo cuerpo, sino alma y espíritu. Fueron tres días en los cuales conocí de un Dios que me amaba a pesar de mis problemas”.

El paráclito terminó por habitar mi corazón joven -recuerda- durante un retiro de sanación de enfermos y liberación, en febrero del 2000. “Fue ahí donde me di cuenta del poder de Dios y me convencí más de su existencia”.
 
Tal y como en el Evangelio, Edgar pasó los meses siguientes a dedicarse por completo a la propagación de la fe. “Por obra del Espíritu Santo, surge en mi la vocación y fuerza para trabajar en la pastoral juvenil de mi localidad. ¡La primera reunión se efectuó un día jueves en mi casa y con la autorización de mi madre!”.
 
El año siguiente regresó a sus estudios en la Universidad Nacional de Colombia y paralelamente, relata, “recibí muchas cosas del Señor. Asistí a más congresos nacionales de jóvenes, y el Señor me seguía hablando en la Adoración al Santísimo. ¡Andaba con una Biblia debajo del brazo para arriba y para abajo!... participando en todas las actividades organizadas por la Iglesia y en los grupos de oración. ¡Estoy feliz, conozco a Jesucristo!”.