Del tatami al altar: este ha sido el paso que ha realizado el joven Jason Nioka, de tan sólo 28 años, al dejar el judo de alto nivel por el sacerdocio. Ordenado el pasado mes de junio, este exdeportista es precisamente el encargado de supervisar la capellanía católica de la villa olímpica de París 2024, para así atender a los atletas que deseen acompañamiento espiritual durante estos días.
Todos los días, de 7 a 23 horas, durante los Juegos Olímpicos, estará de guardia para los 14.500 atletas, en una sala del centro multirreligioso emplazado en la propia villa olímpica Escucha, tiempos de oración, misas en varios idiomas... Estos momentos espirituales estarán abiertos a todos los deportistas que lo deseen.
“Es importante poder ofrecer a un deportista creyente la oportunidad de ejercer su fe”, afirma este joven sacerdote. Jason Nioka no quiere ser presentado, como sacerdote, como un “segundo entrenador”. “En cambio, el capellán debe guiar al atleta y recordarle que, ya sea que pierda o gane, siempre es para la gloria de Dios. Estamos aquí para escuchar”, asegura.
Tal y como confiesa a AFP, este joven sacerdote, que siempre ha compaginado deporte de alto nivel y espiritualidad, sabe de lo que habla. Practica judo desde que tenía tres años y ahora sólo lo hace una vez a la semana, por diversión. Anteriormente, entre los 14 y los 20 años, aspiraba a hacer carrera como judoka profesional. La fe finalmente lo alcanzó y prefirió dedicarse por entero a Dios.
Su vocación se remonta a una peregrinación a Lourdes, a los 13 años, con su familia. “Sentí una gran paz interior. Cuando gané una competición, no fue tan fuerte”, recuerda. Cuando era adolescente, “la capellanía me alimentó y me ayudó”, confiesa. Y renunciar a las misas dominicales para dedicarse a las competiciones los fines de semana le frustraba a menudo. “Entonces me hubiera gustado encontrar un sacerdote conocedor del mundo del deporte que me ayudara a tomar las decisiones correctas”, desliza.
Cuando estaba en Inglaterra entrenando con judokas británicos mientras asistía regularmente a una parroquia sintió la llamada para ingresar en el seminario. “Me sentí más como en casa allí que sobre una estera de judo. Sucedió de forma natural”, describe.
Si dejar la competición a los 20 años fue una elección “difícil”, Jason Nioka está hoy convencido de que el deporte de alto nivel le ha convertido en un mejor cristiano. “El judo me enseñó a superarme, a perseverar; también enseña modestia y autocontrol. En la vida cristiana, podemos pecar. Lo difícil es superarlo. El deporte de alto nivel me enseñó a hacer siempre este trabajo de introspección”, afirma.