Después de más de 12 años de trabajo, la Real Academia de la Historia (RAH), presenta la mayor y mejor recopilación de biografías existente hasta la fecha: 43.000 personajes que han dejado huella en la historia de España. En total, 50 tomos por un precio, 3.500 euros, que permitirá -aún en tiempos de crisis- que todas las bibliotecas de España puedan contar con esta magnífica obra, para disfrute y consulta de los ciudadanos. Junto con el Rey, los historiadores Stanley Payne y John Elliot (Premio Príncipe de Asturias) asistieron al acto de presentación del Diccionario Biográfico Español (DBE), el pasado 26 de mayo, dónde afirmaron que sólo hay otro trabajo equiparable a este en el mundo: el Oxford Dictionary of National Biography.
Las dificultades para elaborar esta obra han sido muchas, pero los señores Gonzalo Anes, Jaime Olmedo y Quintín Aldea, junto con muchos otros colaboradores (incluidas las academias iberoamericanas de la Historia), han realizado un trabajo magnífico y, por ello, no debemos permitir que la suciedad, en forma de política mal entendida, que embadurna todo en España, le reste un ápice de brillo al DBE.
Que entre más de 40.000 biografías, haya una decena de ellas que, a alguien, de manera más o menos imparcial, y desde una óptica quizás sentimentaloide, puedan parecerle tendenciosas, es comprensible. Pero que, por ello, un senador de la Entesa Catalana de Progrés haya pedido la suspensión de las subvenciones públicas para la Real Academia de la Historia y la retirada inmediata del magnífico Diccionario Biográfico Español del mercado, resulta lamentable y escandaloso.
Que Izquierda Unida, a través de su responsable internacional y miembro de la dirección del partido, Willy Meyer, diga que resulta intolerable que esta obra se financie con fondos públicos «puesto que es una obra escrita sobre la base del golpismo», pasa, y no es digno ni de comentarse, teniendo en cuenta que el Diccionario recorre más de 2.200 años de Historia de España y por lo que se ve, los detractores del DBE, reducen nuestra historia a la guerra civil de 1936. Por poner un ejemplo, desconozco la biografía que se haya escrito de Simón Bolívar, pero a ningún político español, en su sano juicio (ni a ninguna organización nacional decente), se le ocurrirá pedir a la RAH que rectifique esta biografía por referirse al amante de Manuela Sáenz como El Libertador. Por ello, resulta también bastante preocupante que el Gobierno, por medio de sus ministros de Cultura y de Educación ya haya reclamado que se cambie algunas biografías.
Una de las biografías en cuestión es la de Juan Negrín, por referirse al gobierno de este como dictatorial. No creo en la genética aplicada a la política, pero resulta curioso que Carmen Negrín, nieta del biografiado, al opinar sobre el tema sentenciase: "Habría que triturar el Diccionario Biográfico Español". Esto es incitación a la violencia, pero no es nada comparado con el odio que han trasmitido esta semana algunos políticos, periodistas y ciudadanos que, por sus escritos intransigentes e intolerantes, no son dignos de vivir en democracia.
Que entre las más de 4.000 personas que han colaborado en el DBE, repito que, a alguien, de manera más o menos imparcial, y desde una óptica quizás sentimentaloide, pueda no gustarle lo que ha escrito alguno de estos miles de investigadores, es comprensible. Pero la caza de brujas que algún partido político de carácter minoritario y un panfleto con ínfulas de diario informativo han organizado contra los señores Gonzalo Anes, Vicente Palacio Atard, María del Carmen Iglesias Cano, Hugo O´Donnell, Luis Miguel Enciso Recio, Monseñor Antonio Cañizares, Manuel Jesús González, Carlos Iniesta, José Martín Brocos, Ángel David Martín Rubio, Carlos Seco Serrano y el historiador gijonés Luis Suárez Fernández entre otros, no tiene parangón en la democracia española.
Que además las Cortes Generales amparen en sus cámaras a personajes que dedican todos los medios - que los ciudadanos ponemos a su disposición a través del Estado- en intentar boicotear por tierra, mar y aire, cualquier empresa que sirva para engrandecer el nombre de España e intimidar a ciudadanos que con su trabajo y esfuerzo contribuyen a que estos proyectos lleguen a buen puerto, empieza a parecer contraproducente para nuestra democracia. Los grandes partidos políticos, deben de llegar a acuerdos que permitan evitar que -una y otra vez- una minoría de ciudadanos intransigentes e intolerantes, intenten reventar el sueño de paz y convivencia que hicimos realidad en 1978. Deseo, y espero como ciudadano, que los políticos, por el bien de nuestro pueblo, pongan sólidos cimientos para el futuro de España (económicos y culturales) y fomenten en nuestro país el respeto y la tolerancia hacia los pensamientos y creencias de sus ciudadanos, algo que, por ejemplo, y visto lo visto, la desafortunada -que no del todo innecesaria- Ley de Memoria Histórica ha dificultado.
Una vez finalizado el proyecto del Diccionario, ha sido voluntad de la Academia constituir en ella el Centro de Estudios Biográficos para crear una red cultural y social en torno a contenidos de tipo histórico-biográfico vinculados con todos los territorios que han formado parte, a lo largo de la Historia, de la Administración española. A través de internet, se mantendrá la red de instituciones y personas que han participado en el proyecto del DBE, y se ampliará a la generalidad de los ciudadanos que tendrán la opción de acceder a contenidos culturales en línea al tiempo que podrán contribuir a la mejora del proyecto a través de sus comentarios y aportaciones generando una sindicación de contenidos. Este es el camino para que, los que consideren que desde la Real Academia de la Historia se ha trabajado con mala fe, aporten (con vehemencia si quieren, pero siempre con respeto) sus investigaciones.
Los españoles podemos estar orgullosos de esta gran obra colectiva que es el Diccionario Biográfico Español. Y debemos estar agradecidos al marqués de Castrillón por haber hecho este sueño realidad. Que no lo revienten.
Pablo Portilla Quiñones
Experto universitario en Heráldica, Geneaología y Nobiliaria
Publicado en El Comercio.es