1942: Iglesia de San Luis
En aquella primavera trágica de 1936 quien esto escribe tenía diez años de edad, pero la dureza de los acontecimientos que entonces viví ha hecho posible que conserve en la memoria (no en la mentirosa “memoria histórica” de hoy ¡por favor!) el vivísimo recuerdo de aquellos dramáticos hechos, en mala hora acaecidos.
Todas las tardes tenía que pasar por la calle Mayor de Madrid al regreso de mi colegio, regentado por los beneméritos salesianos que habían tenido que trasformarse en lo que oficialmente se llamaba “Mutua Escolar de Enseñanza y Cultura” a cuyo frente se puso un salesiano italiano para darle a la institución un aire seglar y extranjero. Como es sabido, aquella República tan respetuosa con la libertad, había prohibido toda enseñanza a cargo de religiosos.
Pues bien, en mi recorrido por la calle Mayor era muy frecuente encontrarme con alguna manifestación en dirección a la Puerta del Sol, sede entonces del Ministerio de la Gobernación. Puño en alto, profiriendo los insultos mas soeces contra “la caverna”, marchaban hombres y mujeres de rostros patibularios que infundían terror a su paso, siempre violento y amenazador con alusiones a la inmediata revolución para implantar lo que llamaban “comunismo libertario” o “dictadura del proletariado”.
Solían ir cantando la “Joven guardia” cuyo estribillo era “no les des paz ni cuartel”, refiriéndose a las derechas en general y a los burgueses y falangistas en particular. Su grito predilecto, siempre alzando el puño amenazador, era “U.H.P.” cuyo significado era “Unión de Hermanos Proletarios”, aunque las siglas recibían frecuentemente otra interpretación.
Dentro de estos casi continuos aquelarres no faltaban grupos de mujeres sucias y desgreñadas que, a su vez, entonaban repetidamente el grito de “¡hijos si, maridos no! “, expresión que demuestra que sus seguidoras de estos tiempos son bastante menos decentes que sus antecesoras quienes, al menos, no defendían el aborto como método anticonceptivo ni, por supuesto, la entonces desconocida píldora postcoital, tan difundida hoy desde los medios gubernamentales. Aquellas no admitían maridos, pero, por lo menos, tenían la decencia de no propugnar el asesinato de sus hijos en su vientre..
Una tarde [*], días antes de la festividad de San José, mi padre, que era Teniente de la Guardia Civil, fue a recogerme al Colegio desde donde le acompañé a la Gran Vía donde iba a realizar no sé qué gestiones. Naturalmente, yo iba de su mano sintiendo una seguridad no habitual en aquellos días. Concluidas sus gestiones mi padre se dirigió conmigo hacia la Plaza Mayor para tomar el tranvía que nos llevaría hasta nuestro domicilio.
Para ello descendimos desde la Red de San Luis por la calle de la Montera; a mitad de nuestro recorrido vimos a nuestra derecha un numeroso grupo de patibularios congregado frente a la iglesia de San Luis que, violentamente y entre blasfemias, entraban y salían del templo obligando a quienes estaban dentro a salir a la calle donde eran cubiertos de insultos y amenazas. Otros de aquellos energúmenos blandían latas de gasolina con la que rociaban la puerta principal y los pies del templo mostrando así la intención evidente de prenderle fuego.
Vista la situación, mi padre, que vestía de paisano, aceleró nuestra marcha para llegar lo más rápidamente posible a la Puerta del Sol, donde se dirigió, una vez identificado, al Teniente jefe del retén de Guardias de Asalto que se encontraban en el edificio formando parte de su guardia. Allí requirió al citado Teniente para que acudiese con sus hombres a la iglesia de San Luis, situada unos 200 metros más arriba, para impedir la actuación de los incendiarios. El Oficial informó a mi padre de que tenía órdenes expresas de no acudir a disolver ningún tipo de manifestación, aunque las intenciones de sus componentes fuesen evidentes. Tras un breve intercambio de frases mi padre se rindió a la evidencia de que las órdenes del gobierno eran no impedir en modo alguno ningún acto de violencia callejera y menos si se dirigían contra la Iglesia.
Mi padre intentó volver sobre nuestros pasos hacia la iglesia de San Luis pero el propio Teniente le disuadió ante el peligro que íbamos a correr mi padre y yo. Esto no obstante mi padre se aproximó a la embocadura de la calle de la Montera desde donde presenciamos cómo el edificio de la iglesia era envuelto por las llamas que, en menos de media hora, abarcaron todo el templo del que sólo se pudieron salvar escasos enseres, entre ellos los vasos sagrados que fueron llevados a la cercana iglesia del Carmen ante el regocijo de los allí congregados que impedían el acceso de los bomberos al incendio. Al día siguiente, la prensa daba cuenta escuetamente de lo sucedido sin añadir comentario de condena alguno pues el miedo invadía ya a todos los ciudadanos.
Terminada la guerra civil, lo que quedaba de la fachada de San Luis fue trasladado a los pies de la cercana iglesia del Carmen, remodelada para ampliar la calle de la Salud. Allí está lo que fue portada de San Luis.
Iglesia del Carmen: ubicación actual de la portada de la desaparecida Iglesia de San Luis
Cuando he leído en determinados panfletos que se ha exagerado la quema de iglesias y que, todo caso, de algunas de ellas había partido alguna provocación, no dejó de recordar, todavía con estremecimiento, los hechos de que fui testigo de niño y que acabo de relatar.
Esto fue la II República a la que se presenta ahora como un prodigio de progreso, estabilidad, libertad y democracia. Así se escribe la “memoria histórica”.
[*] 13 de marzo de 1936
Guardias de asalto vigilan el acceso a la iglesia de San Luis