Como cada día en la abadía francesa de Fontgombault, Dom Forgeot rezaba la oración de San Pío X por los agonizantes entre cantos gregorianos y una densa película de incienso. Lo hacía ante la imagen de Nuestra Señora de la Buena Muerte que preside la abadía. “Desde hoy acepto gustoso el género de muerte que quieras enviarme, con todos sus dolores, angustias y penas”, rezaba el benedictino. Pero el 15 de agosto de 2020 fue el resto de la comunidad de monjes quien rezó por el benedictino durante sus últimos momentos antes de morir.
Fontgombault, referente de las abadías europeas
Dentro de un monasterio, cuando se acerca la muerte, las cosas se apaciguan y se simplifican. Es la conclusión a la que llegó Nicolás Diat tras recorrer ocho abadías europeas, tratando de comprender la visión de la muerte que tienen los monjes al final de sus días, y que plasmó en Tiempo de morir. Los últimos días de la vida de los monjes (Palabra). La abadía de Fontgombault no fue una excepción en su camino.
A lo largo de sus mil años de historia, los muros de esta abadía han visto pasar decenas de generaciones de monjes. Fundada como monasterio benedictino a finales del siglo XI, fue saqueada y dañada en 1569 y nuevamente durante la Revolución Francesa. Tras una breve estancia de los trapenses en el siglo XIX, la abadía fue restaurada por los monjes de Solesmes. Hoy, Fontgombault es un referente entre las abadías europeas por su canto gregoriano y la celebración de la Santa Misa.
Teaser del documental "Fons amoris" sobre la vida en la abadía de Fontgombault.
Nuestra Señora de la Buena Muerte
“A mediados del siglo XVIII, los monjes abandonaron la propiedad”, explica Diat. En esa época, “un desgraciado se lanzó contra una imagen de la Virgen para derribarla”. El agresor sufrió una grave caída que le provocó la muerte, no sin antes haberse arrepentido. Desde entonces, aquella Virgen del siglo XII es conocida como Nuestra Señora de la Buena Muerte.
A día de hoy, la talla del siglo XII preside la abadía y, como Dom Forgeot, los monjes acuden a rezar a diario por los agonizantes y hospitalizados.
La abadía de Fontgombault, fundada por Pierre de l'Étoile en la orilla del rio Creuse.
Vida y muerte en la comunidad de Fontgombault
En el prólogo de Tiempo de Morir, el cardenal Sarah señala que "los monasterios son lugares en los que se aprende a vivir y a morir en una atmósfera de oración silenciosa, con los ojos puestos siempre en el más allá, en Aquel que nos ha creado y a Quien contemplamos".
Para los monjes de Fontgombault, la muerte es un tema cotidiano en su oración y día a día. Dom Thevenin es el padre enfermero de la abadía desde 1984, y su presencia contribuye a mirar con otros ojos a la muerte. “La principal diferencia entre nuestra generación y la de nuestros predecesores es, sin duda, negarse a mirar la muerte a la cara”, explica. “Nos gustaría olvidarla, y evitar todo el dolor y la angustia que la acompañan”.
Por el contrario, conforme se acerca su hora, los monjes más difíciles, impetuosos o individualistas se serenan. "Esta paz", explica Diat, "no es ajena a la alegría de los monjes en el momento de su muerte", y gracias a ella se ha mantenido intacta la unidad de la abadía durante décadas.
Durante su estancia en Fontgombault, el difunto Dom Forgeot acompañó a veintiséis monjes en sus últimos días, y de todos ellos, no conservó en su memoria una sola muerte trágica o dolorosa. Al contrario: solo recordaba tránsitos silenciosos, apacibles y muertes dulces.
“El monje en coma sigue junto a Dios”
Tras asistir a decenas de monjes en sus últimos días, Thevenin es un gran conocedor de como los monjes afrontan este tránsito. “Se muestran serenos y en paz”, explica, “se van abandonando poco a poco, por fases, sostenidos por la oración de sus hermanos”.
“El sentido de la oración se conserva hasta el último minuto”, explicó Dom Forgeot antes de su propia muerte. “Si la oración es abandonarse en las manos de Dios, ¿cómo va a detenerse justo en el momento en que está cerca el encuentro?”, se preguntó.
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En los peores momentos, un enfermo puede ser incapaz de rezar, “pero el deseo de estar con María no puede cambiar. Lo que varían son la forma que adoptan la meditación y contemplación”, explica Forgeot, “pero el fondo sigue siendo el mismo: el monje en coma sigue viviendo junto a Dios”.
Paciente y enfermero, dos monjes durante la agonía
El médico de Fontgombault observa como la fuerza de la oración durante la vida del monje influye en la forma de afrontar sus últimos momentos.
Especialmente, en la relación con su enfermero. “El vínculo entre ambos puede llegar a ser fuerte, y a veces este tiene que mostrarse firme”, explica Thevenin, “como cuando algún monje se niega a tomarse las medicinas”. Los enfermos, por su parte, “saben que se les sirve en atención a Dios, y que el monje que se encarga de cuidarlos no es un criado”.
La mejor preparación para la muerte
La respiración irregular, el pulso débil o la palidez del rostro son señales que no pasan inadvertidas al padre Thevenin. Entonces, el monje suele conservar los reflejos de buen religioso. El rosario, sus oraciones y las letanías de los Santos son la mejor preparación para la muerte.
Tampoco está solo, y la comunidad acompaña al moribundo con su oración. En Fontgombault se han llegado a reunir los sesenta monjes que conforman la abadía, entonando la oración de los agonizantes hasta el momento del eterno reposo del difunto: “Alma cristiana, al salir de este mundo marcha en nombre de Dios que te creó, en nombre de Jesucristo, que murió por ti… entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios”.
Monjes de la abadía de Fontgombault acuden a la oración.
Los últimos días en la abadía: una muerte feliz
El mismo monje que acompaña al enfermo durante su agonía, cuida y asea su cuerpo tras su muerte. Entonces, el padre enfermero lava el cuerpo del difunto, y le reviste con su cogulla o su estola, preparando al fallecido para el velatorio. Un momento de especial relevancia en el que la comunidad podrá darle su último adiós espiritual.
Para el monje Dom Pateau, la muerte tiene muchas lecciones que ofrecer al hombre moderno. Explica que la vida monástica es feliz, y la muerte monástica también, porque cada miembro de la comunidad acepta perder todo su tiempo por Dios.
¿Queda tiempo para morir?
Frente a esta concepción, “la prisa de la vida tecnológica desquicia hasta nuestros últimos momentos, y el mismo Dios tiene que obligarnos a dedicarle ese tiempo”, afirma Dom Pateau. “En ese momento, Dios dice: 'Basta', cuando al hombre moderno lo que le gustaría es decir 'no tengo tiempo'”.
El anciano benedictino se pregunta, entonces, si queda tiempo para morir. Para el monje, después de la muerte, lo esencial de la vida no se acaba. En un cuerpo gastado y dolorido, el alma ya no es capaz de expresarse. El camino ha llegado a su fin, y el enfermo, puede marcharse: ahí están sus hermanos.
Este es un artículo de hemeroteca, publicado originalmente el 26 de febrero de 2021.