Fue el verdadero "exorcista del Papa", el exorcista de la diócesis de Roma durante más de tres décadas, en los años 60 y 70. El Padre Pío lo definió como "un sacerdote según el corazón de Dios". Candido Amantini (1914-1992) fue un pasionista, actualmente en proceso de beatificación, que durante 36 años fue el exorcista diocesano en Roma, en la Scala Santa, la sede de los pasionistas en la ciudad eterna.
Uno de sus discípulos más aventajados fue el padre Gabriel Amorth, "el exorcista del Vaticano", quien murió a los 91 años tras haber realizado más de 80.000 exorcismos. En su libro Habla un exorcista, el padre Amorth cuenta algunos de los casos más sorprendentes de posesiones diabólicas a jóvenes y niños que le contó en vida el propio Amantini.
El padre pasionista Candido Amantini fue durante décadas el único exorcista de Roma. Fue el maestro del padre Amorth, que recogió de él asombrosas historias, y muchas las vivieron juntos.
1. El chico que pesaba toneladas
Pierluigi, de catorce años, era alto y corpulento para su edad. No podía estudiar, era la desesperación de sus profesores, con ninguno de los cuales conseguía estar de acuerdo; pero no era violento. Una de sus características era que cuando se sentaba en el suelo, con las piernas cruzadas (él decía que "hacía el indio"), ninguna fuerza conseguía levantarlo, como si se hubiese vuelto de plomo.
Después de varios tratamientos médicos sin resultado, lo llevaron al padre Candido, quien comenzó a exorcizarlo y apreció una verdadera posesión. Otra de sus características: no era pendenciero, pero con él la gente se ponía nerviosa, gritaba, no dominaba los nervios.
Un día estaba sentado con las piernas cruzadas en el rellano de su casa, en el tercer piso. Los demás inquilinos subían y bajaban por las escaleras, le zarandeaban para que se fuera de allí, pero él no se movía. En un momento dado, todos los inquilinos del edificio se encontraron a la vez en la escalera, en los distintos rellanos, y aullaban y gritaban como obsesos contra Pierluigi.
Alguien llamó a la Policía, mientras los padres del muchacho llamaban al padre Candido, que llegó antes y se puso a charlar con el chico para convencerlo de que entrara en su casa.
Pero los policías (tres muchachos grandes) le dijeron: "Apártese, reverendo; estas cosas son para nosotros". Cuando trataron de mover a Pierluigi, no consiguieron desplazarlo ni un milímetro. Asombrados y chorreando sudor, no sabían qué hacer. Entonces el padre Candido les dijo: "Que todos vuelvan a sus casas"; y se hizo un completo silencio.
Luego añadió: "Ahora bajad un tramo de escalera y observad". Le obedecieron. Por último dijo a Pierluigi: "Has estado muy bien: no has dicho ni una palabra y los has tenido a todos a raya. Ahora vuelve a entrar en casa conmigo". Le cogió de la mano y él se levantó y le siguió, muy contento, adonde le esperaban sus padres. Con los exorcismos logró una mejoría, pero no una total liberación.
2. El que distinguía la ropa bendita
Una madre estaba abrumada por las extravagancias que notaba en un hijo suyo: en ciertos momentos se enfadaba, lanzaba alaridos desatinados, blasfemaba y luego, cuando recobraba la calma, no recordaba nada de su comportamiento. No rezaba y nunca habría aceptado dejarse bendecir por un sacerdote. Un día, mientras el joven estaba en el trabajo y, como de costumbre, había salido vestido con su mono de mecánico, la madre hizo bendecir las ropas con la correspondiente oración del Ritual.
Al regresar del trabajo, el hijo se quitó el mono sucio y se cambió sin sospechar nada. A los pocos segundos se quitó la ropa con furia, casi se la arrancó de encima, y se volvió a poner el mono de trabajo sin decir nada. No hubo manera de que se pusiera aquellas ropas; las distinguía perfectamente de las que no habían sido bendecidas. Este hecho demostraba más la necesidad de practicar exorcismos sobre aquel jovencito.
3. El que se burlaba del exorcista
Un mismo demonio puede estar presente en varias personas. La muchacha se llamaba Pina y el demonio había anunciado que, a la noche siguiente, se habría ido. El padre Candido, aun sabiendo que en estos casos los demonios casi siempre mienten, se hizo ayudar también por otros exorcistas y pidió la presencia de un médico.
A veces, para mantener sujeta a la endemoniada, la recostaban sobre una larga mesa. Ella se agitaba y de vez en cuando se caía al suelo. Sin embargo, en el último tramo de la caída, disminuía la velocidad como si una mano la sostuviera, por lo cual nunca se hacía daño. Después de haber trabajado en vano toda la tarde y la mitad de la noche, los exorcistas decidieron desistir.
A la mañana siguiente, el padre Candido estaba exorcizando a un niño de seis o siete años. Y el diablo que estaba dentro de aquel niño comenzó a burlarse del padre: "Esta noche habéis trabajado mucho pero no habéis conseguido nada. Os la hemos jugado. ¡Yo también estaba allí!".
4. El que pasaba de una niña a otra
Exorcizando a una niña, el padre Candido preguntó al demonio que cómo se llamaba. "Zabulón", respondió. Acabado el exorcismo, mandó a la pequeña a rezar delante del Sagrario. Llegó el turno de otra niña, igualmente poseída y también a este demonio el padre Candido le preguntó el nombre. "Zabulón", fue la respuesta.
Y, el padre Candido: "¿Eres el mismo que estaba en la otra? Quiero una señal. Te ordeno en nombre de Dios que vuelvas a la que ha venido antes". La niña emitió una especie de aullido y luego, de golpe, se calló y se quedó calmada. Entretanto, los asistentes oyeron que la otra chiquilla, la que estaba rezando, proseguía aquel aullido.
Entonces el padre Candido ordenó: "Regresa aquí de nuevo". Inmediatamente la primera niña reanudó su aullido, mientras la otra volvía a rezar.
5. El niño que respondía a preguntas inteligentes
A un chico de once años el padre Candido quiso formularle preguntas difíciles cuando se reveló en él la presencia del demonio. Le preguntó: "En la tierra hay grandes científicos, altísimas inteligencias que niegan la existencia de Dios y vuestra existencia. ¿Tú qué dices a esto?". El niño respondió en seguida: "¡Qué va, altísimas inteligencias! ¡Son altísimas ignorancias!".
Y el padre Candido añadió, con la intención de referirse a los demonios: "Hay otros que niegan a Dios conscientemente, con su voluntad. ¿Qué son para ti?". El pequeño poseído se puso en pie de un salto y gritó con furia: "Fíjate bien. Recuerda que hemos querido reivindicar nuestra libertad incluso delante de él. Le hemos dicho que no para siempre".
El exorcista apremió: "Explícamelo y dime qué sentido tiene reivindicar la propia libertad delante de Dios, cuando separado de Él tú no eres nada, como no soy nada yo. Es como si en el número 10, el 0 quisiera emanciparse del 1. ¿En qué se convertiría? ¿Qué haría? Te ordeno en nombre de Dios, dime, ¿qué has hecho de positivo?, vamos, habla". El otro, lleno de maldad y de miedo, se retorcía, babeaba, lloraba de un modo terrible e inconcebible en un niño de once años, y decía: "¡No me hagas este proceso! ¡No me hagas este proceso!".
6. El demonio que sabía latín... y griego
Un día el padre Candido exorcizaba a una muchacha de diecisiete años, campesina, acostumbrada a hablar en dialecto, por lo que conocía mal el italiano. Estaban presentes otros dos sacerdotes que, cuando la presencia de Satanás se manifestó, no se cansaban de hacer preguntas.
El padre Candido, mientras seguía rezando las fórmulas en latín, mezcló palabras en griego: "¡Cállate, déjala en paz!". Inmediatamente la muchacha se volvió hacia él: "¿Por qué ordenas que me calle? ¡Díselo más bien a estos dos que no paran de interrogar!".
7. La pequeña que describía las relaciones en el infierno
El padre Candido ha hecho preguntas al demonio en personas de todas las edades; pero le gusta explicar el interrogatorio a los niños, porque resulta más evidente que no dan respuestas al alcance de su edad; por eso es más segura la presencia del demonio.
Un día le preguntó a una chiquilla de trece años: "Dos enemigos que durante la vida se han odiado a muerte y terminan ambos en el infierno, ¿qué relación tienen entre sí, al haber de estar juntos durante toda la eternidad?".
Aquí puedes ver un vídeo del padre Amorth sobre los objetos que llevan los endemoniados.
He aquí la respuesta: "¡Qué tonto eres! Allá abajo cada uno vive replegado sobre sí mismo y desgarrado por sus remordimientos. No existe ninguna relación con nadie; cada uno se encuentra en la soledad más absoluta, llorando desesperadamente por el mal que ha hecho. Es como un cementerio".
Conozca más sobre estos temas en nuestra sección Exorcismos.