Ferrara es una bella ciudad del norte de Italia de algo más de 130.000 habitantes. Es Patrimonio de la Humanidad y capital de la provincia que lleva su nombre. Desde el mes de junio su alcalde es Alan Fabbri, representante de la Lega, y una de sus primeras medidas ha causado un gran revuelo en Italia.
El regidor ordenó al Ayuntamiento la compra de 385 crucifijos para regalarlos a los colegios públicos de la ciudad que hasta ahora carecían de ellos.
Un símbolo de "paz y amor"
Fabbri, de 40 años, ha asegurado que según él y el resto de su consistorio, el crucifijo es un símbolo “además de religioso, de identidad histórico-cultural, de paz y amor, abierto a todos y vinculado a nuestras raíces cristianas y al respeto a las tradiciones”, por lo que lo considera un símbolo de inclusión y no de exclusión.
Del mismo modo, ha añadido que estos crucifijos son “un regalo que hacemos a las escuelas y luego la opción de dejarlos o no será del director y de los maestros”.
Los vecinos de la ciudad se han mostrado divididos ante la iniciativa de su alcalde. Muchos están de acuerdo en defender estos símbolos religiosos mientras que otros le acusan de inmiscuirse en asuntos que no le conciernen.
Por su parte, el obispo de Ferrara-Comacchio, monseñor Gian Carlo Perego, ha recordado que “el crucifijo es un símbolo de la identidad cultural y religiosa, es la realización concreta del amor de Cristo por todos los hombres”, por lo que espera que “esta iniciativa nos invite a recordar el don de la vida de Cristo para nosotros y para los ‘crucifijos vivos’ de hoy”.