“Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces”. En 1982, hace más de tres décadas, san Juan Pablo II pronunciaba desde Santiago de Compostela una de las frases que ha resultado profética y que marcó su Pontificado.

El Papa polaco defendió una y otra vez la herencia cristiana de Europa frente a los ataques de las distintas ideologías que pretendían acabar con ella. Décadas después , aquella Europa no escuchó su llamamiento y vive una crisis de identidad sin precedentes, con una división palpable y con el auge de populismos de distinto tipo. Y además, las instituciones europeas se ha ido alejando igualmente de los ideales de sus padres fundadores.

La Iglesia Católica es consciente de esta crisis y para intentar cambiar esta situación ha organizado en el Vaticano un congreso titulado “(Re)pensando Europa”, una contribución cristiana al proyecto europeo.


También en Polonia se ha llevado a cabo estos días una iniciativa similar de la que ha salido una interesante propuesta del cardenal Dzwisz, el que fuera secretario de Juan Pablo II. “Europa se enfrenta a grandes retos: la crisis ideológica, el colapso demográfico, el debilitamiento de la función natural de la familia, el problema de la migración, que requiere prudencia y decisiones con visión de futuro, necesita ayuda del cielo y el ejemplo de los santos, porque sola no puede responder a esos desafíos. Y no hay santo más contemporáneo que comprenda nuestro tiempo mejor que Juan Pablo II”.


Stanislaw Dziwisz fue un fiel ayudante de san Juan Pablo II durante todo su pontificado

Y por ello propone a san Juan Pablo II como patrón de Europa. Durante el Concilio Vaticano II, Pablo VI proclamó patrono a san Benito. El propio Papa polaco, consciente de la necesidad de ayuda del cielo proclamó otros cinco patronos: los santos Cirilo y Metodio, Santa Catalina de Siena, Santa Brígida y Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein).


El cardenal Dzwisz fue sin duda la persona que mejor conoció a Juan Pablo II y en su intervención en el congreso de “Europa Christi” en Czestochowa el pasado 20 de octubre, recordó la visión que el santo polaco tenía de Europa:

“Para él, el primer elemento de la construcción de esta unidad era la enseñanza del perdón. Dos guerras mundiales, que tuvieron lugar principalmente en este continente, hicieron mucho daño. Hoy hay muchas heridas en Europa y los tiempos modernos causan nuevos daños”, afirmaba el cardenal.


De este modo, agregaba, tal y como recoge Acistampa que “la pedagogía del perdón es tan importante porque el hombre que perdona y pide perdón comprende que hay una verdad mayor sobre él y que aceptándola se puede superar a sí mismo. No hay Europa sin perdón y reconciliación, sin resolver los problemas del pasado”.

El purpurado polaco incidía en que “el argumento de algunos políticos europeos que argumentan que los problemas del pasado se deben dejar para la historia para centrarse en el presente y el futuro está mal”. Para él, los europeos deben encontrar una manera de crear una nueva unidad, que “mejore y complemente la riqueza de su diversidad”.



El requisito previo para formar un presente y futuro optimista para Europa son junto a la pedagogía del perdón, “el descubrimiento y la confirmación de su identidad”. Precisamente, ésta está determinada, según dijo el cardenal, “no sólo por la memoria del pasado, sino también por los puntos de referencia permanentes y omnipresentes. En la esfera nacional hay valores religiosos y morales, pero también valores simbólicos”.


El arzobispo emérito de Cracovia recordó que Juan Pablo II era “partidario de la Europa de la Patria y no de Europa como un estado federal”. En su pensamiento, siempre prevaleció una Unión Europea que debía salvaguardar “el desarrollo personal de los hombres y no imponer a las personas un proyecto poco claro del desarrollo de Europa”.

Y en numerosas ocasiones el Papa polaco dejó claro cuáles eran las prioridades: “la dignidad de la persona, la santidad de la vida humana, el papel central de la familia basada en el matrimonio, la importancia de la educación, la libertad de pensamiento y la libertad de religión, la protección de los derechos de los individuos y grupos sociales, el trabajo percibido como un bien social y personal, y el ejercicio del poder político como servicio”.


Para San Juan Pablo II estos principios son muy importantes pues como advirtió él mismo, “la democracia sin valores tarde o temprano se convierte en un totalitarismo manifiesto o disfrazado”.

Para concluir y para recordar el papel del Papa polaco en el desarrollo de Europa, su fiel secretario destacó su papel en la caída del comunismo en el continente: “Nadie puede negar que Juan Pablo II contribuyó a los cambios trascendentales en Alemania y Europa”.



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