El coronavirus ha golpeado especialmente a la población más envejecida e Italia es uno de los países más envejecidos del mundo, con una edad media de 45,5 años (sólo superada por Alemania, Japón y Mónaco, según el CIA World Factbook de 2018). A 7 de abril, Italia acumula 17.000 muertos por Covid-19. Y entre la población vulnerable y anciana figuran muchos sacerdotes: casi 100 sacerdotes diocesanos de Italia han muerto ya, según un recuento detallado que realiza el diario Avvenire.
A esos cien habría que sumar los sacerdotes de órdenes religiosas, además de los religiosos y religiosas también fallecidos, la mayoría de edad avanzada.
Ha conmovido el el país el caso del sacerdote Cirillo Longo, de 95 años, cuyas fotos se han difundido, en el hospital de Bérgamo con un rosario, dando ánimos a los sanitarios que le atendían. Fue fundador del centro Don Orione en Redona (Bérgamo) y era conocido por su espíritu combativo y enérgico. Bérgamo es la diócesis que ha perdido más sacerdotes diocesanos: 25 de ellos se ha llevado el coronavirus.
Misioneros, párrocos, ancianos en santuarios
Muchos han muerto en el norte del país, en la zona más afectada por la pandemia, pero otros han muerto en el sur o incluso en el extranjero. Gioacchino Basile , de 60 años, era de Calabria, zona sureña poco afectada, pero era misionero ligado al Camino Neocatecumenal y ha muerto en Nueva York el 4 de abril. Silvio Buttitta , de 83 años, es por ahora el único sacerdote diocesano fallecido de la sureña Palermo: guardaba una reliquia de Juan Pablo II y murió la noche del mismo día en que el pontífice polaco falleció hace 15 años.
En la diócesis de Milán, zona roja y muy golpeada por la enfermedad, han fallecido 12 sacerdotes. En Cremona han muerto 9, incluyendo al párroco de la catedral, Alberto Franzini, de 72 años.
Dos religiosos de los orioninos (Hijos de la Divina Providencia) murieron sirviendo en el santuario de la Virgen de la Guardia: Cesare Concas tenía 81 años y Serafino Tosatto tenía 90. En la diócesis de Bolzano-Bressanone han muerto 4 sacerdotes, incluyendo a Reinhard Ebner, de 71 años, que fue misionero en Brasil durante años.
Avvenire ha recopilado estas fotos de algunos de los sacerdotes diocesanos fallecidos en la epidemia del coronavirus en Italia
Con 93 años aún dirigía el coro de la catedral
Entre los cuatro sacerdotes muertos en la diócesis de La Spezia-Sarzana-Brugnato está Franco Sciaccaluga, de 93 años, el más anciano de la diócesis, que tenía buena salud y estaba activo (dirigía el coro de la catedral) hasta que el Covid-19 acabó con él. Antes que él murió Giovanni Tassano, de 83 años, veterano de muchos años en África: fue párroco en Burundi durante 17 años y otros 8 en el Congo.
Entre los fallecidos está Fausto Resmini, que muere con 67 años: fue delegado de pastoral penitenciaria y capellán de prisiones desde 1992, además de presidente de la Asociación de Psicología "Il Conventino" y director de una casa para jóvenes.
Entre los 9 sacerdotes que han muerto en Cremona están Arnaldo Peternazzi, de 86 años, que pasó 12 de misionero en Brasil, y Francesco Nisoli, de 71 años, que pasó 30 años en el mismo país.
Uno de los fallecidos más ancianos ha sido Mario Cavalleri, de 104 años: durante treinta años dirigió un centro para pobres, drogadictos y refugiados llamado La Casetta.
Doce sacerdotes muertos en Milán
Entre los 12 sacerdotes muertos en Milán, muchos conocían a Giancarlo Quadri, de 75 años, siempre dedicado a los migrantes y al diálogo con las personas de otras culturas y religiones. Falleció también Franco Carnevali, de 68 años, también muy dedicado al trato con migrantes y buen conocedor de la comunidad islámica. Y dos sacerdotes muy conocidos en Comunión y Liberación, especialmente entre estudiantes: Marco Barbetta, de 82 años, director espiritual de innumerables jóvenes, y Luigi Giussani, de 70 años, llamado popularmente Giussanello para distinguirlo del fundador del movimiento, que se llamaba igual.
La diócesis de Parma ha perdido a 6 sacerdotes. Cinco de ellos tenían 80 o incluso 90 años, pero el sexto, Andrea Avanzini, ha muerto con tan sólo 55 años: al parecer, es el sacerdote más joven entre los fallecidos. Se sospecha que la infección le llegó a través de su madre, con quien convivía.
La lista sigue y sigue. La mayoría tenía más de 80 años, y muchos vivían en residencias de sacerdotes ancianos, pero otros muchos seguían muy activos a una edad avanzada.
A veces no pueden ni ofrecer una sonrisa
Las circunstancias en que algunos sacerdotes ancianos intentan consolar a las familias son duras. El padre Aquilino Apassiti, de 84 años, que fue misionero en las selvas de Brasil durante 25 años, ha explicado en La Stampa cómo ha intentado confortar a las familias y pacientes. «Mueren solos; los familiares de los difuntos me llaman, yo meto el teléfono móvil cerca de sus seres queridos y rezamos juntos. La mayor parte del tiempo la paso en la capilla rezando. A menudo, por la tarde viene una cardióloga y rezamos».
También reza con los médicos y enfermeras agotados. «En Brasil me enfrenté a la lepra y a la malaria, pero nunca vi escenas de tanto impacto como las de aquí», ha declarado. Con precauciones y mascarillas ha atendido a algunos moribundos: «Es horrible porque al final ni siquiera puedes ofrecerles una sonrisa».
El respirador de Giuseppe Berardelli: leyenda sin confirmar
Se ha difundido mucho la historia de que el párroco Giuseppe Berardelli, de 72 años, muy querido por sus feligreses de Casnigo (Bérgamo), murió porque habría entregado a un joven el respirador que le habrían comprado sus feligreses. Pero el Catholic Herald ya publicó el 24 de marzo que aunque era un hombre entregado y muy querido, murió en el Hospital Lovere, al que no llegó ningún respirador donado, ni nadie en la parroquia sabía de una colecta para comprar respiradores, ni nadie pudo confirmar detalles sobre cómo murió el párroco.
Debido a las medidas de aislamiento, la mayoría de los sacerdotes, como la mayoría de las víctimas que fallecen en hospitales, mueren sin familiares o amigos a su lado que registren sus últimos momentos, aunque muchos puedan en momentos previos haber recibido la visita de un capellán.