En los países nórdicos  se está asistiendo a un importante crecimiento del número de católicos, en parte debido a la inmigración, pero también al importante número de conversiones de nativos ateos o protestantes. Pasa en Suecia, en Islandia, en Finlandia, en Noruega y también en Dinamarca.

"Algo saludable en Dinamarca" es el título de un reciente artículo al respecto, que evoca el célebre "Algo huele a podrido en Dinamarca [Something is rotten in the state of Denmark]" que proclama Marcelo en Hamlet (I, IV). Lo ha escrito Charles A. Coulombe, historiador norteamericano que simultanea la residencia en Los Ángeles y en Viena, al contar su experiencia sobre ese floreciente catolicismo danés en Crisis Magazine:

Algo saludable en Dinamarca

Siempre me ha fascinado Dinamarca. El pequeño reino escandinavo, que en su día fue mucho más grande (llegó a poseer las Islas Vírgenes de Estados Unidos antes de 1917), me impresionó por primera vez de niño, cuando veía a Danny Kaye cantar Wonderful, wonderful Copenhaguen. Los cuentos de Hans Christian Andersen entraron pronto en mi cerebro, seguidos en rápida sucesión por el Hamlet de Shakespeare, los extraños relatos de Isak Dinesen y, por último, las sombrías reflexiones de Kierkegaard.

Danny Kaye encarnó al escritor danés Hans Christian Andersen (1805-1875) en la película musical del mismo nombre (en España, "El fabuloso Andersen") dirigida por Charles Vidor en 1952. La canción a Copenhague es uno de los temas recurrentes de la banda sonora de Frank Loesser.

Sabía que, al igual que Gran Bretaña y sus reinos hermanos escandinavos, Dinamarca perdió la fe después de la Reforma y, en los años 60, pasó a ser conocida, junto con Suecia, como una meca de la libertad sexual. Era muy consciente de que, al igual que Gran Bretaña, Escandinavia y, en cierta medida, las partes protestantes de Alemania, conservaban una Iglesia estatal en la que pocos participaban realmente, pero de la que el monarca debía ser miembro. Además, adquirí un sano respeto por los intereses intelectuales de la reina danesa [Margarita II]. Pero, por mucho que siempre hubiera querido ver el país, Dinamarca no figuraba entre los primeros puestos de mi lista de viajes.

Esto cambió radicalmente por varias razones. Una de ellas fue que conocí a la doctora Dagny Kjaergaard (1933-2021), nacida en Dinamarca. Una erudita católica de renombre mundial, que básicamente había coescrito el Catecismo de la Iglesia católica con el cardenal Schönborn. Tras haber vivido la ocupación alemana y haberse convertido al catolicismo en la década de 1950 (cuando esto, definitivamente, no era una medida popular en su país natal), era tan inamovible en su fe como afable en sus modales, y era una ferviente devota de la misa en latín

El futuro cardenal Christoph Schoenborn, dominico, junto con Dagny Kjaergaard, su asistente editorial en la edición del 'Catecismo de la Iglesia católica'. Foto: Katholische Hochschule ITI.

Un espectador habitual de mi podcast, que vive en Dinamarca, me envió un libro en danés que relata las historias de veinte conversos recientes cuyo título es Hjem [Hogar]. Al no poder leerlo yo, se lo presté a la doctora Kjaergaard, y se alegró mucho. Me dijo que había perdido la esperanza en su querida tierra, pero que el libro la había reavivado. Fue una suerte, ya que murió poco después [el 8 de mayo de 2021].

Hombres, jóvenes y conversos

Pero ahora estaba en contacto con un número creciente de entusiastas de la misa en latín en el reino del Norte. Cuando me invitaron a un retiro de hombres que acudían a la misa en latín, aproveché la oportunidad. Por fin iba a poder ver Dinamarca y echar un vistazo a lo que seguramente es uno de los fenómenos menos conocidos, pero en aumento, de la Iglesia católica contemporánea: el creciente número de conversiones en Escandinavia.

A finales de septiembre un joven danés me recogía en el aeropuerto de Copenhague. Como era mi primera visita a Dinamarca, se ofreció para mostrarme algunos de los lugares de interés de Copenhague antes de llevarme al centro de retiros. Comentó que se había enterado de la existencia de la Dra. Kjaergaard al leer su necrológica en el National Catholic Register y que le hubiera gustado conocerla. Pero entonces resultó que el suyo era uno de los relatos de conversión en Hjem; le aseguré que mientras él no había sabido de ella, ella sí había sabido de él, ¡y se quedó mucho más contento! 

En cualquier caso, me llevó a ver la famosa estatua de la Sirenita, y mencionó que la mayoría de los estadounidenses se sienten muy decepcionados por ella, ya que esperan algo del tamaño de la Estatua de la Libertad. Visitamos la catedral católica de San Óscar: a pesar de que su altar mayor fue destruido tras el Concilio Vaticano II, sigue teniendo un interior precioso y un fresco con un águila bicéfala en el santuario como señal de que fue financiado por el emperador austriaco.

También visitamos la catedral luterana, cuyo interior es muy frío a pesar de las monumentales y mundialmente conocidas estatuas de Cristo y los Doce Apóstoles de Bertel Thorvaldsen (1770-1844).

Luego fuimos a la iglesia del Sagrado Corazón, bellamente conservada, para recoger a otros dos participantes en el retiro. Luego nos dirigimos a los bosques del norte de Sjaelland, la isla sobre la que se asienta Copenhague.

Klitborg, como se llama el centro de retiros, es una instalación católica, pero de propiedad privada, con una hermosa y rústica capilla. Había dos sacerdotes para el retiro: un estadounidense de edad avanzada que lleva más de 50 años en la misión danesa y un alemán, más joven, de mediana edad.

Había unos 25 asistentes, de los cuales yo era, con diferencia, el de más edad. Solo un par de ellos eran católicos de cuna; los demás llevaban menos de diez años siendo católicos y varios aún no habían entrado en la Iglesia católica. Aproximadamente la mitad estaban casados con familias jóvenes, los demás eran solteros. Venían de toda Dinamarca y la mayoría no se conocía.

Estuvimos allí dos noches y cuando llegó mi grupo resultó que todos se habían dividido en equipos de cocina y de limpieza; yo estaba en el primero. Una vez consumida la cena y recogido todo, nos dirigimos a la capilla para las completas. Era el rito antiguo y los muchachos cantaron en latín maravillosamente. Luego nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones.

El sábado se celebró una misa rezada tradicional, seguida con mucha devoción, y una conferencia en danés. No pude seguirlas, por supuesto, pero por los resúmenes que me dieron, todos eran síntesis muy sólidas y prácticas sobre cómo aplicar la fe a la vida

Después de un delicioso almuerzo, hubo una mezcla de caminata y procesión: el crucifijo a la cabeza, el rezo del rosario, los himnos cantados y las confesiones por el camino. Durante unos tres kilómetros caminamos por un hermoso bosque danés lleno de serbales con sus brillantes bayas rojas hasta llegar a la iglesia de Rørvig.

Construida hacia el año 1200, fue, por supuesto, una iglesia católica en su origen; todos tuvimos la extraña sensación de devolverla a su hogar natural. Las puertas, por desgracia, estaban cerradas, pero cantamos la Salve Regina en el pequeño patio de la iglesia, quizá la primera vez que se hacía desde el siglo XVI.

Volvimos para otra conferencia, la cena y completas. Después, charlamos, bebimos y fumamos en un ambiente verdaderamente cálido lleno de buen humor. Conocí las historias de conversión de algunos de mis compañeros de retiro y me impresionaron mucho. Algunos venían de un entorno luterano o de otro tipo de cristianismo, pero la mayoría venía de la nada; el tipo de nada particularmente postprotestante que surgió en los países donde triunfó la Reforma, entre ellos el nuestro. Habían buscado la verdad en lo que podría parecer el terreno más improbable y la habían encontrado. 

Su amor honesto y franco por la fe era palpable y para un viejo veterano de varias luchas intracatólicas como yo, era algo refrescante. Era un amor por la tradición católica completo y auténtico, no obstruido por la amargura de las décadas pasadas. Más allá de eso, eran los típicos jóvenes que disfrutan de la compañía de los demás, saborean el pasado y tienen esperanza en el futuro.

El domingo por la mañana se celebró una misa cantada en latín, realmente reverente y encantadora, con los cantos bellamente interpretados. Después de un buen almuerzo, se celebró otra conferencia y unos cuantos nos dirigimos a la catedral de Odense, antes católica y ahora luterana, para venerar las reliquias de San Canuto IV (1040-1086), patrón de Dinamarca.

Además de disfrutar de la belleza medieval del edificio y sus alrededores, pudimos rezar ante las reliquias expuestas para que San Canuto intercediera por el retorno de su país y su pueblo a la Iglesia católica. A continuación, tomé el tren a Copenhague.

Los auténticos daneses

Los dos días siguientes los pasé viendo lugares de los que había leído toda mi vida: la catedral de Roskilde, lugar gótico de enterramiento de los reyes daneses; el castillo de Frederiksborg, con su capilla -el equivalente a la capilla de San Jorge en Windsor-; el castillo de Kronborg, famoso por Hamlet; el palacio de Christiansborg, con los apartamentos reales y la capilla; y el castillo de Rosenborg, la versión danesa de la Torre de Londres, hasta mantener la custodia de las hermosas joyas de la Corona de la nación.

En todos mis viajes, me di cuenta de que, al igual que -en un sentido real- los descendientes de los recusantes y los miembros del Ordinariato de Gran Bretaña son realmente los más ingleses de los ingleses, los más galeses de los galeses y los más escoceses de los escoceses, porque son los herederos directos de lo que fundó sus países y los hizo grandes, mis nuevos amigos son realmente los más daneses de los daneses. A pesar de las supersticiones nacionales que confunden las identidades nacionales con sus Iglesias estatales protestantes, lo mismo ocurre en todo el norte de Europa. A pesar de los siglos de apostasía, las viejas iglesias y castillos y casas solariegas, los bosques y los campos -todo el paisaje- gritan que estos fueron países católicos. Es maravilloso ver, al menos en Dinamarca, que cada vez son más los que atienden la llamada.

Sin embargo, no se trata simplemente de salvaguardar un pasado glorioso, como tampoco lo es entre los devotos supervivientes de los países postcatólicos, desde Irlanda hasta Italia o Austria. Se trata de construir un futuro verdaderamente católico y muy humano. Mis jóvenes amigos planean convertir este evento en algo recurrente, e invitar a grupos similares de toda Escandinavia: suecos, noruegos, quizás incluso finlandeses e islandeses. Todos los católicos del mundo debemos apoyar estos acontecimientos, aunque solo sea con nuestras oraciones.

De hecho, es interesante observar que este movimiento es orgánico; no es una iniciativa de la jerarquía, sino algo que ha surgido de manera espontánea, el resultado natural de la buena voluntad que busca la Verdad Infalible y la encuentra en la Tradición católica. Al igual que la iniciativa de los Ordinariatos, que vino del lado anglicano. Pero esta búsqueda renovada de la realidad no se limita a las tierras de la Reforma: mis dos últimos ahijados (adultos) han sido, respectivamente, un brahmán hindú de Calcuta y un judío de Israel; ambos encontraron la fe por sí mismos. En la clase para conversos de este último, aquí en Austria, más de la mitad de los otros treinta eran iraníes o afganos.

Las épocas en las que se produce un alejamiento masivo de la fe suelen tener compensaciones en otros lugares. La pérdida de Oriente Próximo a manos del islam precedió a las conversiones nacionales masivas en el norte y el este de Europa; incluso cuando millones de personas siguieron a Lutero, Calvino y Enrique VIII fuera de la Iglesia, otros millones siguieron a Nuestra Señora de Guadalupe y a San Francisco Javier.

Es muy posible que un período que ha visto cómo las mayorías se alejaban de la práctica de la fe en lo que eran los núcleos católicos de Irlanda, el suroeste de Europa y América Latina, preceda a otro que las vea recuperadas o superadas en tierras tradicionalmente hostiles a la Iglesia. Nada podría ser más apropiado que un retorno a la catolicidad de aquellas tierras escandinavas que llevaron por primera vez la fe a Norteamérica.

Pero independientemente del macrocosmos, cada alma es infinitamente preciosa para Dios, lo suficiente como para que Él muera por cada una de ellas. Cualquier individuo en su camino hacia la Verdad debe ser alimentado de todas las maneras que sabemos, tanto por el bien de nuestra propia alma como por el de la suya.

Traducido por Elena Faccia Serrano.