La guerra en Ucrania se alarga y sigue produciendo un enorme sufrimiento en el pueblo ucraniano mientras los focos aunque presentes aun en el país poco a poco van prestando ya menos atención.
Este lunes fiesta de la Asunción de María el Nuncio Apostólico en Ucrania, monseñor Visvaldas Kulbokas, celebrará la eucaristía en la estratégica ciudad de Odesa, donde renovará la consagración que hizo el Papa al Inmaculado Corazón de María y para coronar el icono de la Madre de Dios.
En una entrevista con Vatican News, el nuncio habla de la situación de Ucrania y de cómo la Virgen puede, aprovechando esta importante fiesta mariana, ayudar al sufriente pueblo ucraniano.
-Arzobispo Visvaldas Kulbokas, este 15 de agosto, con motivo de la fiesta de la Asunción, está usted en Odesa y en la catedral de la Asunción de la Santísima Virgen María preside la misa, durante la cual se coronará el icono de la Madre de Dios. ¿Qué significado tiene esta fiesta para usted y para los ucranianos? ¿Podemos decir que este momento será una nueva encomienda a María?
- Como saben, este período de la guerra en Ucrania es muy pesado y ni siquiera es posible escuchar todos los testimonios sobre este conflicto. Acabo de escuchar a un profesor que vivía en Mariúpol: allí se ha perdido todo. Hay un gran dolor, un gran sufrimiento, y la Madre de Dios en un momento tan dramático es la que nos protege. Hay muchos aspectos. Uno de ellos es el que has mencionado: aunque el acto de consagración al Corazón Inmaculado de la Virgen María lo hizo el Santo Padre junto con los obispos del mundo, este acto de consagración de nosotros mismos, de Ucrania y del mundo, lo renovamos y debemos renovarlo cada día.
Cuando vemos una situación tan dramática, no tenemos otra opción que la Madre de Dios, nuestra protectora. En una guerra tan dramática en toda Ucrania -y en estos momentos especialmente en las regiones de Mykolaiv, Járkiv, Zaporiyia y Odesa- cada mañana que nos levantamos damos gracias al Señor por la vida, por el don de un nuevo día. Esto nos motiva cada día a una vida espiritual más intensa. Por eso también siento muy intensamente la fiesta de la Asunción, porque la Asunción de la Virgen María nos muestra ese Cielo al que aspiramos. Y aunque perdamos esta vida humana, queda el Cielo, nuestra gran aspiración. Será el momento de la unión, de nuestra unión con la Madre de Dios y con todo el Cielo. Pedimos a la Madre de Dios que nos proteja en cuerpo y espíritu.
La situación es dramática, hay tantas atrocidades, hay torturas, hay incluso ataques hechos a propósito contra ambulancias, contra hospitales, contra niños: son tales las atrocidades que surge la tentación humana de enfadarse y perder esa paz interior llenándose de odio. He oído a muchos sacerdotes decir: 'Sí, hay que rezar mucho para no igualarse al agresor, para no igualarse a los que siembran la muerte, porque si la víctima se llena de odio, ha perdido desde el punto de vista espiritual'. Por eso, esta oración es también un momento en el que pedimos la intercesión de la Virgen María para que nuestro corazón no se llene de odio, sino de valor, de paciencia, de espíritu de martirio y de confianza en el Señor.
-En cierto sentido, el Papa acompaña este momento porque el 3 de agosto, al final de la audiencia general, bendijo la corona que se colocará en la cabeza del icono de la Asunción en la catedral de Odesa. En estos tiempos de guerra, ¿qué significado tienen estos gestos que vinculan al Sucesor de Pedro con las Iglesias locales?
-Estos gestos pertenecen a la tradición de la Iglesia: en los momentos más solemnes, se pide al Papa una bendición y, en particular, la bendición de las coronas destinadas a la Virgen María. Sabemos que el Santo Padre repite en todas las ocasiones posibles su oración y sus llamamientos a toda la cristiandad y al mundo para que recen por Ucrania, para que recen por la paz: su corazón está con el pueblo ucraniano que sufre. Por eso sabemos que esta corona, que llegó de Roma tras ser bendecida por el Santo Padre, es un signo muy concreto -lleno de empatía, hecho de corazón- de la oración del Santo Padre. Es un gran signo de la unión de toda la Iglesia y de nosotros mismos con el Santo Padre. Y unidos somos fuertes.
-Hoy en día el foco de atención sobre la guerra se está atenuando un poco, hay un temor entre algunos de que pueda ser olvidada por el mundo. ¿Cómo es la situación humanitaria en el país?
-Humanamente hablando, es comprensible que los reflectores se apaguen un poco en el mundo. El cardenal Zenari, que es nuncio en Siria, también me dijo algo parecido: la situación allí sigue siendo dramática, pero el mundo ya no habla de ella. Aquí en Ucrania hay familias desplazadas que me cuentan lo duro que es vivir así y tratan de entender si es posible volver a sus casas y dicen: 'Vamos a volver allí'. Y esto aunque a menudo hay allí familias que llevan meses durmiendo en sus coches. No quieren ir al extranjero y siempre esperan poder volver a casa. Es duro vivir sin comida suficiente, sin trabajo, sin casa, pasando las noches en el coche, porque incluso a pesar de tantas iniciativas humanitarias y tanta ayuda, no es posible satisfacer las necesidades de todos, porque las cifras son altas y el compromiso es muy grande. Así que existe este problema de vivir en condiciones difíciles sintiéndose solos. Por eso el Santo Padre repite en cada ocasión que, al menos en la oración, al menos con el corazón, el mundo no debe olvidar a tantas familias que están pasando por momentos tan difíciles. Y esto no sólo afecta a Ucrania, sino también a otros países. Incluso muchos periodistas me dicen que a los que no están allí les cuesta entender el dramatismo de la situación. Y quiero expresar mi agradecimiento a tantos periodistas que van a lugares muy arriesgados, como Mykolaiv, Odesa, Zaporiyia, para ver con sus propios ojos cómo es la vida allí.
-Usted está en Odesa, desde donde partieron los primeros barcos con trigo. El Papa Francisco, en el Ángelus del 7 de agosto, dijo que "este acontecimiento se presenta también como un signo de esperanza" y deseó que, "siguiendo este camino, se pueda poner fin a los combates y llegar a una paz justa y duradera".
-El Santo Padre no es un político, es un pastor. Cuando el Santo Padre nos invita a creer en la posibilidad del diálogo a pesar de que aquí en Ucrania entendemos que una negociación real es realmente muy difícil de prever - precisamente porque la situación es tan dramática y la lógica humana nos dice que ante una guerra tan feroz es difícil prever que, de un momento a otro los que empezaron la guerra, Rusia, cambien su posición- cuando el Papa, decía, repite su llamamiento al diálogo, algo que para nosotros parece humanamente imposible, si somos personas creyentes, también esperamos en lo imposible y confiamos este llamamiento, esta oración, no sólo a los hombres sino a Dios mismo.
En cuanto a los barcos de grano que salieron, aquí también vemos que fue un paso muy trabajoso, porque Ucrania no pudo firmar ningún acuerdo directo con Rusia. Se firmaron acuerdos a varios niveles entre Ucrania y determinados socios, que a su vez facilitan los contactos con Rusia de forma indirecta para poder organizar la exportación de trigo. Así que este paso se ha conseguido de forma muy trabajosa, pero como dijo el Papa es algo positivo tanto a nivel global como local. Así que es un signo de esperanza. También nos aferramos a los pequeños pasos. A veces, cuando no podemos, como por ejemplo ahora, encontrar formas inmediatas de detener la guerra, nos centramos en los aspectos humanitarios para abrir una brecha en los contactos. Es importante hacer todo lo posible, lo que está al alcance del ser humano, para que se establezca una atmósfera, si no de diálogo, al menos de contacto. Así que creo que este es el mensaje más importante del Santo Padre.