Egabrense de nacimiento pero madrileño de adopción, miembro de una familia atípica aunque no ajena a la transición del viejo al nuevo régimen.

Doctorado en derecho civil y con un futuro prometedor, optó por dedicarse a su vocación formalizando ingreso en la Real Academia de la Historia con un discurso (“Memorias del municipio egabrense. Bosquejo de sus antigüedades históricas”) que serviría de excusa para que sus detractores empezaran a calificarlo de vulgar y prepotente:

menos redundancia en las descripciones y relaciones y exactitud en la copia de inscripciones […] un joven andaluz no necesita tanto como ha hecho en su favor la Academia para encaramarse sobre la Giralda de Sevilla”.

Sima de Cabra. 1838. Real Academia de la Historia

Nombrado Inspector de Antigüedades de Andalucía en 1838 al objeto de mediar entre la centenaria institución y el gobierno, no tardó en señalar obstáculos y entorpecimientos más que sempiternos:

ni exhortaciones, ni ruegos, ni solicitudes extrajudiciales, ni persuasiones, ni utilidad pública, ni espinita de gloria nacional […] no se contentan las autoridades con guardar un extraño silencio a la voz de gloria y recuerdos patrios, que les apellidan, sino que son las primeras en decretar las ruinas de las antigüedades  […] increíble parece que tales desafueros se llevasen a cabo si los Ayuntamientos tuvieran una idea más exacta y prolija de la importancia de los hallazgos y de la conservación de tan apreciables monumentos”.

En idénticas circunstancias, los archivos:
 
me encarga la Academia diga a V. que le consta por una larga experiencia que las reales órdenes expedidas con este objeto son casi siempre insuficientes para adquirir noticias de documentos antiguos que los Ayuntamientos o no entienden, o no tienen curiosidad en examinar, y por lo mismo cree que el mejor medio de lograr el fin que V. se propone, es visitar los pueblos y registrar por V. mismo los archivos, como lo han hecho otros académicos con el mejor resultado”.

Hastiado, redactó en 1842 un documento que fue agradecido pero no aceptado por la institución a la que representaba aunque, curiosamente, el Boletín Oficial de la Provincia de Córdoba publicó una circular en la que se daban instrucciones precisas a ayuntamientos y particulares para la conservación y protección de las antigüedades andaluzas.


Objetos hallados en la Cueva del Morrón de Gaena. 1840. Real Academia de la Historia

La insubordinación no impidió a de la Corte continuar en el cargo, quizás por el peso de sus hermanos, en particular, de Juan. Hubo incluso un plagio pero, como la Academia no entraba en “guerras literarias”, pasó sin más aunque no lo entendiera así Aureliano Fernández Guerra, el denunciante y futuro Director General de Instrucción Pública.

El descubrimiento del Sepulcro de los Pompeyos (1833) en las inmediaciones de Baena fue todo un acontecimiento para la incipiente arqueología española. Lástima que el ruido se trasladara a réplicas y contrarréplicas demostrando así el escaso interés de autoridades académicas y municipales por las campañas de Julio César contra los hijos de Pompeyo en Hispania.

Sólo la enfermedad apartaría a Manuel de la Corte y Ruano como Inspector de Antigüedades de Andalucía.

Publicado en La Opinión de Cabra