Lituania es el gran país católico de las repúblicas bálticas donde casi el 80% de sus habitantes pertenece a la Iglesia Católica. Pero durante décadas, al igual que ortodoxos y protestantes, sufrió la persecución.
La ceremonia de beatificación se producirá el próximo 25 de junio en la capital, Vilnius. Se espera que participen más de 30.000 personas.
Su testimonio de firmeza y fidelidad a Dios es un ejemplo para los jóvenes del país, al que les están presentando la figura del arzobispo Matulionis. El arzobispo de Vilnius relató a Catholic News Service que “además de ser nuestro primer mártir de la era soviética reconocido por la Iglesia universal, también va a ser el primer lituano beatificado en su tierra”.
Matulionis nació en 1873 en la ciudad de Kurodiskis, en el noroeste de Lituania. Fue ordenado sacerdote en la ciudad rusa de San Petersburgo en 1900, donde ejerció su ministerio hasta 1910 cuando pasó a Letonia.
Fue encarcelado por los comunistas rusos en 1923 junto al arzobispo Jan Cieplak y otros clérigos cátolicos. Tres años estuvo en prisión. Seis años después de su liberación fue ordenado obispo en secreto y poco después era enviado sin juicio al gulag en las Islas Solovetskty, en el Mar Blanco.
En un intercambio de prisioneros en 1933, Matulionis pudo regresar a Lituania donde ayudó a propagar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús mientras actuaba como capellán militar.
En 1943 fue nombrado por el Papa obispo de Kaisadorys pero de nuevo fue detenido en 1946 por negarse a colaborar con los ocupantes soviéticos de Lituania y fue enviado a distintas prisiones donde ejercía en secreto su ministerio episcopal hasta que fue liberado en 1956.
En 1962, san Juan XXIII le elevó al rango de arzobispo y le invitó a participar en el Concilio Vaticano II pero las autoridades soviéticas le negaron el permiso para abandonar la URSS. El 20 de agosto de ese mismo año, este arzobispo lituano moría después de que una agente de la KGB que se hizo pasar por enfermera le envenenara con una inyección después de haber sufrido una brutal paliza en su casa.
El arzobispo de Vilnius destacó que el futuro beato ofreció “sus sufrimientos por la conversión de Rusia” y destacó que la invitación del Papa para asistir al Concilio Vaticano II fue la gota que colmó el vaso para las autoridades soviéticas.