Este sábado, en el santuario nacional de Sastín-Strazy (Eslovaquia), el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del dicasterio para las Causas de los Santos, beatificó a Jánko Havlík (1927-1965), seminarista de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl, quien en diciembre pasado fue reconocido como mártir por Francisco.
Ján, de 37 años, murió como consecuencias de las torturas, trabajos forzados y privaciones a las que fue sometido durante un encarcelamiento casi continuo de once años por parte del régimen comunista checoslovaco (estado que agregaba las actuales República Checa y Eslovaquia).
La prisión impidió su profesión religiosa u ordenación sacerdotal, pero todo el tiempo que pasó privado de libertad fue un permanente ejemplo de fe y apostolado, siendo de hecho sus iniciativas de evangelización la causa de sus condenas y de los malos tratos que le condujeron a la muerte: decía que, ya que no podía ser sacerdote, sería misionero entre los demás presos.
Persecución por odio a la fe
Con 16 años, en 1943, empezó a estudiar el bachillerato en la Escuela Apostólica de los vicencianos. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando los comunistas se hicieron con el poder en 1948, comenzaron una brutal persecución religiosa. En 1949 ingresó en el noviciado.
Ján Havlík, en la época de su ingreso en la Congregación de la Misión.
En abril de 1950 la StB [policía política eslovaca] implementó la Akce K, la operación destinada a liquidar todas las órdenes religiosas masculinas. Ján y los demás novicios fueron arrestados y sometidos a un programa de “reeducación” durante dos semanas y luego obligados a realizar trabajos forzados. Liberado después de tres meses, Ján continuó su educación teológica clandestinamente, mientras trabajaba como obrero en Nitra.
Detenido nuevamente el 29 de octubre de 1951 junto con los demás seminaristas vicencianos, estuvo arrestado durante 15 meses en los que fue torturado y abandonado al hambre y al frío.En febrero de 1953 fue condenado a 14 años de trabajos forzados por alta traición, pena reducida en apelación a 10 años.
Durante sus trabajos forzados en una mina de uranio bendecía su suerte, según recuerda el padre Emil Hoffmann, CM, vicepostulador de su causa: “Para Havlík, cada situación era propicia para anunciar a Cristo. También la prisión fue para él un lugar de misión. Ján dijo sobre su labor en prisión: 'Me siento como si estuviera en una misión, ningún misionero podría desear un lugar mejor y más desafiante para trabajar. ¡Si al menos hubiera más tiempo! ¡Si al menos el trabajo no nos pesara tanto!'... Hay testimonios de que ayudaba a escribir cartas, proporcionaba libros útiles y, cuando era posible, hablaba de Dios”.
Dos fotos de las fichas policiales de Ján Havlík. Foto: Conferencia episcopal eslovaca.
El apostolado que hacía entre sus compañeros de desgracia empezó a ser causa de nuevas torturas y condenas, que afrontó siempre con valentía, según los testimonios recogidos por su congregación. En otoño de 1958, cuando fue acusado de pertenecer a una asociación clandestina de prisioneros a quienes evangelizaba, como él mismo reconoció durante el juicio, que le supuso un incremento de un año en su condena.
“Mostrar la propia fe", recuerda el padre Hoffmann, "era un acto estrictamente prohibido en los campos de trabajo, por lo que todo lo relacionado con la fe se mantenía en el máximo secreto. Si eran descubiertos, los 'culpables' eran condenados al reformatorio, una pequeña habitación donde era imposible mantenerse erguido, o a un nuevo juicio, como le ocurrió a Ján. Quienes lo conocieron dijeron de él que había sido condenado dos veces a causa de su fe”.
Murió como vivió: de pie
En agosto de 1961 se desmayó en el trabajo y en la enfermería se aconsejó su hospitalización inmediata. Al salir de la cárcel, el 29 de octubre de 1962, fue enviado a casa como enfermo terminal.
Aún le quedaron fuerzas para escribir dos obritas espirituales, El Vía Crucis de las Almas Pequeñas y Diario, reflejo de su experiencia de Dios en la cárcel. Seguía siendo espiado por la policía y su estado requirió varios ingresos en el hospital de Skalica, hasta que el 27 de diciembre de 1965 murió en la calle, donde lo encontraron de pie, apoyado en una pared, como símbolo de la que había sido su actitud ante la persecución comunista.
La investigación diocesana para el proceso de beatificación comenzó en 2013 y desde el primer momento se la trató como mártir, por la relación directa entre su fallecimiento y los padecimientos sufrido in odium fidei [por odio a la fe]. Entre los testimonios coincidentes no están solo los de compañeros presos, sino también de algunos de sus verdugos y carceleros.