Desde 1975 los ciclistas españoles tienen su patrona en Nuestra Señora de Dorleta, cuyo santuario se encuentra ubicado en Salinas de Léniz (Leintz-Gatzaga), en Guipúzcoa. Allí pueden verse maillots firmados por ases como Federico Martín Bahamontes, Marino Lejarreta o Miguel Indurain.

Los ciclistas franceses tienen la suya en el santuario de Nuestra Señora de los Ciclistas, en la capilla de Géou, restaurada al efecto en 1959 y considerada desde 1996 monumento histórico. Allí, en Labastide-d’Armagnac (Landas, Aquitania) se ubica un museo del ciclismo.

La que es, sin embargo, patrona universal de todos los ciclistas es Nuestra Señora de Ghisello, la Madonna del Ghisallo, así declarada por Pío XII en 1948. Aquel año el Papa Eugenio Pacelli encendió y bendijo una antorcha que llevaron hasta el templo dos leyendas de la bicicleta de todos los tiempos como Gino Bartali (1914-2000, ganador de dos Tour y tres Giros, considerado el ciclista más devoto de la historia y protector activo de los judíos italianos durante la Segunda Guerra Mundial) y Fausto Coppi (19191960, ganador de dos Tour y cinco Giros).


El santuario de Nuestra Señora del Ghisallo, en los Alpes lombardos.

El santuario de la Madonna del Ghisallo se encuentra en el pequeño pueblo de Magrelio (Como, Lombardía), y la devoción a la Virgen bajo esa advocación se remonta al siglo XII. En 1135, unos ladrones atacaron al conde Ghisallo, quien, temiendo por su vida, invocó a la Virgen y consiguió dispersar a quienes intentaban matarle. Como muestra de gratitud edificó una capilla, que durante novecientos años permaneció como un punto más de devoción mariana de la comarca.


Pero el 12 de noviembre de 1905, el diario Gazzetta dello Sport organizó lo que sería el primer Giro de Lombardía, hoy convertido en una de las grandes clásicas de la temporada, y que aquel año hizo un recorrido Milán-Milán, que tuvo uno de sus momentos más duros en el paso de Ghisallo, con un desnivel medio del 5,2% y varios tramos en torno al 10%.


Un momento del Giro de Lombardía de 1929. Al fondo, el santuario, coronando la ascensión.

Encontrarse allí una capilla consagrada a la Virgen María fue un alivio en el sufrimiento para los participantes, italianos y católicos en su mayoría, y desde entonces se convirtió en lugar de peregrinación para los ciclistas.


En los años cuarenta fue destinado al santuario como párroco Ermelindo Viganò (19061985), un sacerdote aficionado al ciclismo que se propuso como objetivo que la Madonna del Ghisallo fuese considerada patrona universal de los deportistas del pedal. Empezó a esmerarse en la atención a los que acudían allí a pedir a la Virgen que les amparase en las distintas competiciones en las que participaban, y a recolectar pequeños objetos recuerdo de ciclistas famosos para crear el embrión del actual museo del ciclismo.


Don Ermelindo, en una fotografía de 1969. 

En 1948, finalmente, obtuvo el reconocimiento esperado, y el Papa designó a la Madonna del Ghisallo como patrona universal de los ciclistas. “Como los antiguos corredores”, instó Pío XII a Bartali y Coppi el 13 de octubre de ese año “os pasaréis de mano en mano la lámpara encendida, y durante todo el recorrido encenderéis con su mística llama otras llamas de fe y de amor, que llevarán a muchos lugares distintos la misma luz y el mismo calor, mientras vosotros, continuando vuestra carrera, no os detendréis hasta llegar a los pies de la Madre de Dios y Madre vuestra, quien os conducirá hasta el Corazón de Jesús: Per Mariam ad Iesum! [¡Por María a Jesús!]”.

En 2006 se reformó y amplió el museo, donde regalaron bicicletas suyas mitos como Eddy Merckx, Francesco Moser o Marco Pantani, e incluso puede verse la máquina accidentada de Fabio Casartelli, trágicamente fallecido durante un accidente en el Tour de Francia de 1995. Todos, en algún momento, rezaron allí.