A lo largo de varios siglos, conforme se iba extendiendo la concepción antropocéntrica del universo y la interpretación subjetivista y racionalista de los fenómenos religiosos se ha presentado a Cristo como un hombre divinizado, o a lo más, un super-hombre con categoría de moralista. Los dogmas relativos a su naturaleza divina son olvidados y por Él fundada se reduce a una sociedad religiosa movida, tal vez, por un impulso inicial dado por Cristo pero sin que perviva una vida sobrenatural.
De esta manera fueron despojando a los relatos evangélicos de su contenido sobrenatural, pretendiendo conservar sólo el mensaje de liberación de la humanidad lanzado por el Profeta de Nazaret. Ante este contenido sustancial los hechos históricos no tenían importancia, la doctrina sería independiente de la historia porque habría una barrera infranqueable, una división entre Jesucristo —tal y como nosotros le conocemos a través de los Evangelios y del Magisterio de la Iglesia— y aquel Jesús de Nazaret que vivió en Palestina y fue crucificado bajo Poncio Pilato.
Estas teorías erróneas se fundamentan sobre tres pilares:
1. La redacción tardía de los Evangelios (Strauss hablaba de períodos posteriores al 150 d.C.) Cuando se tiene que reconocer su redacción más primitiva se dice que representarían un estadio avanzado de la fe cristiana primitiva (Bultman).
2. Este largo tiempo era necesario para transformar e idealizar la historia de Jesús. Los evangelistas no habrían hecho más que poner por escrito una serie de leyendas míticas surgidas en el seno de la comunidad de fieles que se autosugestionaban en sus ansias de vivir la fe (Strauss). Para Bultman los relatos evangélicos sobre Jesús no responderían al Cristo de la historia sino al Cristo de la fe, admirado, venerado y adorado como Dios por la comunidad cristiana.
3. De esta manera el Cristianismo sería un sincretismo bajo el influjo de las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento, de la expectación de los libros apocalípticos y de los ritos de las religiones mistéricas divulgadas en el mundo helenístico (Bousset). O, en todo caso, no una elaboración doctrinal propia de la persona histórica de Jesús sino de los distintos miembros de primitiva (Baur), fundamentalmente Pedro y Pablo.
Veamos a continuación, la falta de fundamento de esta construcción ideológica y acientífica.
Existencia histórica de Jesucristo
Ningún crítico serio se plantea como problema la existencia histórica de Jesús. Los testimonios bíblicos y extra-bíblicos son tan evidentes, que negarla es negar el origen del Cristianismo como fenómeno histórico.
En los escritores romano-paganos encontramos alusiones a la persona histórica de Jesucristo a partir de principios del siglo II. Para valorar el silencio del siglo I se debe tener en cuenta el origen callado del Cristianismo, surgido en un rincón de Palestina sin relieve suficiente para que los escritores romanos repararan en él hasta que su repercusión fue mayor. Los testimonios de Plinio el Joven (112), Tácito (h.116) y Suetonio son suficientemente explícitos.
El historiador judío Flavio Josefo, casi contemporáneo de Jesucristo, en sus Antigüedades Judaicas (93-94) pone en relación a Santiago el Menor con «Jesús, llamado Cristo» y en otro texto alude más expresamente a la persona de Jesucristo. La crítica considera este párrafo fundamentalmente auténtico aunque en la versión llegada hasta a nosotros existan interpolaciones cristianas. De este testimonio, unido a otros como los del Talmud, se deduce que nunca se puso en duda la existencia histórica de Jesús en la tradición judaica que llega hasta los tiempos del Evangelio.
La figura de Cristo que aparece en los Evangelios tiene suficientes caracteres que prueban su realidad histórica:
Fundamento histórico del Jesucristo que conocemos por la fe
A la profesión de fe en Jesús no se llega por la razón humana; la confesión de fe en la divinidad de Jesucristo se hace mediante la gracia de Dios pero la fundamentación racional de la fe de un cristiano pasa por la historicidad de los Evangelios: ¿El Nuevo Testamento responde al Cristo histórico, al Jesús de Nazaret que existió en un momento determinado de la historia humana.
Conviene desglosar el tema en apartados: historicidad, autenticidad, veracidad.
Autoría y datación de los Evangelios
La autoría de los Evangelios no ofrece mayores problemas. Los testimonios del Cristianismo primitivo abogan por adjudicarlos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Las últimas investigaciones acercan la composición de los Sinópticos a fechas muy próximas a la vida de Jesús. En todo caso antes del año 70. Algo más tardío sería el de San Juan como siempre ha sostenido la tradición.
Autenticidad de los Evangelios
¿Lo que realmente ha llegado a nosotros es lo que escribieron aquellos autores, o el texto original se ha ido cambiando con el tiempo?
Las divergencias entre los manuscritos existentes pueden deberse a error de los copistas o a una deliberada intención. Para responder a esta cuestión debemos fijarnos en una cosa: tenemos hoy más de cinco mil copias de los Evangelios ―una cifra sin parangón posible en toda la historia de la literatura antigua― la inmensa mayoría de las variantes son simples errores de ortografía, algo relativamente fácil para el que escribe en griego, sólo hay cinco fragmentos del Nuevo Testamento que no aparecen en algunos manuscritos importantes. Aunque no podemos afirmar su autenticidad ni su falsedad (¿se trata de añadidos o de supresiones?), ninguno de ellos afecta a los dogmas cristianos, ninguno de ellos cambia para nada la vida y las enseñanzas de Jesús.
Veracidad de los Evangelios
Este tema es importante y la respuesta adecuada exige saber que los Evangelios no son una crónica. Jesucristo encarga predicar a sus discípulos y ellos, al cumplir este mandato, no tienen un afán de escribir una biografía en sentido estricto de Cristo, de hacer una crónica de la vida del Maestro.
Conclusión
Se entiende por veracidad histórica o, simplemente, historicidad de los Evangelios la adecuación o correspondencia de sus narraciones con la realidad de los hechos y de los dichos de Jesús. Es decir, los Evangelistas escriben una verdadera historia, narran unos acontecimientos que han sucedido realmente, que han sido vistos por unos testigos y tienen una repercusión en la historia humana: refieren además unos dichos que han sido verdaderamente pronunciados. Aunque los Evangelios no son una historia sistemática que quiera abarcar todos los acontecimientos referentes a Jesús de Nazaret, no por ello dejan de ser verdadera historia.
Los Evangelios contienen también una enseñanza doctrinal. Esto quiere decir que los Evangelistas no se interesan sólo por dejar constancia para la posteridad de los hechos en sí mismos, sino que explican además el significado de tales hechos en el plan divino de la Salvación, y qué exigencias llevan consigo para el hombre.